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Archive for the ‘Relato’ Category

Pablo es un joven educado en las más prestigiosas escuelas de negocio de EE.UU. Es un triunfador. Trabaja doce horas diarias de Lunes a Sábado porque su empresa no sabe vivir sin él. Su vida está íntimamente ligada al trabajo y al sacrificio por la corporación. Los socios están encantados. Le han hecho un regalo que le permitirá seguir respirando el selecto ambiente corporativo en su tiempo libre. Ellos quieren que Pablo siempre se sienta importante, siempre se sienta superior. Por eso le han regalado Mersux-W Trepper, el coche de lujo del gran ejecutivo, la carroza del vencedor del futuro, del Ben-Hur de los negocios. Con un motor de ochocientos cuarenta y cinco caballos de potencia, catorce cilindros en ‘V’ de victoria, sólo consume diez a los diez, un volante más listo que inteligente, asientos de cuero de mono rojo, frontal de madera de la buena, llantas de mega-aleación…

¡Pablo!, ¡Pablo!, ¿Qué estas haciendo?

—Estoy hasta los cojones

¿Cómo?, espera, espera… No puedes decir eso en una anuncio

—Me importa una mierda. Llevo toda la vida haciendo el gilipollas, explotado, no tengo tiempo para vivir, para hacer otras cosas, para conocer chicas…

Pablo, con este coche vas a conocer a muchas

—¡Coño!, no tengo tiempo ni para hacerme un apaño, ni satisfacer un brete puedo….

Unas vacaciones corporativas con el coche en los mejores y más exclusivos campos de golf. En ese espacioso maletero caben juntas cuatro bolsas de palos.

—Métetelos por el culo, ¡Dimito!

Pero Pablo, esto es un anuncio, no puedes dimitir. En realidad eres un actor, ni te llamas Pablo, ni eres un ganador —en realidad eres un muerto de hambre—  y ni de coña vas a tener en tu puñetera vida un coche como este.

—¿Sabes?, me da igual. Al menos seré feliz, ¡Capullo!

¿Sin nada, sin ser nadie?

—¿Y tú que tienes, eh? No eres más que una voz bonita. Inspiras a la gente porque no te pueden ver y te imaginan como el jodido Clint y luego seguro que eres un Constantino con bigote debajo de una escafandra de Darth Vader. ¡Ridículo!, ¡Más que ridículo!

Yo no tengo cuerpo, soy una voz en off

—¿Y cuando te callas dejas de existir?, ¡Joder!, ni siquiera sabes quien eres y me dices cómo debo vivir mi vida. Pues me voy.

¿Te vas?

—Me voy a la playa, a aprovechar mi tiempo, a ver el mar, las puestas de sol, los amaneceres, a escuchar los pájaros, a sentir el viento, a ser libre, a olvidarme de tu puto veneno. Voy a nadar mar adentro hasta que deje de resonar el timbre de tu voz y tu mensaje. Hasta que se hundan por sí mismos en la mierda que predicas. Voy a nadar hasta olvidarme de volver, hasta que llegue a otra playa y empiece de nuevo.

Sí… voy a empezar de nuevo

perrolluvia

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Nítido y Anaranjado

En pocas ocasiones está tan estático. Su cuerpo y su mente se encuentran en un estado de relajación y auto reflexión total: de pié en la cocina, Nacho mira extasiado el exterior a través de la ventana. Es tarde, la noche es muy densa y el calor bombardea su piel.

Por la ventana se introduce la luz de las farolas tiñendo todo con naranjas y amarillos. Es precisamente esa gama de colores la que le atrae como un fuego mortecino en una chimenea. La oscuridad a la que le está dando la espalda le provoca un remolino de sensaciones, parte mezcla de horror y atracción infantil, parte de fascinante seducción.

«¿Cuándo seré consciente del momento en el que debo actuar?, ¿Cómo sabré  si debo hacer algo o no hacer nada?»

No se trataba de una pregunta que buscara una respuesta inmediata, pero la encontró en la oscuridad. Esta le susurraba al oído. Las palabras eran claras y traían un aliento cálido y cercano aunque provenían de un lugar muy lejano, inalcanzable.

«No hacer y tranquilidad.  No es lo contrario de  hacer y fracasar»

Se estremeció. Pero antes de que pudiera pensar en una contestación escuchó otra voz que provenía de algún lugar indeterminado con la luz y que le acariciaba con cada palabra:

«Huir del error es huir de la vida. ¿Dónde se ha visto un error más grande que la existencia?»

Nacho inspiró profundamente, aguardó unos instantes a que todas las voces finalizaran y tomó una decisión. Se vistió en la penumbra, se calzó y salió a la calle. Allí se fusionó con el naranja omnipotente y empezó a caminar.

Llegó a una esquina que le resultaba familiar y se sentó en el capó de un coche estacionado, aguardando. Pasaron unos instantes y miró hacia el edificio que tenía enfrente. Se reflejaban las luces procedentes de las ventanas del inmueble que tenía detrás. De repente apareció el reflejo de una ventana nueva. Alguien había encendido la luz de una vivienda y proyectaba la sombra de su figura contra la fachada de enfrente. Se fijó en la silueta y le dio la impresión de que se asomaba contemplándole desde arriba. Nacho no giró la cabeza y continuó en la misma postura. La figura desapareció durante unos instantes reapareciendo con algo en la mano. Cuando el aire se llenó de notas aterciopeladas con aroma a lima y ginebra, comprendió que lo que traía la sombra en la mano era un saxofón. Comenzó una melodía nostálgica y ácida. Tenía vida propia, alma noctámbula y sabor salado como el borde de un cóctel margarita, pero con la ligereza del azúcar glassé. Miraba maravillado a la silueta. Relajó su alma y su mente y disfrutó. Cuando terminó la melodía se arrancó en aplausos. La figura le respondió inclinando la cabeza y comenzó a interpretar otra pieza. Esta vez no pudo contenerse y se giró intentando verle directamente, pero cuando lo hizo la figura y la música habían desaparecido como un leve sueño.

