Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for diciembre 2008

La chica del reloj dice:

—Mamá, tengo algo que decirte.

A su lado hay una mujer rubia, de unos 50 años, que mira hacia otro lado. La chica del reloj mira el reloj.

—Mamá, no soy feliz.

La mujer pasa la mano por el cuello de su abrigo con estampado de leopardo. Se mira las uñas pintadas de color marrón.

La chica del reloj mira a la mujer. La mujer dice:

—Nunca sabes que existe hasta que lo pides.

Después, abre su bolso y saca una agenda. Pasa las páginas con los finos dedos. Comienza a anotar algo.

El camarero se acerca a la mesa. La chica del reloj no dice nada. La mujer dice:

—Tomaremos la dorada salvaje y las nécoras de la bahía. Beberemos champán rosado.

La chica del reloj dice:

—Dentro de tu cabeza sé que tiene que haber algo.

El camarero sirve el champán y las nécoras. La mujer bebe un sorbo, se arremanga y empieza a comer.

La chica del reloj mira el reloj. Enciende un cigarrillo. Dice:

—Sabes que no me gusta el champán.

La mujer dice:

—Es curioso cómo estando tan hacia el interior tenemos por aquí un marisco de primera.

La mujer toma la copa, la alza y dice:

—Salud.

La chica del reloj llama al camarero y pide una coca cola. Mira las nécoras.

La mujer dice:

—Créeme, siempre he conseguido todo lo que me he propuesto.

La chica del reloj apaga el cigarro. Dice:

—Mamá, dejo la universidad.

Se levanta, le da un beso en la frente y se va.

El camarero cambia los cubiertos y sirve la dorada. La mujer se queda mirando al infinito. Dice:

—En el fondo me haces falta.

Read Full Post »

Historia de Manuel

Querido Fernando:

Tendría que haberte escrito antes, o mejor aún, llamado, quedar para hablar, yo que sé, algo… que eres mi hermano. No quiero excusarme diciendo “todo ha pasado muy rápido”, pero bueno…lee y estoy seguro de que comprenderás.

 

Hace ya… pues casi tres meses, volvía a casa después de pasar la mañana en la oficina: cafelito, Internet, expedientes, aperitivo…en fin, lo de siempre. El Metro iba a reventar, así que en Nuevos Ministerios bajé para dejar salir a la gente que me empujaba, y justo antes de volver al vagón se me acerca un tío, sonriéndome de par en par.

          ¿Cómo estás, Manuel? Cuantísimo tiempo –dijo muy efusivo, sacudiéndome la mano-. ¿No me reconoces?

          Pues…va a ser que no, que ni te conozco, ni soy Manuel –le dije con cara de pocos amigos-.

          No ¿eh? –apenas se sorprendió-. Bueno, si no me quieres saludar, no me saludes…Mira –sacó un carnet de alguna ONG-. Estamos recogiendo fondos para las inundaciones en Vietnam. No hay agua corriente, muchos problemas de higiene…bla, bla, bla… así que vendemos este jabón para concienciar a la gente…

          Perdona, perdona, pero tengo prisa…

          ..toma –me entregó un paquetito sin escucharme-. No te asustes, te lo doy gratis. Después se volvió hacia un grupito de estudiantes, desentendiéndose de mí-.

Aunque estaba sin abrir, y era jabón de Marsella, el tío me había parecido tan raro que lo cogí con dos dedos y lo tiré en la primera papelera.

 

Pasé la tarde en casa como de costumbre, viendo culebrones y concursos. Después de mi sopa de sobre y mi yoghourt desnatado pasé por el baño para lavarme los dientes. Mientras me enjuagaba me acordé del tío del Metro. Pedir, mendigar…convencer de causas imposibles. Ese era su trabajo, con vacaciones en lugares aún más tristes. Recordando mi butaca y mi mesa limpia en el Ayuntamiento, yo sonreía ante el espejo, más aliviado que satisfecho.

Pero viendo las canas sobre los ojos miopes y cercados de bolsas, y la indecente y colgante papada, me acordé de los tiempos en que lucíamos orgullosos nuestra boina de guerrilleros –Paquito, Elena, Pepa, tú y yo, ¿eh, Ferni?, menuda pandilla-, y en el camino recorrido desde entonces hasta mi silla del Ayuntamiento. Y no sé por qué me acordé de aquella fábula de tres tíos a los que dan cinco euros –o algo así- y al final de la historia tienen que rendir cuentas. A punto de preguntarme dónde había echado yo mis euros, me sorprendió, como siempre, una expresión de bostezo absoluto. Escupí los restos del colutorio y me sequé cuidadosamente, con mi toalla oliendo a jabón de Marsella. Siempre jabón de Marsella, Ferni, el olor de mamá…

 

Al día siguiente, a la salida del Metro, había un stand del Círculo de Lectores haciendo propaganda. Ya sabes, Fernando, qué coñazo son estos tíos. Pero el caso es que una chica –bastante mona, por cierto- se me acercó, saludándome, al parecer, con mucho afecto:

– Cómo has cambiado, Manolo. Estás muy guapo. ¿Has adelgazado, verdad? –hizo ademán de darme dos besos, pero yo la atajé-.

– No soy Manolo, te has equivocado, y no te voy a comprar nada. Ya soy socio del Círculo –dije, escabulléndome-.

– Bueno, hombre, tranquilo –dijo sin dejar de sonreir-. Te habré confundido con un amigo, pero es que eres igual…

Se me quedó mirando hasta que cogí el ascensor. Yo no me atrevía a apartar la vista de las puertas de la cabina, un poco avergonzado de  de no haberle dicho que también estaba muy buena –porque el caso es que lo estaba, Ferni- o que se conservaba bien o que…vendía muy bien los libros, no sé, cualquier tontería de esas, que nunca atino a decir en el momento justo. Ya me conoces, siempre he sido muy parado. Pero lo que si sentí, cuando ella se inclinó para darme los dos besos, fue un discreto olor a jabón de Marsella.

 

Cuando llegué a la oficina, me dijeron que me llamaba el Jefe del Negociado. Me recibió con una sonrisa –para mí- inédita y me explicó que había sido preseleccionado para una comisión de servicio en Viena “un intercambio entre Ayuntamientos, compartir experiencias, formación, nuevos rumbos del urbanismo, y esas cositas…Dietas, indemnización extra por desplazamiento y…bla, bla, bla”. Tú sabes lo que me gusta Viena, casi desde pequeño, y sobre todo desde que leí El Tercer Hombre, ¿te acuerdas, Ferni, cuántas veces hemos visto la película?.

          …entonces, qué le parece, Manuel…o Manolo, ¿cómo prefiere?-

          Pues, verá…es que  yo no soy Manuel

          ¿Cómo? ¿No es Vd. Manuel Álvarez Carmona?

          Pues no. Ese es otro compañero, que aprobó unas oposiciones para la Comunidad y se ha incorporado esta semana a su destino en la Consejería de Cultura…

          ¿Está seguro? Tengo que hablar con mi Secretaria, ¡estos de administración se han vuelto a confundir! En fin, una lástima, porque…claro, el puesto era para ese señor, ya sabe Vd. como son estas cosas…

          Sí, claro, claro, muchas gracias en cualquier caso.

“Podría haberle dicho algo, no sé, también yo estoy capacitado, tengo conocimientos de alemán, creo que también tengo el perfil…”. Sentado en mi mesa, me levanté y volví a sentar hasta cuatro veces, antes de correr de nuevo al despacho del Jefe. Pero en la puerta, la Secretaria me detuvo en seco, alzando las cejas.

          Ahora no se le puede molestar

          Será solo un minuto…

          Será mañana. Ahora es imposible

Y aquello fue inapelable, Ferni. Entré en el servicio, y después de usar a conciencia el inodoro –lo había pasado mal en la entrevista, y peor decidiendo si volver o no al despacho- me lavé las manos. En lugar del depósito de gel espumoso, habían puesto jabón que, lógicamente, no era de Marsella. Miré largamente la pastilla, mientras volvía poco a poco en mí. Bien mirado, en el Ayuntamiento no sé estaba tan mal; se estaba muy bien. Además, en Viena hacía mucho frío. Y siempre me quedaría el DVD de El Tercer Hombre; en cuanto a los euros –o los talentos-, eso eran cosas de cuentos, como las hadas madrinas y la varita mágica.

 

De vuelta a casa, paré en un bar para tomar una manzanilla. Aún me sentía acelerado y no tenía sobrecitos en casa. Sentado en la barra, sentí que me tocaban en el brazo.

          Manuel, hijo, qué alegría verte –una anciana de negro raído me cogía la mano-

          Disculpe señora, pero yo no…-callé al advertir los gestos del camarero, pidiéndome que siguiera la corriente-.