Se levantó y continuó su camino sin conocer qué camino debía tomar o qué destino perseguir. Escuchó un ruido en un callejón y se acercó para echar un vistazo. Vio un gato blanco de angora, mugriento. Se movía alegremente entre los cubos repletos de basura, disfrutando mientras desparramaba los desperdicios por todas partes. Cuando se acercó el animal le oyó y se quedó mirando fíjamente. Luego comenzó a trotar hacia una rejilla de ventilación del metro instalada en el suelo. El gato se tumbó encima y esperó sin quitarle los ojos de encima. El sonido del tren precedió el chorro de aire que empezó a despedir el subsuelo. El gato entornó los ojos y ronroneó de placer mientras el viento revolvía suavemente su pelo.

Cuando el metro pasó de largo, el gato abandonó la rejilla y volvió a sus cubos de basura sin prestarle atención.

Nacho se acercó sentándose en el lugar que había dejado libre el animal, esperando al próximo tren. Cuando el gato volvía a por su ración de viento y descubrió al intruso, le miró con aire amenazador. Nacho le dejó un sitio en la rejilla echándose a un lado. El animal se acomodó en el lugar que quedaba libre y cuando se aproximó el metro, lanzó un zarpazo arañándole la cara. Entonces pasó el tren. Cuando terminó el pequeño vendaval, el gato continuó jugando con sus cubos de basura. Nacho se levantó dolorido y siguió su camino.

Pasó delante de un establecimiento que atrajo su atención. Se trataba de un pequeño café antiguo y acogedor. Entró y saludó mientras se sentaba en una mesa. Había una mujer al lado que le miraba fíjamente. No parpadeaba, no se movía. Sus labios pintados de un terrible carmín jamás se abrieron. La situación resultaba ridícula. Él aguantó durante unos instantes la mirada, luego agobiado y aburrido se levantó para irse.

«No vas a encontrarle» La voz parecía venir de ella, pero su boca permanecía cerrada.

—¿No voy a encontrar a quién? —él permanecía de pié esperando una respuesta.

Cansado, se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta. Escuchó la voz a sus espaldas.

«No te vas a encontrar… nunca»

Sin girarse salió del café.

No sabía muy bien porqué, pero empezó a correr por las calles. Los edificios se sucedían cada vez más rápido volviéndose borrosos. La línea del horizonte se difuminó en una nebulosa dando la impresión de encontrarse en un terrible vacío. Entonces miró hacia abajo y distinguió sus pies mientras corría. Pudo ver el suelo que pisaba en cada zancada. Lo encontró nítido y claro, entonces comprendió.

perrolluvia

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Agrio

Se bajan del avión y suben a una furgoneta que les llevará desde el aeropuerto a la ciudad junto con otros pasajeros.

Entran por un lateral y se sientan detrás de una pareja de cincuenta y tantos. Ella rubia, él calvo. La furgoneta arranca y tras un par de minutos el chico que va justo detrás de ellos alarga la mano, la extiende y golpea, ¡Plás! secamente, en la cabeza del calvo. Todos en el autobús observan la escena confundidos. El hombre se gira rápidamente gritando y dice algo en Francés mientras se frota la cabeza con la mano. El chico hace un amago de sonrisa pero vuelve a la cara de póquer y le dice:

—Lo siento, se me ha escapado —provocando las carcajadas de sus amigos.

Una ola de vergüenza parece recorrer el autobús, convirtiéndolo en algo muy pesado, como una losa de piedra. El hombre pone cara de incomprensión  y se da la vuelta indefenso. La mujer de repente parece un cactus muerto.

El viaje en se hace eterno. Música de hace treinta años suena por la radio como un recordatorio de las tonterías de la moda. La ciudad tiene el mismo toque que una antigua estrella de cine retirada: el estilo siempre lo ha tenido,  la decadencia es, sin embargo, moderna. La pareja se baja antes de que el autobús termine de parar completamente. El chico espera divertido a que se vayan, dice dos palabras en Inglés y se bajan todos los amigos. Recogen las maletas y después de registrarse en un hotel, se dirigen a la primera cervecería que encuentran.

Piden cerveza en cantidades industriales. La ciudad resulta ser muy barata  y ellos consumen como desesperados. Insultan a todos los camareros y clientes. Dos amagos de pelea y la aparición de la policía les lleva a un local de strippers cercano.