          Tienes que acompañarme a casa, hijo, me he vuelto a perder. Es que casi no veo –sus ojos apenas asomaban tras los cristales multirrayados de sus gafas-. ¿Sabes por qué te he reconocido? Por el olor a jabón de Marsella. Sigues lavando igual, ¿verdad hijo? Anda, vámonos a casa y merendaremos chocolate, ¿eh? Verás que bueno…-. La vieja, temblona, me agarraba con su mano huesusa y helada.. Los restos de su pelo amarillento se pegaban al cráneo en un moño. Mascaba y mascaba con sus encías casi sin dientes, y al hacerlo encogía aún más sus millones de arrugas. Tenía un aire de animal perdido y un olor a cerrado, como de trasto viejo. Aún permaneció un momento con sus ojos empañados mirando al vacío, y luego, sin decir nada, soltó mi mano lentamente y se marchó.

          ¿Vive cerca? –pregunté al barman-.

          Ni idea. Tenía un hijo que sí venía alguna vez, pero murió hace un par de años. Desde entonces, ella aparece alguna vez por aquí…A veces la recogen esos del Samur social…

          Pero, ¿no está en ninguna residencia?

El camarero se encogió de hombros y fue a atender a un cliente. Me acerqué a la salida. La anciana cruzó la calle sin semáforos, y a punto estuvo de ser arrollada por el autobús. Ni siquiera el frenazo y la bocina la hicieron reaccionar. Yo me quedé en la puerta del bar viendo como el bulto de la vieja se perdía, bamboleándose calle abajo, hasta que desapareció de mi vista, metiéndose por una callejuela. Y en ese momento, salí corriendo del bar.

******************

Te escribo para despedirme, Fernando. La residencia donde llevé al “Hada del Chocolate”, como la llaman, está cogestionada por aquélla ONG que regalaba el jabón de Marsella. Empecé visitándola una tarde a la semana –para tomar chocolate-, y después trabajando como voluntario. También me las he arreglado para liar en el tema a Mónica, la chica del Círculo. Salimos para Vietnam pasado mañana.

Por cierto, han vuelto a ofertar esa comisión de servicio para Viena. Pero ahora, lo único que quiero es llegar a Vietnam y lavar la ropa con jabón de Marsella, pues tengo miedo de que mi vieja, mi hada madrina, no pueda reconocerme a la vuelta.

Se despide de ti con un fuerte abrazo tu hermano,

 

Manuel

 

PD: Como el Hada del Chocolote, habrás notado que yo también tengo nuevo nombre. Aunque siempre seremos hermanos, a Manuel le debo algo que yo solo no supe encontrar aquella noche frente al espejo

 

Read Full Post »

PASOS

Los oye cada vez más cerca, y acelera aún más su carrera. A veces coge el pasillo que cruza a la izquierda, otras a la derecha, algunas sigue de frente. Pero no encuentra una salida, ni un final. Sólo el túnel infinito ante su vista. No ve paredes, sólo una bóveda enmarañada de tubos, cables, hierros. Luces que van muriendo, amarillentas, y un suelo que no puede ver, pero que siente duro aunque irregular, cuajado de pequeños charcos, donde restallan sus propias pisadas, que se confunde con el eco de los pasos que le siguen. Y él corre, casi sin aire en los pulmones, sudando y temblando, batiendo los charcos sobre el piso, y mirando hacia el final del túnel que no acaba. Toma una vez más el pasillo de la derecha desemboca en un corredor cerrado. Sigue hasta el fondo y se para ante una puerta oscura, cruzada con un barra. Toca la puerta, mira hacia atrás, duda. Oye cómo los pasos se acercan y entonces un bramido espantoso resuena en el subterráneo. Empuja palpitando el pestillo y la puerta cede.

 

*****************

Jandro había salido de hacer las compras navideñas en unos grandes almacenes. Apuró la hora de cierre mucho más allá del “Señores, dentro de diez minutos este centro cerrará sus puertas”. Fue el último en pagar, y hubo de repetir varias veces la operación con la tarjeta de crédito. Sólo quedaban allí la cajera, impacientemente silenciosa y Jandro. Los vigilantes le esperaban para cerrar las puertas. Luego descendió al sótano 2, dejó las bolsas en el suelo y sacó la cartera para pagar el parking en el cajero automático. Finalmente otro vigilante le indicó la puerta por donde debía salir. No le sorprendió que, con gesto hosco y apresurado, el vigilante lo despidiera sin una palabra. Pero el cerrojazo en la puerta chascó en el aparcamiento subterráneo demasiado rotundo, el se movió inquieto, contemplando la puerta cerrada.

 

Caminó hacia el coche, pero al llegar a la plaza donde creía hallarlo la encontró vacía. Avanzó unos puestos más allá sin encontrarlo. Tomó el pasillo de la derecha y lo recorrió hasta el final. Luego volvió sobre sus pasos y cogió el de la izquierda, pero el coche –ningún coche- aparecía. Pensó que se había confundido de planta y buscó el ascensor. Tampoco encontró la puerta por donde había entrado, y al lado de la cual estaba el ascensor. “Claro, con las vueltas que he dado, me habré despistado”, murmuró, pero casi inmediatamente empezó a sudar.

En ese momento lo oyó. Pasos oscuros que sonaban pesadamente a su espalda. Al principio se alegró de tener a alguien a quien preguntar, y se  volvió. Pero la figura se quedó a unos veinte metros de él, sin que la escasa luz permitiera verle la cara. Pasaron unos segundos y ambos permanecieron inmóviles. El otro parecía consultar una libreta o una foto, y Jandro no conseguía verle el rostro, apenas podía ver la silueta. La forma de su cabeza era extraña. Bruscamente, levantó el brazo y volvió a bajarlo, como llamándole. Repitió el gesto, pero esta vez emitió una especie de gañido, casi un alarido en el subterráneo vacío, y comenzó a avanzar hacia él. Su cabeza casi se balanceaba, había algo bestial, era prácticamente una silueta humana y una cabeza animal. Jandro comenzó a retroceder y de pronto, tras otro gruñido salvaje, la figura empezó a correr hacia él, con la mano levantada. Y Jandro salió huyendo túnel adelante, seguido por los pasos opacos que corrían tras él.

 

*****************

Al otro lado de la puerta, tras un rellano oscuro, hay una escalera que se retuerce, muy empinada, a la izquierda. Jandro empieza a subir alocadamente en la penumbra, pero a mitad del tramo le falta el aire, y se detiene. Escucha en silencio. Respira aceleradamente y se lleva la mano al pecho. Entonces se da cuenta de que ha perdido la cartera. Y en seguida, un golpe fuerte abre y cierra con violencia la puerta, ahí abajo, y otra vez, el gañido furioso llena el hueco de la escalera y los pasos empiezan a golpear los peldaños.

 

Jandro termina de subir atropelladamente y faltando dos escalones tropieza y cae. Se golpea en las costillas y siente un dolor agudísimo. A trompicones se levanta ante una nueva puerta. Aprieta el pestillo como puede y la puerta se abre ante un nuevo túnel inacabable, otra vez surcado de pasillos a un lado y a otro, casi sin luz y con el techo cerrándose contra él. Corre ya desesperado, entre los charcos del suelo invisible, ciego y con el pecho a punto de estallar. Cree ver una luces al fondo y sigue túnel adelante, sin desviarse a derecha e izquierda. Tropieza un par de veces y avanza, trastabillando, hasta caer sobre un tobillo. Trata de levantarse, pero su tobillo se niega y apenas da un par de pasos hasta desplomarse de bruces. Los pasos se aproximan, llegan y se extinguen. Un gruñido de satisfacción y una respiración pesada.  Jandro sólo puede girar el cuello, a tiempo para ver a la figura muy cerca, que se agacha junto a él, que acerca su horrible cabeza de animal, y su gruñido de triunfo y la respiración pesada le golpean en la cara. Ahora la bestia extiende su brazo hacia él, casi le toca cuando Jandro siente que todas las luces se apagan, y con el último aire de sus pulmones, aúlla en el túnel solitario:

 

         ¡¡¡NOOOOOOO!!!!

 

Unas linternas se aproximan hacia las dos figuras en el suelo. Al llegar, el que marcha delante habla:

         Coño, mudo, ¿pero qué le has hecho?

El mudo, que da palmaditas en la cara de Jandro, tratando de reanimarle, contesta con un gruñido inarticulado, y con la mano libre gesticula, sin dejar de gruñir, tratando de explicarse. Los otros asienten y sonríen.

         O sea, que se le había olvidado la cartera, se la enseñas, y cuando se la vas a dar, echa a correr. Y tú, detrás…

         Claro joder, con lo oscuro que está el parking, lo bien que te explicas y esa voz que Dios te ha dado, cualquiera echa a correr…Y encima, con el gorrito de reno de Papá Noel…Si es que manda huevos…

–    Ya te digo…¿A quién se le ocurre poner un segurata mudo, sólo y en turno de noche?