Aparecen entonados como una orquesta filarmónica. Un vistazo a los gorilas del club les seda momentáneamente. Saben que con ellos no deben armarla, se termina mal. El local está desierto a esas horas de la mañana. Pocas chicas para poca acción. Piden más cerveza y protestan por el precio aún sabiendo que para ellos resulta ridículo

El chico se fija en una camarera. Habla con un gorila y le pregunta por los servicios que ofrece ella. El tipo de seguridad no mueve un músculo hasta que no ve los billetes, luego sonríe y se acerca a hablar con la chica. Negativa, ella dice que no. El gorila mira al chico y le hace una señal para que espere y llama al dueño. El propietario es un elemento con pinta de cabrón muy peligroso, mucha mala baba. Hablan entre sí en ruso. El dueño escanea al chaval con la mirada y asiente introduciendo a la camarera en la habitación, hablándole al oido.
—Janica, es uno más. No puedes elegir al cliente. No funciona de esta manera
—No. Ese tiene mala pinta. Es un cerdo borracho.
Él se acerca y sube las manos hasta sujetar cariñosamente su cabeza
—Tu madre trabajó para mí toda su vida. Tú te has criado aquí. Mira, probablemente hasta seas hija mía, no lo se. ¿Crees que permitiría que te hiciera daño?
Ella se queda mirando y no dice nada. Él suelta la cabeza de la chica y se va de la habitación dejando entrar al muchacho.

El chico entra decidido y le quita la poca ropa que lleva de manera brutal, mediante tirones. Le tira en la cama penetrándola fríamente. Ella permanece callada, todo es silencio excepto el forcejeo y las respiraciones agitadas. El chico termina y se queda observándola. Ella desvía la cabeza, pero él sujeta sus sienes y fuerza que las miradas se crucen. Ella no lo soporta y enfoca a otra parte  recibiendo una bofetada. Él tuerce la boca en un gesto.
—Puta —le escupe.
Ella saca una navaja de la bota y se la hunde en la garganta. El chico se sorprende durante un breve instante, pero recupera la mirada vacía y seca que ha mantenido todo el rato. Emite ruidos mientras se ahoga en su sangre. El cuerpo queda sentado en la cama inmóvil, con los ojos abiertos y la mirada fija en ella. La chica le escupe con asco y se levanta para buscar al dueño.

Cuando abre la puerta de la habitación el dueño está  esperando. Ve la sangre en su brazo y le empuja dentro. Echa un vistazo alrededor y comprende la situación en unos segundos, los que tarda en apuñalarla en el estómago.
—Esto no es bueno para el negocio, cariño —le susurra al oído mientras libera el filo.
Ella muere en el suelo de la habitación .

Él dueño se acerca al cadáver del muchacho, le registra los bolsillos quedándose con la cartera y el dinero que encuentra.

Antes de salir del cuarto mira alrededor
—¡Vaya desastre! —dice refiriéndose a la habitación.

perrolluvia

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Un vaso de champán Francés, burbujas en labios de carmín, como su vestido color noche de pasión roja  con tacto de melocotón. La espalda reproduce el baile de movimientos de sus hombros, sensuales y provocativamente angulosos. Un cigarrillo libera su humo fusionándola con la ciudad, haciéndola parte de su atmósfera nocturna y cosmopolita. Ella siempre ha estado allí, forma parte de la misma ciudad, ella es desde el principio la metrópolis.

Sale de la mansión clavando sus tacones de forma decidida en los peldaños de la escalera. Los movimientos de sus caderas acompañan el ritmo de unas piernas inacabables que vuelan hasta acariciar el suelo.

Dobla una esquina y se clava en el pavimento, detenida, escuchando una llamada que sólo ella ha podido oír. Gira la cabeza y aguarda segundos que se extienden desafiantes. En un momento dado, recuerda que debe seguir respirando y no contiene más su pecho, que se hincha triunfante con parte del ambiente de la noche. Continúa andando e incrementa el ritmo de su paso.

Un sonido queda mezclado con el de su zancada, lo ha oído, está poniéndose nerviosa. Alguien se encuentra cerca, invisible.

Dobla una esquina y da unos pasos hasta que levanta su cabeza augurando lo que ya sabe. Él se encuentra delante suyo. De pie, estático, aguardándola.

Donde ella es definición, él es turbio e impreciso. Donde ella es carnal, sensual y atrevida él resulta frío y distante, atemorizador, inquietante.

Él es oscuro como la noche y gris como el papel consumido o mejor, como un nubarrón cargado de estática a punto de descargar. Su cara no refleja emociones, parece olvidarse una vez vista y hace necesaria otra mirada para aliviar un recuerdo que aún convocado, es incapaz de encontrarse.

Ella le reconoce inmediatamente. Jadea con sorpresa, aunque ya ha imaginado este momento varias veces. Da unos pasos hacia atrás sin perderle de vista. Cuando él se mueve, ella empieza la carrera. Primero lentamente y luego arrancando todas las posibilidades a su ser. No se trata de una carrera común acuciada por un instinto animal de supervivencia, es una huída fundamentada en la razón de un terror primigenio de la raza humana. El pavor hace que lo más profundo de su alma se exalte y tiemble de manera descontrolada.

Los exquisitos zapatos rojos quedan abandonados sobre los burdos cascotes que forman el empedrado de la calzada. El vestido largo se rasga revelando unas piernas congestionadas por el pánico, que la impulsan a través de las estrechas callejuelas. Ella puede oírle detrás, muy cerca, como un centenar de sabuesos hostigándola con su aliento, intentando atraparla entre sus fauces

Gira adentrándose en una parte de la ciudad que no conoce bien encontrándose en medio de un conjunto singular de edificios. Cada uno con un estilo arquitectónico único representativo de diferentes filosofías creacionistas. Pues se trata de la mayor conjunción de templos y casas de culto que puede caber en el pensamiento histórico de la especie humana. Una disparatada mezcolanza sacro-santísima de dogmas y credos.

Al lado de una enorme sinagoga de desafiantes cúpulas doradas, se encuentra el minarete telescópico de una mezquita que se pierde entre las nubes de la ciudad. Iglesias de todo tipo de culto y credo quedan fusionadas con serenas pagodas budistas de procedencia dispar, construcciones nunca vistas pertenecientes a ignotos momentos de la historia. Todas ellas mezcladas sin orden ni concierto, conviviendo en un sistema de emplazamiento entrópico y para nada meditado, riéndose de los líderes del pensamiento actual y de las crónicas de la historia más arcáica.

En medio de tal divino y extraño campamento de la fe, se encuentra un edificio peculiar, ya que es el más grande y a su vez el menos ornamentado de todos ellos. Es simple, construido con ladrillos de diferentes materiales: arcilla, adobe y todo tipo de cerámica jamás reunida.

Ella se dirige rápidamente a este construcción. Le resulta familiar. Sabe que es el edificio en el que se encuentra el orden de todas las cosas. Donde se halla el principio y el fin de las preguntas gestadas a su alrededor. Ella sabe que si hay algún lugar al que debe acudir para buscar una respuesta, es sin duda este.

Abre violentamente las puertas rompiendo el silencio y lo que se encuentra es una gigantesca sala totalmente vacía. No hay absolutamente nada. Frena su carrera a medida que adquiere comprensión de su situación. Ya no le importa la persecución, no le importa su futuro, no precisa una respuesta porque ya la tiene. No hay nada. Sólo hay silencio. Lanza una mirada al mismo tiempo que asiente con la cabeza y se da la vuelta. Allí en la puerta se encuentra su perseguidor que le dedica un gesto de entendimiento mientras se adentra en la enorme sala. Ella por fin comprende cual es su destino y lo acepta, dejándose perder en sus brazos a través de un sueño maravilloso. Admitiendo lo desconocido de su futuro, acariciando su destino.

—¡Ya viene, empuja, ya está aquí!. ¡Felicidades!, es una niña.

perrolluvia

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A una mujer con un cesto de ropa se la ve cerca de las portadas, en la parte más alejada del cuadro. Esta figura se me ha hecho familiar pues el cuadro lo compré en una Galería de Arte.

Hace un par de meses y todos los días me gusta mirarla un rato. Pero un día , como es mi costumbre, vuelvo a mirar el cuadro y me parece que la mujer está más cerca , no tan al fondo, y me pregunto: ¿ habrá caminado?¿la habré visto mal?….pero no, vuelvo a mirar y efectivamente está más cerca, ha aumentado de tamaño….pero no es posible, las figuras de los cuadros tienen un tamaño fijo durante años, durante siglos.

Paso unos días sin mirar el cuadro, pues he tenido que viajar por motivos profesionales y cuándo lo vuelvo a mirar, la mujer vuelve a estar más cerca, ha vuelto a aumentar de tamaño:

se le distinguen sus ojos negros, algunas arrugas de la piel de la cara , su pelo con la raya en medio…Cierro los ojos por si es una alucinación y los vuelvo a abrir, pero no, la mujer está más cerca, ¿habrá caminado?, ¿A dónde querrá ir?, ¿querrá salirse del cuadro?.

Varios días después la mujer está en un primer plano, sus ojos negros se ven tristres, la expresión de su cara es de ansiedad, de seguir adelante. Me dan deseos de preguntarle a donde desea ir, a quien quiere visitar, cual es su nombre. Pero esto me parece absurdo, las personas de los cuadros no hablan, son figuras nada más y se mantienen fijas durante años, siglos.

Me parece tan extraña la situación que decido olvidarme un tiempo del tema y dejo pasar el tiempo. Pero a los pocos días la curiosidad me hace volver a mirar el cuadro y para mi sorpresa la mujer ha desaparecido del cuadro, solo queda la silueta , ¿A dónde habrá ido?, ¿tendrá familiares?. Me dan ganas de contárselo al pintor, pero no me creerá, me tomará por loco, me dirá que es un disparate, que nunca se le han quejado los clientes por un motivo como este.

Unos días después recibo la visita de unos amigos y les cuento la historia del cuadro.

-Eso no puede ser ¿Cómo se va a ir una mujer de un cuadro?

-Mirad, la silueta de la mujer está ahí, os lo aseguro, antes había una mujer madura con un cesto de ropa.

-La verdad es que conociéndote estoy seguro que dices la verdad , pero reconoce que cuesta trabajo creerlo.

-Si os comprendo – respondo – pero no tendría sentido que me inventara una historia como ésta. Además nunca me habría comprado un cuadro así, con una silueta pues daría la impresión de no estar terminado.

-Dejate, hay pintores que con tal de ser originales hacen lo que sea.

-Bueno, pensad lo que queráis, pero os digo la verdad – les respondo con resignación.

Cuando los amigos se van, miran al cuadro con cara de escepticismo, incluso alguno bromea.

-Llama a la Policía, igual la encuentran en otro cuadro donde la señora está más a gusto o la encuentran vendiendo la ropa.

Pasan los días, las semanas y ¡por fin!, la mujer aparece de nuevo al fondo del cuadro, en la posición original con su cesta de ropa. Me acerco y observo con sorpresa que sus ojos negros tienen una mirada más alegre, las arrugas de la cara han disminuido, parece una mujer más joven. Le sonrío y le hago un gesto de complicidad.