Read Full Post »

FLORES DE PAPEL

 FLORES DE PAPEL

 

Parecía triste, allí, de pie, a lo lejos.  el horizonte, daba la sensación de querer arrojarse por el acantilado. A los pocos minutos, se dio la vuelta y se alejó.

 

Cada día, a las 7:00 de la mañana, se acercaba hasta el mirador y hacía un gesto con el brazo, parecía tirar algo al mar.  Permanecía allí durante 10 minutos exactamente y se iba en su mini a toda prisa por el camino de acceso al faro.

 

La tristeza que denotaban sus gestos fue calándome profundamente y quise saber algo más. Mi intuición y mi tendencia a querer saber siempre algo más  me tenían nerviosa.

 

Una de esas mañanas, cuando se acercó al precipicio, bajé corriendo de mi puesto en la atalaya, cogí mi vespa y salí hasta el cruce del camino con la carretera que iba de Javea a Denia y esperé a que pasara con su coche negro. Le seguí como pude.  Paró frente a un jardín lleno de flores blancas, de infinidad de especies. Rodeó los setos pasando levemente la mano sobre los brotes y se metió en una pequeña casita de madera que se dibujaba al otro lado del jardín.

 

Desde donde estaba pude apreciar que en la puerta había una chapa con una inscripción, pero no alcanzaba a leerla. Con mucho cuidado, para no ser descubierta, me introduje en la propiedad del desconocido, al cual llamé Sujeto X. Me acerqué lo suficiente para poder verla con cierta claridad: “nunca te dejé sola”. ¿Sola?, ¿a quién?, parecía fascinante. En lugar de salir de allí e irme al faro, me quedé un rato más, quería saber.

 

Me asomé por una de las ventanas que daban al parterre y ahí estaba él, escribiendo en un IBM. La mesa donde trabajaba se encontraba orientada hacia una ventana, que daba a la parte trasera de la casa. Sentí curiosidad por verle la cara, su espalda no me desagradaba en absoluto.

 

Todo parecía tan misterioso que quise continuar con mis pesquisas y descifrar qué ocultaba.

 

X siguió enfrascado en su trabajo y yo regresé al mío.

 

Durante la noche ideé un plan para seguir con mi investigación.

 

Al día siguiente, sobre las 6:30 ya estaba delante de su casa. Esperé a que saliera, se subiera a su mini y se alejara a toda velocidad. Parecía ansioso por llegar a su cita diaria.

 

Di vueltas alrededor de la casita por ver si había alguna rendija que me facilitara el acceso al interior. La ventana, junto a la que X mecanografiaba, estaba ligeramente abierta. Apenas me costó abrirla del todo. Me fascinó mucho la decoración, parecía de alguien que había viajado mucho, que tenía muy claro lo que quería y cómo lo quería.

 

Lo primero que hice fue leer el documento que tenía abierto en ese momento y leer: “ …Ella me observaba cada mañana desde el vano más alto de su fortaleza, estaba demasiado segura de que yo no presentiría su mirada, ni tan siquiera intuía que ella era el motivo de mis visitas. Sabía que algún día lo haría, me seguiría e intentaría saberlo todo sobre mí. Siempre fue así. Cuando éramos niños, varias veces intentó reventar el candado de mi diario…”

 

El corazón me latía a mil por hora, salí rápidamente y corrí como una loca, cogí mi vespa y enfilé la carretera hasta el camino del faro, donde me crucé con el mini. Intenté ver a Sujeto pero miraba hacia el otro lado, como buscando algo en la guantera del coche.

 

Una vez en el quicio de la puerta recapacité, no tenía porqué hablar de mi, podía referirse a otra persona, ¿será un escritor loco que utiliza a los demás para desarrollar sus relatos?. Mejor dejarlo estar.

 

Cuando llegó la noche, después de cenar y más relajada en mi sofá dejé de pensar en ideas imaginarias. Que absurdo, pensar que alguien pudiera hacer algo semejante.

 

Al día siguiente volvió, hizo su ritual gesto con la mano. ¿qué lanzaría al mar?. Pero esta vez, cuando se dio la vuelta miró hacia arriba, me clavó los ojos y se alejó. Me pasé el día entero dándole vueltas al tema, tenía que volver, tenía que leer más, salir de dudas.

 

Al amanecer ya estaba en el jardín de X, agachada, detrás de la verja. Él como cada mañana acudió al faro. Cuando le perdí de vista me introduje en la casa, por el mismo hueco que el día anrterior. Con las manos temblando busqué el escrito entre los ficheros del ordenador. Econtré uno etiquetado con el nombre 7332_BLANCA.

 

Apenas podía sujetar el ratón, los nervios no me dejaban ver con claridad las letras. Al final pude leer: “…me gustaría poder decírselo, decirle quién soy, porqué he vuelto. Era tan complicada nuestra relación, bueno en realidad ella era la complicada, jamás entendí su modo de ver la vida. ¿Por qué no puede ser como las demás?, podía haberse conformado con una vida más normalita, más ordenada. Pero no, ella siempre quiso algo más. Ya han pasado muchos años y jamás la he olvidado, siempre supe de su vida. Nuestros amigos comunes me tenían informado, también se que ella nunca preguntó por mi. No se si querrá volver a verme, si me reconocerá. He venido dispuesto a reconquistarla. Se que no puedo hacerlo del modo tradicional, presentarme en su casa y decir aquí estoy, soy yo, no me he olvidado de ti, ¿lo intentamos de nuevo?. Me daría una patada en el culo sin pensárselo dos veces. Ayer no vino, la eché de menos, me gusta volver y oler su perfume, es a lo único que ha sido fiel, a eso y a su trabajo en el faro… “

 

No daba crédito a lo que había escrito, no podía ser, mi corazón cabalgaba como jamás lo había hecho, me atropellaron recuerdos de veinte años atrás. Vins, el amor de mi vida, nunca me entendió. De niño era muy hermético nunca quiso enseñarme su diario, más tarde entendí la razón, siempre estuvo enamorado de mí. Cuando teníamos diecisiete años, yo empecé a mirarle con otros ojos, nos compenetrábamos genial, parecía evidente que estábamos hechos el uno para el otro. Cuatro años más tarde, un buen día se le ocurrió sujerirme que nos fuésemos a vivir juntos. Me negué rotundamente, si todo iba bien porqué habríamos de cambiarlo. Siempre pensé que convivencia y amor no se podían mezclar, lo uno descompone a lo otro hasta deborar toda la magia que hubo en un principio. Supongo que cierto toque de incertidumbre me hacía sentir libre, aún era demasiado joven.

 

Después de mi rechazo Vins se fue distanciando cada vez más hasta que un buen día desapareció.

 

 

Seguía allí de pie recordando  el pasado cuando, inesperadamente, se abrió la puerta antes de lo previsto. Se apoyó en el marco, con el brazo en alto y sonriendo, tranquilo, muy seguro de sí mismo, nada usual en él. Y comenzó a hablar, para variar. Hola Blanca, ¿qué haces en mi casa?. Mi rostro enrojeció. No sabía que decir y recurrí torpemente a los tópicos.

 

– Hola Vins, cómo has cambiado, ¿qué ha sido de tu vida?. Te veo bien, realmente estás genial.

 

Se acercó hasta mí y con el dedo índice me selló los labios.

 

– Calma, poco a poco, siéntate y hablemos.

 

Estuvimos durante horas charlando sobre nuestras experiencias durante este largo tiempo sin saber nada del otro.

 

– Por cierto, ¿qué lanzabas al mar?

 

– ¿Al mar?, una flor blanca, y un papel en el que cada día escribo lo que me ocurre, como en un diario. Después lo tiro al cálido Mediterráneo, con cierta tristeza. No quiero mirar atrás. Cada día intento reescribir mi propia historia. Me lo prometí hace poco más de 20 años y hoy te lo prometo a ti.

 

Sonreí, no pudiendo evitar una lágrima, muchos recuerdos, muchas añoranzas, le había echado tanto de menos. Ahora allí frente a él todo volvía a cobrar sentido. Él no se imaginaba lo mal que lo pasé durante su ausencia. Al poco de rechazar su proposición, recapacité, quería estar con él toda la vida. Pero ya había desaparecido. Mi vida se convirtió en un ir y venir de unos brazos a otros. Pero a cada hombre le faltaba algo, siempre encontraba una excusa para salir huyendo.

Hoy se que mi búsqueda a terminado.