Tomás Sánchez-Maroto Noblejas

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—No me pegues más por favor —ya no sabía como escapar, de modo que supliqué

Ella no se lo pensó dos veces y volvió a abofetearme con una mano grande como un pai-pai de mármol. haciéndo saltar mis gafas a una distancia olímpica

Esta vez me fallaron las piernas y caí al suelo.

—Ahora ve a recoger tus gafas llorón —me decía esa monstrua

Todos los niños del cole se reían de mi. Pero me daba igual porque sólo oía un pitido muy alto en la oreja del bofetón.

Noté como se hinchaba mi mejilla. Ardía por dentro y picaba por fuera. Pero eso no era nada comparado con la angustia y el mal cuerpo que me apretaba el alma. Empecé a llorar.

Me quedé un buen rato sollozando. Alguien me acercó las gafas y se quedó un rato de pie mirándome. Yo no quería ni levantar la mirada. ¡Sentía tanta vergüenza!

—Levanta —me dijo

No respondí y seguí gimoteando donde estaba.

—He dicho que te levantes

Levanté mi cabeza. Era Raquel, una chica muy rara. Me caía muy bien, tal vez porque estaba fuera de todos los grupitos que había en el cole. Pasaba de todo el mundo pero sin dejarse acobardar. No era muy popular aunque era guapa. ¡Jo!, teníamos tanto en común

Entonces me di cuenta de que me gustaba de verdad. Podríamos incluso llegar a ser novios. Me ví conociéndonos a fondo, apoyándonos en los momentos difíciles y compartiéndolo todo. Lo podía ver claramente: terminar el colegio, entrar en la misma universidad, nuestros primeros trabajos, nuestra boda, muchos hijos…

—Escúcha, ¡Levántate ahora!

Sonreí, me puse las gafas y me levanté rápidamente

Ella también sonrió

Me sentí como si estuviera en el cielo. Podía ver colores y luces. Podía oler el césped

—Sabía que podía enviar las gafas más lejos que ella —dijo mientras se alejaba

Notaba sangre en la boca y saliendo de mi nariz. Creo que la muy cabrona me había roto algún diente

perrolluvia

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Un vaso de champán Francés, burbujas en labios de carmín, como su vestido color noche de pasión roja  con tacto de melocotón. La espalda reproduce el baile de movimientos de sus hombros, sensuales y provocativamente angulosos. Un cigarrillo libera su humo fusionándola con la ciudad, haciéndola parte de su atmósfera nocturna y cosmopolita. Ella siempre ha estado allí, forma parte de la misma ciudad, ella es desde el principio la metrópolis.

Sale de la mansión clavando sus tacones de forma decidida en los peldaños de la escalera. Los movimientos de sus caderas acompañan el ritmo de unas piernas inacabables que vuelan hasta acariciar el suelo.

Dobla una esquina y se clava en el pavimento, detenida, escuchando una llamada que sólo ella ha podido oír. Gira la cabeza y aguarda segundos que se extienden desafiantes. En un momento dado, recuerda que debe seguir respirando y no contiene más su pecho, que se hincha triunfante con parte del ambiente de la noche. Continúa andando e incrementa el ritmo de su paso.

Un sonido queda mezclado con el de su zancada, lo ha oído, está poniéndose nerviosa. Alguien se encuentra cerca, invisible.

Dobla una esquina y da unos pasos hasta que levanta su cabeza augurando lo que ya sabe. Él se encuentra delante suyo. De pie, estático, aguardándola.

Donde ella es definición, él es turbio e impreciso. Donde ella es carnal, sensual y atrevida él resulta frío y distante, atemorizador, inquietante.

Él es oscuro como la noche y gris como el papel consumido o mejor, como un nubarrón cargado de estática a punto de descargar. Su cara no refleja emociones, parece olvidarse una vez vista y hace necesaria otra mirada para aliviar un recuerdo que aún convocado, es incapaz de encontrarse.

Ella le reconoce inmediatamente. Jadea con sorpresa, aunque ya ha imaginado este momento varias veces. Da unos pasos hacia atrás sin perderle de vista. Cuando él se mueve, ella empieza la carrera. Primero lentamente y luego arrancando todas las posibilidades a su ser. No se trata de una carrera común acuciada por un instinto animal de supervivencia, es una huída fundamentada en la razón de un terror primigenio de la raza humana. El pavor hace que lo más profundo de su alma se exalte y tiemble de manera descontrolada.

Los exquisitos zapatos rojos quedan abandonados sobre los burdos cascotes que forman el empedrado de la calzada. El vestido largo se rasga revelando unas piernas congestionadas por el pánico, que la impulsan a través de las estrechas callejuelas. Ella puede oírle detrás, muy cerca, como un centenar de sabuesos hostigándola con su aliento, intentando atraparla entre sus fauces

Gira adentrándose en una parte de la ciudad que no conoce bien encontrándose en medio de un conjunto singular de edificios. Cada uno con un estilo arquitectónico único representativo de diferentes filosofías creacionistas. Pues se trata de la mayor conjunción de templos y casas de culto que puede caber en el pensamiento histórico de la especie humana. Una disparatada mezcolanza sacro-santísima de dogmas y credos.