 

Read Full Post »

CARACOLES AL SOL

CARACOLES AL SOL

En una habitación de un pequeño hotel en el centro de Selviella la Grande, dormía felizmente Cesareo Puñete. El no lo sabía pero iba a ser el día más largo de su vida. Sonó el teléfono y dio tal salto de la cama, que se llevó la sábana enredada entre las piernas, y aun desorientado, tropezó con el pantalón que dejó la noche anterior en el suelo, con tan mala fortuna que fue a caer de bruces contra el aparador de la habitación. Inmediatamente le salió un gran chichón que no le ayudaba en absoluto a suavizar sus facciones algo rudas, el bulto era de tales proporciones que le plegaba parte del ojo derecho, el bueno.

El teléfono continuaba sonando insistentemente. Mientras se sujetaba el montañón de la frente con una moneda de dos euros, le dio tiempo a aclararse, ya sabía donde estaba. Le habían llamado el día anterior bien de mañana. Una voz lúgubre le comunicó que su tía-abuela Silvina había fallecido, que era D. Anselmo albacea de la difunta y que tenía que acudir lo antes posible para hacerse cargo de lo que le había dejado en testamento.

– Si, dígame
– Pues nada que le llamo, para comunicarle que vamos a firmar la herencia en la cafetería D´ANSELMO, mayormente porque me coge mejor hacerlo en el susodicho sitio.
– De acuerdo, no se preocupe, ¿le importaría indicarme como llegar hasta allí?
– Pues nada, sale del hotelillo, gira a la derecha y todo pa lante hasta que se choque con un cartel que pone CAFETERÍA D´ANSELMO con una flecha revuelta que indica que hay que meterse en la callejuela y volver a meterse a la derecha. Allí estaré esperando, en la puerta, para que no se estravíe.
– Genial, en media hora salgo. Hasta ahora
– Eso mismo.

Era todo tan surealista que Cesáreo, nombre que puede agradecer a su tía-abuela Silvina, hermana de su padre y madrina de éste, que no sabía muy bien con lo que se iba a encontrar.

Se fue paseando hasta la cafetería, que estaba 200 metros más allá del hotel, giró en el callejón y a la derecha había un entrante donde se encontraba la tasca. Y allí plantado en la puerta D. Anselmo, hombre corpulento de cintura para arriba, la panza le empezaba en el cinturón del pantalón y moría en la barbilla, lo que le dificultaba bastante los movimientos. Con gesto bonachón se abalanzó sobre Cesáreo y le conminó un buen abrazo y un sentido pésame.

– Vamos padentro amigo, te he preparado algo para desayunar que estarás agotado del viaje de ayer.

Sobre una mesa había un plato con bollos de diez tipos diferentes, otro con jamón, otro con queso, una jarra de vino, un plato de migas. Vamos para dar de comer a veinte personas. El pobre D. Anselmo no sabía que hacer para que Cesáreo se encontrara como en su casa. Era comprensible que Silvina hubiera confiado en él para la tarea de custodiar su testamento.

– Bueno D. Anselmo, si quiere podemos pasar a leer el legado.
– No no, primero coma y coja fuerzas, hay tiempo.

Cesáreo pidió un café con leche y una aspirina, la cabeza le dolía horrores del golpazo que se propinó minutos antes. Tomó uno de los dulces que había en el bodegón. Solicitó leer el testamento, no sin antes decirle como 100 veces a D. Anselmo que no le apetecía comer nada más. D. Anselmo era así, si alguien no comía abundantemente en su casa, se podía llegar a sentir ofendido.

Pasaron a un cuarto trasero, donde había una chimenea encendida y varios asientos. Se repanchingaron en ambos sofás y D. Anselmo comenzó a pelearse con una carpeta azul con gomas. Cuando la hubo abierto revolvió miles de papeles. Ya fatigado por el esfuerzo encontró el documento que buscaba.

Se acomodó gustosamente en los cojines y empezó a leer,

– Yo Dª Silvina Puñete Chico, natural de Selviella la Grande, hija de D. Cesáreo Puñete y Dª Ascensión Chico, vengo a delegar todos mis bienes a mi único sobrino, Cesáreo Puñete Cañas, que consisten en una casa de campo y un criadero de caracoles.

Cesáreo se iba poniendo de todos los colores, la casa de su tía se encontraba en un estado lamentable, según recordaba de los veranos siendo niño. Sus padres le mandaban con tía Silvina durante los tres meses de vacaciones. Se lo conocía al dedillo. Recordaba como cada mañana tenía que ir al corral trasero a vaciar el orinal de toda la noche. Ni que decir tiene que ese era el lugar donde el resto del día aliviaban tensiones.

Lo del criadero de caracoles no sabía muy bien como tomárselo. Se levantó sin saber muy bien para que, solo quería salir de allí cuanto antes y volver a su casa. Le estaba pareciendo todo un poco pesado.

D. Anselmo le dio la enhorabuena, por la buena suerte que había tenido. La granja de caracoles era un negocio en alza en la Comarca y así se lo hizo saber a Cesáreo

– ¿Negocio en alza?, este es un triste pueblo con 20 habitantes, donde jamás me vendría a vivir, ni por todo el oro del mundo y que carajo se yo del negocio de los caracoles
– No se altere Cesáreo, su tía no lo hizo con mala ralea. Sabía que usted lleva sin trabajar un trecho y como conocía que su estado de salud no la iba a dar para muchas andanzas, se figuró que el dinero no le ayudaría por mucho tiempo. Así que encargó que le hicieran un estudio de esos para saber qué empresa podría salir adelante en el pueblo. Y así lo hizo
– ¡¡Dios bendito!!, con ese dinero podía haber salido adelante perfectamente en Madrid, podía haber hecho un estudio de mercado en la zona donde vivo y haber montado el negocio que me hubiera dado la gana.

D. Anselmo viendo que Cesáreo se iba alterando por momentos, se levantó, tirándose primero al suelo, y una vez de rodillas, apoyándose en una mesita, que crujió como lamentándose de su mala suerte. Se puso frente a él, le cedió el documento y salió de allí, todo ofendido.

Cesáreo se sintió francamente mal, no quería hacerle de menos a D. Anselmo, se había portado muy bien con él y le parecía un buen hombre. Salió tras el y le pidió que le enseñara la granja y la casita, hacía muchos años que no pisaba por allí.

D. Anselmo más animado le pidió que le siguiera, cogieron un mercedes antiguo y salieron del callejón, atravesaron todo el pueblo, 3 casas más, y tomaron un camino que salía hacia la izquierda. Los laterales del camino estaban custodiados por enormes árboles perennes, después de circular durante 10 minutos se paró frente a una verja herrumbrosa, y pidió a Cesáreo que bajara y la abriera con una llaves que le alargó.

Cuando el sobrino abrió esa puerta no podía salir de su asombro. La casa que él recordaba, era un casetón medio derruido, viejísimo. Se encontró con una casita blanca muy agradable y bien cuidada, toda ajardinada a su alrededor. No veía granja por ningún sitio. Miró hacia D. Anselmo que aún estaba intentando salir del coche. Éste sonreía complacido por la expresión de Cesáreo.

– ¿Pero que ha ocurrido aquí, esta no es la casucha que yo recordaba?
– Qué se piensa usted que su tía ha vivido como una indigente. No. Cómo ya sabrá su tío Fabian la dejó en muy buena situación económica.
– ¿Mi tio Fabian le dejó una fortuna a la tía Silvina?
– Hombre, pues claro.
– Pero si siempre pareció ir justo de dinero.
– ¿Justo? Quiá. Los gorrinos le dieron bien de perras. El pobre toda la vida guardando cada peseta que ganaba, para no verse en un futuro con una mano alante y otra atrás. Y mire pa que le ha servío, pa ná. Ahora, su tía si que ha sabido gozarlo mientras ha estao presente.

Se metieron a ver la casa. Acojedora, amueblada con lo justo, muy funcional y cómoda.

– Aún no he visto el criadero de caracoles, ¿está aquí en la finca?
– Si si, vamos que le enseño

Salieron por la parte trasera, al fondo se veía una especie de invernadero. Se dirijieron a la puerta y Cesáreo quedó asombrado, era un enorme jardín de setos, parecía un laberinto, en el techo colgaban unos aspersores de riego. Al poco de estar allí, saltó la llave de paso del agua y comenzó a caer una lluvia parecida a una neblina densa. Era bastante agradable la sensación que producía estar allí. Las ramas de los setos estaban cubiertas por caracoles pequeños, de color grisáceo.

– Bueno Cesáreo debo ir a atender mi negocio, le dejo las llaves de la casa y le espero a comer. Ya me contará que decide hacer con to esto.
– Gracias D. Anselmo, sobre las dos me acercaré por su casa

Allí quedó solo Cesáreo, pasmado, en el criadero. Nunca pensó que se encontraría con algo semejante. No sabía aún como asumir los últimos acontecimientos.

Cerró bien todas las cerraduras de la casa y se acercó al hotel a pagar la cuenta y coger su maleta. Volvió a casa de tía Silvina y se acomodó en una de las habitaciones. Olía a limpio, todo estaba preparado para su llegada. Mientras se duchaba, empezó a darle vueltas a la posibilidad de quedarse una semanita y pensar más detenidamente como afrontar la historia. Una buena posibilidad era venderlo todo, sacaría una pasta por todo aquello.

Comió con D. Anselmo, su mujer y sus dos hijos, Luis y Carlos, de diecisite y veinte años. Charlaron durante largo rato después de la abundante pitanza, como bien dijo Dª Laura. Por la tarde, Luis y Carlos llevaron a Cesáreo al pueblo más cercano, Belmonte, un pueblo grande con todo lo necesario para cubrir las primeras necesidades.

Pasaron la tarde recorriendo los mejores bares del lugar. Los hermanos eran conocidos allá donde fueren y eran saludados con bastante algarabía.

A la noche Cesáreo decidió irse a dormir pronto, no podía ni cenar, el día había sido largo y con muchas emociones. Se despidió de la familia, la cual le invitó a desayunar al día siguiente y se prestó para ayudarle a realizar algunas compras para llenar la despensa de su nueva casa.

Pasaron dos meses en los que Cesáreo ni se había planteado volver a Madrid. Allí nadie le esperaba. No sabía muy bien cómo pero se había visto envuelto en la magia que brotaba de aquel lugar. Sin apenas darse cuenta se había hecho cargo del criadero de caracoles, que le había empezado a producir buenos beneficios. Se había afianzado su amistad con la familia Menéndez. Se compró un perro que le acompañaba a todas partes.Todo era perfecto.

Una mañana sonó el teléfono. Cesáreo no estaba acostumbrado a recibir llamadas, pegó un respingo y cogió el auricular,

– Hola buenos días, mi nombre es Guzmán de Arcieles. Podría hablar con D. Cesáreo Puñete
– Buenos días, al habla Cesáreo Puñete, dígame.
– Hola Cesáreo, soy el director de desarrollo comercial de la compañía YOUR FACE, nos dedicamos a la fabricación y distribución de productos cosméticos por todo el mundo.
– Ahá, interesante
– Uno de nuestros artículos estrella es la crema que utiliza como base la baba de caracol.
– Mmmm!!
– Sí, suena un poco repulsivo, pero no se imagina el tirón que tiene entre hombres y mujeres.
– No, no me parece repulsivo, simplemente extraño.
– Efectivamente, la cuestión es que nos gustaría tener una entrevista en persona con usted, el teléfono resulta un poco frío. Ha llegado a nuestros oidos que cuenta con un criadero de una especie de caracol muy rara en Europa. La calidad de sus moluscos es excelente.
– Si, sabía que mis caracoles eran buenos, el negocio va viento en popa (con cara de suficiencia). Bien, parece que tiene todos mis datos, mi nombre, mi número de teléfono, tendrá tambien mi dirección. Paso aquí gran parte del día, vengan cuando quieran.
– De acuerdo, no le quito más tiempo. No nos gustaría demorarlo mucho, si le parece bien mañana mismo podríamos pasar un equipo de YOUR FACE, nos gustaría llegar a un acuerdo con usted.
– Bien, pues hasta mañana entonces.
– Buenos días, Cesáreo y gracias por su tiempo.

Parecía tranquilo durante la conversación, pero por dentro estaba alteradísimo. Cuando colgó las piernas le temblaban sin control. No podía pensar, en su cabeza solo oía una cancioncilla, “caracolcolcol, saca los cuernos al sol, que tu padre y tu madre ya los sacó” No habían hablado en ningún momento del tipo de oferta que le iban a proponer. Pero Cesáreo, sin saberlo aún, ya tenía muy claro en que cuestiones no iba a ceder jamás.

Inés

Read Full Post »

Queridos amigos, permitidme que me deje llevar por la nostalgia de mis diecisiete años para atreverme a colgar esta cosita por la que, además –que mal estaba el patio- me dieron un premio: 1000 ptas de las de entonces y publicación en la revista del colegio, con una tirada de unos quince o veinte “ejemplares”

 

La noche, como si estuviera furiosa, le zarandea con tal fuerza que le hace vomitar todas sus esperanzas, su espíritu de triunfador vencido. El helado aroma del crepúsculo se clava en sus entrañas, y la negrura del cielo sólo revela la opacidad del universo: No hay luna, ni estrellas. No hay nada ni nadie, tampoco. Nadie…

Hubo alguien hace algún tiempo. De eso hará unos dos meses –“¿Dios mío, tanto ha pasado?”-. Él aún la recuerda casi con admiración. Todavía, en las neblinas de su imaginación ve flotar su atrayente figura, envuelta en un hálito verde de incertidumbre.

– Es verdad, tío. No puedo negar que fue una amiga. Cuando la depresión…Es gracioso…Decía que me quería; que la hiciera caso y fuera a curarme…Y fue ella también la que me pagó la granja…Todavía me acuerdo del Abraham. Le llamaban así por la barbita de rabino. ¡Tío más asqueroso! Venga todo el día con que “no valéis ninguno ni la mierda que os coméis” “Sí, claro: reinserción…reinserción…Menuda reinserción os iba yo a dar a todos, panda de macarras, parásitos” y luego “No, si en el fondo os tengo lástima” Sí, sí….Maldito bastardo!

El chico estrella su puño en el suelo, casi sin fuerzas, por hacer algo. En ese momento, el viento rompe en una carcajada sarcástica, riéndose de sus golpes vacuos. Una lagrimita huye a toda prisa de sus ojos, inyectados en sangre y en rabia.

– …Y cuando salí, ella estaba conmigo. Y me apretaba el brazo, y me felicitaba porque decía que yo era el mejor, que yo sí valía…Esto sí que es gracioso…Me buscó hasta un trabajo estable. Y alquilamos un piso, y ella decía que nos casaríamos y todo…

El chico nota como una inevitable congoja se apodera de él. Siente un falso cosquilleo y los ojos se le desbordan en infantil nostalgia.

-…y nada más salir del trabajo, me iba a buscarla, y ni siquiera fumaba otra cosa que no fuera tabaco. Y me daba un beso, y me acariciaba el pelo como si fuera un niño, como cuando era pequeño y no tenía problemas…Dios, Dios, qué golpes da la vida!..

El chico siente que ya no puede más. Su cabeza estalla en un feroz desorden de sensaciones y los chorretones agrios de sus lágrimas no le dejan ver más que su propia desesperación. Enfebrecido, golpea una y otra vez el suelo, tratando de arrojar de su cuerpo esa honda sensación de vacío. Al fin se tira al suelo, sollozando entre violentas convulsiones. El viento ya no se atreve a reír. Es el único, quizás. Para este chico, que siente como pocos, que está solo, que llora y grita al frío de la oscuridad, todos, todo, el mundo entero se ha reído de él SIEMPRE. Ya sólo confiaba en ella. Y ella…

-…Siempre me ha pasado igual. “Eres incorregible” “Eres un vago” “Un parásito” “Acabarás muy mal”…

El  chico se levanta, en un gesto de ilusorio coraje, de orgullo herido.

– ¡Y a quién le importa, eh! ¡A quién le importa! ¡Soy un parásito! ¡Y qué! ¿Qué son los demás, los que no se pinchan, los que tienen dinero, los que son hijos de papá y mamá…? ¿Son esos los buenos? ¡Yo soy lo que me da la gana…!

El chico cae otra vez agotado y trata de escapar a sus desesperanzas con los ojos fuertemente cerrados, los oídos sordos y el cerebro totalmente embotado.

 

*************

 

Han pasado dos o tres horas. El chico malduerme sobre la  hierba del Retiro, pero el frío de la madrugada consigue por fin espabilarlo. Alza la cabeza y queda impresionado. La naturaleza le tapa por todos lados: La hierba, fresca con el rocío vespertino; los chopos, que muy altos mecen suavemente sus copas al vientecillo de la primavera temprana; a lo lejos rebosa la quietud de las aguas del lago. El apacible silencio sólo es musicalmente suspendido por el tierno susurro de alguna avecilla madrugona.

– Verdaderamente, hay algunos momentos entre tanta basura que merecen la pena recordarse. Otros, no; y por desgracia son de los que más me acuerdo.

Su rostro ha ido abriéndose según hablaba, en un amplia sonrisa, que cae fulminada por una mueca de tristeza cuando llega al final de su discurso. Luego, tratando de blanquear su mente, cierra lentamente los ojos y aspira codiciosamente el aire limpio, con sabor a naturaleza viva, a ilusiones renovadas. Pero por más que se esfuerza, por más que piensa en la naturaleza que le empapa de alegría, en los lazos de afecto de sus amigos, en las auténticas sensaciones de paz y felicidad vividas hace mucho tiempo, y que él sabe que existen, pesan más, mucho más los recuerdos pasados: el amor perdido para siempre, la pesadilla de la heroína en que vuelve a estar inmerso, el horror al síndrome de abstinencia que tendrá que sufrir de nuevo……Y así, poco a poco, el chico se va amurallando en un hermetismo total frente a ese mundo que se burla de él con amenazas.