Al lado de una enorme sinagoga de desafiantes cúpulas doradas, se encuentra el minarete telescópico de una mezquita que se pierde entre las nubes de la ciudad. Iglesias de todo tipo de culto y credo quedan fusionadas con serenas pagodas budistas de procedencia dispar, construcciones nunca vistas pertenecientes a ignotos momentos de la historia. Todas ellas mezcladas sin orden ni concierto, conviviendo en un sistema de emplazamiento entrópico y para nada meditado, riéndose de los líderes del pensamiento actual y de las crónicas de la historia más arcáica.

En medio de tal divino y extraño campamento de la fe, se encuentra un edificio peculiar, ya que es el más grande y a su vez el menos ornamentado de todos ellos. Es simple, construido con ladrillos de diferentes materiales: arcilla, adobe y todo tipo de cerámica jamás reunida.

Ella se dirige rápidamente a este construcción. Le resulta familiar. Sabe que es el edificio en el que se encuentra el orden de todas las cosas. Donde se halla el principio y el fin de las preguntas gestadas a su alrededor. Ella sabe que si hay algún lugar al que debe acudir para buscar una respuesta, es sin duda este.

Abre violentamente las puertas rompiendo el silencio y lo que se encuentra es una gigantesca sala totalmente vacía. No hay absolutamente nada. Frena su carrera a medida que adquiere comprensión de su situación. Ya no le importa la persecución, no le importa su futuro, no precisa una respuesta porque ya la tiene. No hay nada. Sólo hay silencio. Lanza una mirada al mismo tiempo que asiente con la cabeza y se da la vuelta. Allí en la puerta se encuentra su perseguidor que le dedica un gesto de entendimiento mientras se adentra en la enorme sala. Ella por fin comprende cual es su destino y lo acepta, dejándose perder en sus brazos a través de un sueño maravilloso. Admitiendo lo desconocido de su futuro, acariciando su destino.

—¡Ya viene, empuja, ya está aquí!. ¡Felicidades!, es una niña.

perrolluvia

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Sabía que no era buena idea salir a correr. Bueno, está claro que estoy un poco pasadito y me sobran un par de kilos, pero es que eso de correr…

Iba con mi chandal de ver televisión los fines de semana y mis zapatillas de deporte sin estrenar. Abrí la puerta de casa y salí al jardín. Hacía un día perfecto. Respiré profundamente y empecé a realizar los ejercicios de calentamiento que he visto hacer a futbolistas y otros deportistas en la tele. Estuve un rato y noté como los músculos quedaban engrasados y dispuestos para empezar la acción. No me lo pensé dos veces y me puse a ello.
¡Qué sensación! Un, dos, un, dos, respira… ¡Ahhh! , corriendo el sábado por la mañana, la naturaleza me lo tenía que agradecer. ¡Qué aire!, casi podía degustarlo.

Pasé la primera manzana y me fijé que de la casa de la esquina salía la vecina de las tetas de ensueño. Metí tripa, saqué pecho, puse mis cejas en posición de héroe espartano y aceleré el paso. ¡Joder, cómo estaba la cabrona!
—Buenos días —dije con la voz más varonil que pude
Ella me miró y sonrió
Como me puso ¡Dioooos!. Nunca creí que fuera posible tener una erección mientras corría, pero me equivoqué. “Bueno, no se nota tanto” pensé. Pero lo cierto es que parecía el jodido Lancelot. Eché el cuerpo un poco hacia delante y parecía menos protuberante. Intenté no pensar en ello y que bajara por sí sola, pero era imposible. Mi mujer estaría contentísima.

Empezaba a reírme con este pensamiento cuando me topé de frente con la familia Trapp clonada al completo. No se porqué me quedé parado. Creo que ellos estaban en shock o algo así, no se apartaban para dejarme pasar. Al contrario, estaban inmóviles en mitad de mi camino, mirando fíjamente mi paquete.
—Mira mamá tiene un bulto —dijo la pequeña
No supe que hacer, de modo que reaccioné huyendo por un camino en el lateral, entre dos chalets. Ni puta idea de adonde me dirigía, pero sortearía obstáculos. Con el susto se me había bajado toda la ‘moral’ y empezaba a sentirme un poco cansado. Además un músculo de la pierna, el ‘comosellame’, empezó a molestarme un poco. Bajé el ritmo de carrera.

Había salido a una calle que no estaba asfaltada, era un camino de tierra y pequeñas piedrecitas que podía sentir a través de mis zapatillas. Seguí unos pasos más y me paré cerca de un árbol al lado del camino. Estaba a punto de estallar. Me bajé el chandal y empecé a echar una de esas interminables meadas campestres, de las que te unen más con la naturaleza. Me recordó a mi infancia y me relajé. Sabía que quedaba un rato de meada cuando empecé a oírlos. Primero más lejos, pero se acercaban rápidamente. Forcé el chorro para intentar terminar a tiempo pero no calculé bien, los perros ya estaban aquí. Miré hacia atrás y ví como se abalanzaban hacia mi con esas bocas de mil dientes. Me subí el pantalón y salí corriendo como alma que lleva el diablo mientras seguía haciendo pis entre zancada y zancada. Mi chandal lila ahora tenía un surco característico color morado-saladino en la entrepierna.
Los perros se habían excitado con la idea de la caza de un dominguero gordo y creo que corrían más rápido. El corazón, acelerado como un quinceañero en la ruta de Valencia, me llamaba hijoputa tres veces por latido. Debí batir algún record de velocidad en la distancia desde la meada hasta la valla de la casa más cercana, que por cierto no recuerdo haber trepado. Puede que se tratara del primer caso de teleportación, porque en milésimas de segundo había una valla entre los perros caníbales y yo. Intenté recobrar la respiración y que el corazón, que parecía haberse instalado en mis sienes, bajara de mi cabeza y volviera a su sitio.