De esta manera también, va forjando en su imaginación la idea de un mundo perfecto, un sueño egoísta donde él sí se sintiera a gusto de verdad.

-…Todo el mundo tendría para comer, y para vivir, y no haría falta ni “caballo” ni nada. Y a MÍ todo el mundo me daría las gracias por eso, porque yo sería él que les hubiera liberado de todo. Y todos serían mis amigos de verdad. Entonces ella volvería a decirme “te quiero” “tu vales mucho” “eres el mejor”.  Y yo saldría a la calle, y todos me saludarían, y me darían la mano…Sería bestial. Yo sería bestial. Ella y yo seríamos best…

– ¡Vamos, tío listo! ¿No has visto los carteles, majete? ¡El césped no se puede pisar! Y no me vengas con historias, que a mí me pagan por hacer esto, y nada más. Venga, fuera, que llamo a un municipal.

El chico ha vuelto la cabeza, asomándola entre sus delirios de grandeza , y contempla estúpidamente una figura que se le antoja odiosa, casi macabra, con un sombrero, una llamativa banda de colores y una chapa que dice “Guardia Jurado”. Cuando el chico, después de frotarse los ojos, se da por fin cuenta de que ha vuelto al mundo real, se encuentra con que el guardia le ha echado ya de la hierba y hace un rato que se ha ido.

Él también echa a andar. Se siente como un profesor sin alumnos. Como un niño sin juguetes. Como un enamorado de la vida sin amor. Y sin vida. Porque el chico que soñaba despierto tumbado en la alfombra verde del Retiro, este mundo, sencillamente, no le va. La mujer de sus sueños, la única que le supo comprender, que le apoyaba de verdad, se marchó con un niño sin ideales, sin sueños ni utopías fantásticas, como él. Pero con dinero. Y le dijo: “Ahora ya no me necesitas. Te he ayudado en lo que he podido. Tienes un trabajo, dinero y ya no necesitas esa porquería para respirar. Ya no me necesitas. Adiós”. Y se marchó recordándole que no volviera a pincharse nunca, que ella lo apreciaba de verdad y lo sentiría. Y era cierto. ¿Pero que podía hacer él? Nada. Pero sí lo hizo, y lo hizo mal. Volvió a inyectarse heroína. No como evasión, sino como una especie de venganza contra ella. Tal vez porque pensaba que así, volviéndola a “necesitar”, ella también volvería con él…El chico sigue andando, atrapado por sus pensamientos que le aguijonean el cerebro sin piedad.

– ¿Quieres? –un sujeto melenudo, sombrío y con barba de varios días le ofrece, con una voz ronca y melindrosa, un pequeño cuadradito de papel blanco, poniéndoselo casi en la mano. En ese gesto hay mucho de repulsiva, de sucia bestia, de corrompida rata de alcantarilla-. El chico siente vacilar por dentro su espíritu  y en su cabeza se agolpan imágenes pasadas, eslóganes del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social, sensaciones…

– No llevo nada; lo siento –dice con un soplo de voz que no convencería a una gallina, y aprieta el paso medio temblando- .

Dobla por el Palacio de Cristal y cruza por el Lago de los Cisnes. Va distraído, mirando a los niños jugar con los patos. Por un momento piensa comprar una bolsa de palomitas y ponerse a su lado.

– ¡Es ella! ¡Y está sola!

Sin pensar, corre despendolado, tropezando y arrollando niños hasta casi llegar a su altura. Se para en seco y su boca se pliega en un rictus de desencanto. La chica de sus sueños está besando, muy amorosamente en apariencia, a un tipejo esmirriado, con un afeminado jersey rosa muy chillón y unos pantalones atestados de estrafalarios parches de colorines.

El joven se sienta en un banco, desalentado. A su lado hay un diario de hace tres o cuatro días, que da vueltas desesperadamente en el tiempo de sus noticias. Todo sigue siendo igual, cansinamente cotidiano. El mundo no se molesta lo más mínimo en cambiar, por mucho que el tiempo se harte de gritar que se está haciendo tarde, muy tarde. El mundo sigue ahí, al pié del cañón: SE PREVEE A CORTO PLAZO UNA RECESIÓN EN LA ECONOMÍA MUNDIAL (pag. 32) NO HABRÁ NEGOCIACIÓN CON ETA – Los terroristas no aceptan las condiciones del Gobierno y declaran que volverán a la lucha armada – (pag. 16) SUSPENDIDA LA CUMBRE DE GINEBRA POR DISCREPANCIAS EN EL ACUERDO SOBRE LOS MISILES DE CORTO ALCANCE (Sección Internacional) MIL KILOS DE NARANJAS SERÁN ARROJADOS AL MAR EN 1988 PARA MANTENER SU PRECIO EN EL MERCADO (pag. 98) SIGUEN MURIENDO 40000 NIÑOS DIARIAMENTE POR CAUSA DEL HAMBRE (pag. 13)…

El chico siente que se asfixia lenta y penosamente, que algo le hiere a traición en lo mas profundo de su esencia humana. Es algo que le da asco, que le produce unas irascibles nauseas de vivir.

 

****************

 

El chico cruza otra vez por el estanque de los Cisnes, y vuelve a rodear el Palacio de Cristal. En su cabeza ya no hay amor, ni rabia, ni sueños, ni frustraciones, ni nauseas. Va buscando el melenudo que vió antes. Piensa decirle, sonriendo excusas: “Oye, que no me había dado cuenta. ¡Je, je! ¡Qué tonto soy! Resulta que llevo dos mil aquí”, le explicará palpándose el bolsillo. 

 

Después comprará un jeringuilla hipodérmica en cualquier farmacia.

Read Full Post »

Sabía perfectamente lo que se traía entre manos. No era ni la primera ni la última vez que lo hacía. Él era Julius, el mejor y más guapo traficante de arte de Europa.

Jamás había sido arrestado, y jamás lo sería. Las autoridades lo adoraban aunque se saltara continuamente la ley. De hecho había colaborado para atrapar a verdaderos criminales que hacían cosas verdaderamente malvadas.

Julius al fin y al cabo rodeaba de glamour y distinción todo aquello que tocaba.

Era muy querido, y tenía una legión de fans. Las mujeres lo adoraban, pero llegaba un momento en el que le aburrían. Incluso las más bellas. Y ningún hombre podía equipararse a él. Por eso, lo último que había planeado Julius era su boda, consigo mismo.

La iglesia inicialmente había rechazado la propuesta, pero el sumo pontífice era un gran fan. De modo que se confeccionó una enmienda de la ley eclesiástica.

La boda tendría lugar en la Basílica de San Marcos en Venecia, una de las ciudades favoritas de Julius. Al mismo tiempo aprovecharía para cerrar un par de ‘negocios’ que se traía entre manos. Ello le reportaría unos emolumentos que le permitirían satisfacer los requisitos de su luna de miel de cinco años de duración.

Para la noche de bodas, Julius había alquilado el hotel Excelsior completo, única y exclusivamente para él. Durante esa noche sería el único habitante del magnífico hotel. Allí es donde quería pasar la noche más romántica de su vida. De hecho serían las noches más románticas de su vida, ya que había alquilado el hotel entero para todos los aniversarios que le quedaban hasta el fin de sus días.

Pero Julius, en toda la inmensidad de su plan, no hubiera podido imaginar lo que iba a ocurrir a continuación.

– Joder, esta peli es cojonuda ¿Cuál es el título?

– Es “Julius Augustus VI, El arte del Ladrón de Arte “

– Ahh!!

Aluciné un rato con la película, pero el autobús iba a parar. El efecto del porro, que me había mantenido enfrascado en el argumento, desaparecía. Algo tendría que hacer. Entre los ronquidos, los gritos de unos niños, y la conversación de un par de paisanas durante tooodo el trayecto, sería incapaz de mantener la concentración.

El autobús se detuvo para que pudiéramos ir a mear, estirar las piernas, y para que pudiera encontrar algo en mi bolsa de Sport-Billy. Algo que me hiciera aguantar el maldito viajecito a Inur en el bus. Todavía me quedaban tres horas por delante. ¡Buff! …

Esto es lo que voy a hacer. Iré detrás del cagadero, abriré mi bolsa, y pillaré algo de los múltiples regalitos que hay dentro.

Es un buen plan.

Voy hacia allí y mientras trato de recordar lo que había en su interior,cuando me la dieron. Vamos a ver … sí, recuerdo la escena entera, ahí estoy, el gran Saturnino …

Él se encuentra en la transitada estación de autobuses de la Avenida de África. Ya tiene en su poder el billete de autobús. Hubiera usado su Rolls, pero esta vez Saturnino ‘el Santo’ quiere un poco de acción e interacción. Está decidido a buscar una aventura.

En la planta del intercambiador que se encuentra justo encima de las dársenas de los autobuses, conoce a un exótico aborigen de alguna tierra remota y extraña. Se presenta como Ahmad, pero Sat ‘the Saint’ conoce su verdadero nombre. Es Ahmad ‘el León de la Nieve, y Señor de las Plantas’, aunque en la tierra de Ahmad nunca hay verdadera nieve, y sólo conoce un tipo específico de plantas.

Ahmad le propone la difícil y peligrosa tarea a Sat de portar esa bolsa a través de múltiples peligros hasta llegar a las agrestes tierras nórdicas. Sin duda, él es el único que puede llevar a cabo con éxito esta ardua tarea.

Obviamente los servicios de un profesional de su talla no son baratos. De modo que llegan a un acuerdo y Ahmad el León de la Nieve ofrece a Sat ‘El Santo’ una parte del tesoro que se encuentra en el interior de la misteriosa bolsa.

Después de despedirse del exótico Ahmad, y de que este le avise de los peligros que puede entrañar que la bolsa no llegue a su destino, Sat vuela hacia un excusado de la terminal. Allí abre la bolsa para contemplar el impresionante resplandor de la mercancía digna de los mejores artesanos de la antigua ciencia de la psicotropía.

– ¡¡¡Ya lo tengo!!! – Recuerdo la disposición perfectamente, así que saco, casi sin mirar una bolsita con bastante speed, y me empolvo la nariz con toda la cantidad que me da tiempo en los cinco minutos que dura la parada.

Cuando volvemos al autobús, descubro que la película continúa y no puedo aguantar un chillido de emoción que vuelve las cabezas de todo el autobús hacia mí … Pero es que no lo puedo evitar, Julius está enfrente de la basílica todo maqueado …

Como toda estrella que se precie, el más famoso contrabandista de arte iba totalmente equipado para la ocasión. Llevaba un Armando color blanco ceguera que el propio Giorgio había confeccionado a mano para él. La melena plateada de Julius reposaba sobre unas hombreras doradas de cosaco que estaban montadas en el frac nuclear. Su perilla perfectamente recortada en finas líneas, enmarcaba la dentadura de 28 piezas perfectas de circonio y coral perlado. Julius estaba perfecto

Justo en el momento en que Julius iniciaba su entrada en la basílica, fue interrumpido por un rumor. El zumbido empezó a crecer, y a agotar el resto de sonidos alrededor. Ese molesto ruido se convertía en un horrendo lamento que dañaba los oídos y crispaba la cordura. Cuando se despejó la confusión, resultó ser demasiado tarde.

¿Para todos?

No para Julius

– Hostiaaaaaaa

– Chssssssttttttttt – La gente me miraba con odio en el autobús. Pero es que casi me cago de la emoción. Puto Julius …

Miraron hacia el final de la plaza, y vieron como una inmensa forma azulada se acercaba a toda velocidad. Julius se percató de inmediato. Sin duda se trataba de la gigantesca ola formada por un tsunami.

Pararon la película un rato, porque me dio un ataque de arcadas, y empecé a devolver como nunca lo había hecho antes. Mucha gente se contagió con los ruidos de mis vómitos y también se pusieron a echar hasta la primera papilla.

Además, tuvieron que parar el autobús, abrir las ventanillas y dejar que los que estábamos mareados, más de la mitad del autobús, bajáramos unos instantes a tomar algo de aire fresco.

Cuando volvíamos, el speed en mi organismo ya empezaba a surcar la cresta de la ola.

Es una ola gigante

Espuma plateada en la cresta. Muy amenazante

Julius sonríe mientras los demás tiemblan

Es un reto para él, uno nuevo

Mira a su alrededor, se fija en las mesas de una cafetería cercana

Corre hasta allí como un … ¡¡ fiuuuuuu !!, como una exhalación

Agarra una mesa alargada, le arranca las patas

Corre con ella al encuentro de la ola

Cuando esta le va a engullir

– Oh Dios mío

Un plano desde la cresta de la ola.

Julius del tamaño de una hormiga.

La ola es descomunal

– Oh Dios mío

La ola cae aplastando el Palacio Ducal al lado de la basílica

– Madre mía

En el último momento Julius hace una maniobra lateral. Y … empieza a surfear la ola gigante mientras esta destroza a todos los que se encontraban en la plaza, incluyendo al bueno de Giorgio.

– Qué tío!, Qué tío!, Jodeeeeeeer!!! Qué tío!!!! – Allí de pié en medio del pasillo del autobús se me caían lágrimas de la emoción

No se sabe qué imponía más respeto, si la ola gigante destrozando la preciosa ciudad milenaria, o Julius en la cima de la misma sonriendo. Parecía como si ÉL, hubiera domado a una antiquísima criatura mitológica.

ÉL ERA JULIUS …

Una luz del autobús estaba parpadeando. Al principio creí que la película se terminaba, pero no, nos avisaban de otra parada en la ciudad de Gurbos.

¡Dios mío!, el corazón me palpitaba cosa fina, iba a toda leche, como si se fuera a tirar un pedo. Pero claro, se trataba del órgano equivocado. Esto no era nada bueno. Requería elaborar un nuevo plan, de modo que abro la bolsa y encuentro algo que puede ayudarme a detener mis mega-palpitaciones. En un telediario ví que se utilizaba como sedante para caballos. Seguro que podía tranquilizar a mi hiposo corazón. Bebo el líquido de la ampolla, y subo deprisa al autobús.

Dios, han sentado a un tío gigante 2×2 en mi sillón .

Hostia, no está en mi sillón, está en el de al lado … y ocupa parte del mío a la vez.

Llego a su lado

– Tío, me dejas pasar? – él me mira, y con un gesto de me importa un huevo, y otro de qué le voy a hacer, se queda donde está sin moverse un milímetro.

Jodeeeer, jodeeeer, … ¿Qué haría Julius en mi situación?

Pienso en saltar por encima suyo, o en estrangularle con la parte anterior de la rodilla, que se llama corva, o en un golpe en la nuez -este me lo enseñó un amigo-, pero coño, coño, coño, si este tío no tiene nuez … joder, no tiene cuello. Y yo estoy muy cansado. Ufff, estoy cansado de la leche. Así que lo que voy a hacer es sentarme en el pasillo del autobús y recostarme en mi bolsa de sport billy. Seguiré viendo la peli … Mira a Julius … surfea una Venecia destruida sobre una mesa de cafetería sin patas …

Un frenazo y una sacudida, seguida por pitidos e insultos me despierta. El conductor del autobús jura en arameo a alguien que le ha hecho una pirula en la carretera …

Me he dormido, me he perdido la peli!!!!! Mierda!!!!!!

Ah! No, menos mal !

Parece que sigue …

Julius ha vuelto de su escondite secreto en Mónaco, a las ruinas de Venecia para encontrarse con otro contrabandista de arte y terminar la transacción pactada.

Los canales están repletos de cadáveres post-tsunami, que flotan en diferentes direcciones. Los cuerpos se apartan reverencialmente cuando pasa el ultra-fueraborda de Julius.

La entrega de las piezas está programada para las 12 de la noche en el antiguo palacete ca’Rezzonico. O al menos lo que quedaba de él.

Julius entra con la mega-lancha entera en el portalón, barriendo las pocas esculturas que aún quedaban en pié. Salta ágil como un mandril, y se aferra a una preciosa lámpara de cristal de Murano del siglo XVIII, se balancea hasta alcanzar las escaleras. Sube como una centella los escalones a intervalos de tres y cuatro con las piernas derecha e izquierda respectivamente. ( Esto nos transporta a un flashback de “Julius Augustus IV, El Orgasmo del Arte”, cuando Julius es herido en la pierna derecha por el Arpón de un buzo y una dentellada de un tiburón blanco al mismo tiempo )

Cuando Julius alcanza el último piso, puede ver unas cuantas pinturas del genial Canaletto tiradas por el suelo. Una sombra femenina está intentando ponerlos en pié. A medida que se acerca, podemos distinguir más y más su figura. Sus curvas cosenoidales perfectas. Su pétrea máscara de Nefertiti sonrojada. El súmmum de la belleza. Esas facciones no pueden inspirar otra cosa que no sea la más antigua realeza. Julius por primera vez en todas sus películas, queda algo perplejo. Como si no supiera qué hacer. ( Es un momento cumbre en la heptalogía … )

No puedo más y trago un par de pastillas de la bolsa que no se ni la pinta que tienen. Joer, no tengo palomitas, ni chucherías, nada para ver la peli …

– Auuuurgsffff … – mierda, esto si que es raro. La película parece que toma tintes en 3D. Los colores empiezan a atacarme: primero el rojo; el hijoputa del rojo me está lacerando la piel.