Apoyé las manos sobre mis rodillas resoplando y me di cuenta de que estaba empapado. “Mierda” pensé. Estiré de la cintura elástica del pantalón para que entrara un poco de aire y se secara, pero estaba demasiado húmedo. Empecé a sacudir el pantalón para acelerar el proceso. Miré alrededor, no sabía donde estaba. Me asomé al lateral de la casa mientras aireaba el pantalón. Entonces ví a la vecina de las lombardas galácticas regando las plantas. ¡Estaba tremenda!
—¿Está buena, eh?—escuché detrás de mí
—Siiiii —me salió automáticamente, mientras daba ritmillo al elástico
—¡Hijodeputa!
Me giré y ví un tipo con un arma. Debía tratarse del marido, creo que es policía
—Meneándotela en mi jardín. Delante de mi mujer —gritó apuntándome
Y disparó. La bala pasó a un palmo de mi culo. Corriendo como un cobarde salí de allí lo más rápido que pude, escapando de ese loco.

Llegué a casa destrozado, meado, disparado y excitado. ¡Joder!, hacía muchos años que no me sentía tan vivo.

Mi mujer se hacía cruces cuando vio las pintas que traía
—María, no preguntes —dije yendo a la ducha y la amenacé sexualmente —, pero te vas a enterar cuando salga

perrolluvia

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Mañana me levantaré y haré las cosas que hago antes de ir a trabajar. Iré al baño y me ducharé. Luego me vestiré y saldré a trabajar. Por el camino compraré un diario y desayunaré un pastel de hongos y un zumo de pera mientras leo.

Cuando llegue a la oficina, puede que vea o no a la preciosa presidenta de la empresa. No me acuerdo. Normalmente siempre la veo, así que es posible que también la haya visto mañana. Subiré por las escaleras de dos en dos y tropezaré haciéndome mucho daño en el tobillo. Esto será crucial para que más tarde, mañana, muera.

Trabajaré rápido pero con muchos errores, ya que el tobillo me arderá por dentro. Probablemente tendré un esguince. Me pregunto qué consecuencias tendría el que me cure ahora, hoy, un tobillo que me lesionaré mañana. Eso no es nada comparado con las consecuencias que tendrá que no muera mañana.

Cuando salga del trabajo iré a comer a St.Suitton. Allí hacen un can al cilantro con nabo y nuez delicioso. Beberé vino de arroz y me pasaré un poquito. Es curioso que hoy tenga resaca, parece como si la consecuencia acompañara a su creador.  Saldré del bistró iré a cruzar la calle, miraré por el carril contrario al del tráfico, estilo “maldición del Inglés errante” y no veré el autobús que se me echará encima. Intentaré esquivarlo pero me fallará el pié lesionado y moriré atropellado.

Llevo un rato pensando qué hacer y cómo enfrentarme a ello. He decidido que si la consecuencia me persigue, lo más probable es que se desencadenen una serie de bucles sin salida posible. No hay un catalizador de consecuencias para lo que hago. La única posibilidad es finalizar mi vida aquí y ahora; así no podré morir mañana. De modo que termino conmigo ahora mismo.

¿THE END?

¿epílogo?

No lo recordaba, pero ayer es un día precioso. Ayer será un gran día

perrolluvia

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Soy vigilante nocturno en el hotel Norte, situado en la estación del mismo nombre. Paso las horas muertas en la recepción, a ratos de pie, a ratos sentado tras el mostrador, junto a los empleados del turno de noche. Para pasar el tiempo, nos gusta observar a la gente que entra, y jugamos a adivinar a qué se dedica cada uno. Hace un par de meses, apareció por la puerta alguien que enseguida me resultó familiar. A veces conoces a un tipo, pero no sabes de qué, sobre todo cuando le ves fuera del contexto habitual. Pero no tardé mucho en darme cuenta de que era mi médico de cabecera, pues, por desgracia, le visito más de lo que me gustaría. Serían las dos de la madrugada, no llevaba equipaje y le acompañaba una mujer que no estaba nada mal. Su actitud me llamó la atención, parecían desconcertados, despistados o quizás tremendamente tímidos. Cuando a esas horas llega una pareja sin maletas, mi compañero de la recepción les hace pagar en el momento, sin esperar a que abandonen el hotel, como sería lo normal. La mujer hizo una mueca de asombro, y a la vez se puso roja como un tomate, mientras su acompañante sacaba la cartera. Hasta lo que yo sabía, el matasanos estaba felizmente casado, tenía dos niños y llevaba una vida vulgar y corriente. Pero, después de ver aquello, comencé a pensar que el señor doctor quizás escondía un secreto. Menos mal que él no se fijó demasiado en mí, y no pareció reconocerme, porque hubiera sido una situación un tanto embarazosa para los dos. Cuando se metieron en el ascensor para subir a su habitación, empezamos a especular si sería su amante habitual o si tendría una colección de ellas. Yo aposté por lo primero, pues me costaba ver a mi médico como un don Juan desenfrenado.

Olvidé el asunto con el día a día, hasta el mes siguiente, que los vi por la calle agarrados de la mano y muy acarameladitos, cuando yo volvía del videoclub. Me giré hacia un escaparte para que no me vieran la cara, y les seguí disimuladamente con la mirada, hasta que torcieron por la siguiente esquina. Tuve tentaciones de ir tras ellos, por mi innata naturaleza de observador, que no de cotilla, pero me estaban esperando en casa para ver la peli que acababa de alquilar, y no tuve más remedio que frenar mis instintos de detective.

Poco después tuve que acercarme al ambulatorio a por las recetas que necesito mensualmente. Fui temprano, antes de que empezase la frenética actividad normal del lugar y, cuando estaba esperando a que me llamara la enfermera, vi aparecer a aquella misma mujer por la puerta. Esta vez caminaba sonriente y segura, y me quedé perplejo. La cosa era más grave de lo que yo pensaba. Levantó la cabeza a modo de saludo hacia el mostrador de la entrada y avanzó directa hasta la consulta donde estaba él. Entró, y a los pocos minutos salió con cierta prisa hacia la calle, mientras yo no dejaba de mirarla con cara de asombro. ¿Iba a visitarle descaradamente a su trabajo? Conseguí mis recetas y me marché a casa lleno de curiosidad, rumiando aquel asunto.

La semana pasada tuve que volver a la consulta de la enfermera para que me tomara la tensión. Soy hipertenso y tengo que hacerme controles regulares, no me vaya a dar un patatús. No se me había olvidado el asunto de mi médico y su amante, pero no imaginaba que volvería a coincidir con ella otra vez. Cuando entré en el ambulatorio, ella estaba charlando en el vestíbulo con un colega de su amante. Entonces pensé que quizás ya fuera algo oficial y el doctor estaba a punto de abandonar su anterior vida, sin necesidad del anonimato que da la noche en un hotel. Pensé en su mujer y sentí lástima por ella y por sus hijos. Si esa mujer estaba allí tan campante, debía ser ya vox populi que era la amante con mayúsculas. Antes de atenderme, la enfermera habló con aquella mujer muy cordialmente, como si tuviera confianza con ella. Al parecer, la cosa iba en serio.

Yo tenía razón, si hubiéramos apostado de verdad, yo ganaría un dinerito. No sólo era la amante habitual, sino que además estaba claro que iba a ser su nueva mujer, por la naturalidad con la que se desenvolvía entre los compañeros de trabajo de él. No pude dejar de lado mi necesidad de observar y controlarlo todo, juro que no es cotilleo, y, cuando la mujer entró en la consulta para encontrarse con él, me acerqué a la enfermera y le pregunté descaradamente si el doctor se había separado de su mujer. Ella me miró muy asombrada y me preguntó que a qué venía eso. Yo también tenía ya alguna confianza con aquella enfermera que me había visto el culo unas cuantas veces, así que le conté todas mis conjeturas a raíz de lo que vi aquella noche de hacía dos meses en el hotel Norte. Se echó a reír con ganas y me sentí un poco ridículo. No entendía qué le hacía tanta gracia, pues a mí me parecía un asunto muy serio. Al parecer, se apiadó de mí y de mi ignorancia sobre todo aquel asunto y, aunque recalcó que no me concernía en absoluto, quiso contarme algo que quizás no le gustase mucho al señor doctor que se supiera por ahí.

Y comenzó su relato…Me explicó que una mañana, el médico llegó muy cabreado al trabajo y contó lo que le había sucedido la noche anterior. Volvían algo tarde de una fiesta familiar y su hijo pequeño se quedó dormido en el coche. El garaje lo tienen a más de cinco minutos de su casa, con lo que él y su mujer  — ¿Su mujer? — pregunté. — Sí, su mujer, calla y escucha — me dijo ella. Pues él y su mujer decidieron dejar primero a los niños y luego ir a aparcar. Tuvieron que despertarle para subir a casa y el niño pilló tal rebote, que les echó la cadena por dentro, de forma que cuando regresaron del aparcamiento no podían entrar. Llamaron y llamaron al timbre y por teléfono, para que los niños les abrieran la puerta, pero no había manera. El hijo mayor se había dormido enseguida y no oía las llamadas, y al pequeño se le debió pasar la rabieta en cuanto hizo su trastada, y también se fue a la cama. Después de más de una hora de intentar que les abrieran, decidieron ir a un hotel a descansar un poco, antes de volver a casa temprano para volver a insistir. Hasta entonces, todavía no les habían dejado nunca solos por la noche, y eso les tenía preocupados. No tenían ni idea de a qué hotel ir, pues en Madrid nunca habían pasado la noche en uno, así que se acordaron del de la estación y allí se presentaron a las dos de la madrugada y sin maletas. Pasaron algo de bochorno porque les hicieron pagar por adelantado, con lo que supusieron que el recepcionista pensó algo que no era. Apenas pudieron dormir, y muy temprano salieron de allí para volver a casa cuanto antes. Ya se podía entrar, pues el hijo mayor acabó despertándose, aunque ya tarde, y oyó los insistentes mensajes en el contestador, por lo que quitó la cadena. Cuando fueron corriendo a la habitación, los dos dormían plácidamente y todo estaba bien.

Y eso era todo. La enfermera se cachondeó de mí y de mi mente calenturienta. Reímos un buen rato, mientras me tomaba la tensión, y no tuve más remedio que reconocer que mi instinto de detective era una mierda. Pero la verdad es que aquella misma noche seguí jugando con mis compañeros a nuestro juego favorito, en cuanto entró por la puerta del hotel un señor con bombín y un maletín en la mano. Eso sí que no era nada normal.

Noviembre 2008

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