– Dioooouuugsssss…. – el grito se ahoga en mi boca. Alcanzo una botella de agua que hay tirada en el suelo, y le doy un trago infinito.

La última imagen que se quema en mi cerebro es Julius escapando con la hermosa contrabandista y un enorme botín.

Ahí, es cuando me quedo inconsciente.

Una cámara desciende del techo infinito del autobús a centenares de kilómetros del suelo. Se va retorciendo en giros que van perdiendo velocidad. El picado del zoom sin embargo aumenta, y presagia un inevitable impacto.

Parece que la cámara empieza a enfocar un cuerpo. El cuerpo reposa en el pasillo de un autobús vacío. La cámara ya llega y se precipita sobre el cuerpo

– Oigaaaaa despierte … – abro los ojos, una tarea que me resulta imposible, y me está zarandeando el conductor – Despierte ya coño, que hemos llegado …

Me incorporo y salgo del autobús dando tumbos contra todos los sillones del pasillo. Sesea mi cuerpo, y también mi boca mientras intento articular palabras

Bajo del autobús, miro a mi alrededor, me estiro y respiro la mejor bocanada de aire de mi vida.

Así gano la suficiente fuerza para poder salir de la estación.

De repente una viejecita se me acerca

– Hola Francisco, por fin has llegado hijo. Mira, he comprado unas necoritas para cocerte en cuanto lleguemos a casita – la vieja no para de darme achuchones y besos

– Señora, se equivoca, yo no soy Francisco, yo …

– Cállate hijoputa – me dice la abuela todavía sonriendo – coge la bolsa y ven conmigo ahora

Joder, creo que esta vez me he pasado con los estupefacientes. Aunque para corroborar que esto no es así, puedo ver como mi ‘abuela’ asoma la culata de una pipa entre unas nécoras.

El poco razonamiento que queda en mi cerebro frito, me impulsa en la misma dirección que la abuela. Cuando nos acercamos a la salida, una inmensa montaña aparece doblando la esquina.

Coño qué susto.

Es el pasajero king-size que ocupaba los dos sitios (el suyo y el mío) del autobús.

– Policía, quietos – dice el pollo. Coño, no le pega esa voz de pito. Es un Poli!!!, es un Poli!!!!

– Eres un poli tío??????? – Mientras expreso mi incredulidad, la abuelita hace un amago, pero se da cuenta de que el big-boy lo tiene todo controlado y se queda quieta. Yo al haber visto a la abuela, ya he iniciado un movimiento estilo Julius, un poco sesgado por los efectos residuales de los estupefacientes. En lugar de alejarme de mi ex compañero de viaje, me acerco más al elemento..

Me ve iniciar la faena, estira su enooorme brazo-jamón y me alcanza con el antebrazo en la frente. Me derriba como la gravedad golpea a un fruto maduro. Todo se vuelve a hacer negro para mi.

Antes de recobrar la consciencia, tengo un momento de lucidez. Y me pregunto

¿Cómo haría Julius para escapar de la cárcel?

 

perrolluvia

Read Full Post »

La chica del periódico está montada en el metro. En el metro hay más gente; personas anónimas, mezcladas entre sí, todos con sus quehaceres y sus inquietudes; lo cotidiano. La chica del periódico va enfrascada en la lectura, sin reparar en nada más. El renquear del vagón la mece en una prisa calmada. Todavía quedan algunas paradas para llegar a La Latina.

La chica del periódico está despejada; se ha tomado dos cafés a lo largo de la mañana. Ha redactado dos informes que tenía pendientes; también ha hecho una pausa para fumar un cigarrillo y ha charlado con su compañera de despacho. Lo que no sabe es que, tal y como acordaron sus jefes ayer, de no haber terminado esos informes hoy la habrían despedido.

Aunque ahora está despejada, leyendo el periódico, tiene sueño. Anoche estuvo mirando vídeos en Internet hasta muy tarde. Se conectó para buscar vuelos baratos a Estambul y para consultar su correo electrónico, pero un amigo suyo le pasó un par de enlaces. Quería acostarse, pero vio los vídeos y se río mucho; siguió mirando, y cada vídeo le llevaba a otro, e iba así, pinchando aquí y allá. De repente habían pasado dos horas. Decidió plantarse cuando terminó de ver todas las actuaciones de David Hasselhoff.

Cuando el despertador suena por quinta vez y la chica del periódico se levanta por fin, no es capaz de recordarlo, pero lleva tres noches soñando con el cielo de París. Sin embargo, no hay tiempo para hacer memoria por las mañanas, ni siquiera hay tiempo para desayunar; como todos los días, hoy la chica del periódico se ha arreglado en 10 minutos y ha salido corriendo para el trabajo. Si esta mañana se hubiera pesado, se habría dado cuenta de que ha perdido dos kilos desde la semana pasada.

El metro llega a La Latina, y la chica dobla el periódico y lo mete en la mochila. Piensa que, a un par de manzanas de allí, ya la están esperando sus compañeras de la universidad. Como cada miércoles, es la reunión semanal de la Piña Colada, y esta semana le toca a ella llevar las maracas.

El miércoles pasado no fue a la cita semanal porque le salió un plan mejor; el chico del gorro le propuso por fin que fueran al cine. La chica del periódico puso a sus amigas una excusa; dijo que no se encontraba bien. No sabe que al salir del cine, justo cuando el chico del gorro la estaba besando, una de las compañeras de universidad los vio y se lo dijo a las demás.

La chica del periódico no se da cuenta, pero ya ha quedado mal con sus amigas demasiadas veces. Ellas, cansadas de los desplantes, han decidido cambiar de sitio sin avisarla. En este momento están en la zona del Santiago Bernabéu. Ella, ignorando la exclusión, camina hacia el sitio habitual, pensando en el chico del gorro y preguntándose por qué no la ha vuelto a llamar.

Con la idea de la suerte bajo el brazo, la chica del periódico va por la vida, va caminando hacia sus desencuentros, y todavía se sorprende de que le ocurran estas cosas. Todavía abre los ojos como platos cuando le dan ciertas noticias. Todos los días se sorprende de encontrarse mal, de tener sueño, de que le pongan mala cara en el trabajo, de que los demás no le devuelvan las llamadas, de no encontrar nunca su vuelo hacia cualquier otra parte.

En el mismo momento en que la chica del periódico está entrando en el local de La Latina, esperando encontrar a sus amigas, un boletín con ofertas de viajes entra directamente a la carpeta de spam de su correo electrónico.

Read Full Post »

 Llevaba ya un buen rato revolcándome entre las sábanas cuando mi tronca me mandó a la ducha. Después de vestirme estuve casi veinte minutos dando vueltas por la habitación y mirando el reloj. Al final, y aunque lo había revisado mil veces, la parienta me llamó y estuvimos juntos repasándolo todo. Luego me dio un beso, me miró con ojos de gata y me dijo bajito: “Nos vemos luego, tío grande. A ver si te portas igual que esta noche…”

En la calle se levantaba un sol cojonudo, hacía meses que no veía un amanecer tan guapo. Algunos pájaros cantaban a grito pelado para despertarse y en el aire olía a madrugada, como cuando vuelves de marcha en verano. Ver todo aquello y respirar el aire de la mañana me ponía las pilas. Estaba a tope y deseando que empezara todo. Llevaba casi dos años entrenándome, esperando, y me dije “Este va a ser el mejor día de mi vida”.

 

            Habíamos quedado delante de la tienda de deportes. Yo llegué casi diez minutos antes, pero el Tigre ya estaba allí. Qué ganas teníamos los dos. Él  llevaba ya seis años metido en el rollo, pero seguía disfrutando como un enano. Me vio llegar desde lejos, con sus ojos entornados, y al llegar me dio un abrazo que por poco me rompe. Luego echamos a andar, con la mochila en los riñones. Yo tenía las manos un poco sudadas, y el Tigre se dio cuenta.

-Tranqui, tronco, si esto no es nada…- me dijo, mirándome con cara de chiste-. Es como la primera vez que echas un polvo. Al principio, nervioso, pero luego…entra sola. Un subidón de la hostia. Y luego…a comer a casa.

Fuimos caminando por toda la parte vieja para evitar el bulevar: la noche anterior habían quemado un autobús y seguro que aún había jaleo. Yo iba mirando los carteles que pegan los chavales sobre la ocupación, la lucha, la amnistía…con todo el viento pinchándome en la cara, y me sentía de puta madre.

 

Cuando llegamos al bar, mi compi pasó por delante, miró y siguió andando hasta la parada del bus. Yo entré. El dueño estaba solo, detrás de la barra, y la cerda esa limpiaba el baño. Cuando la ví me volvieron a sudar las manos. Ahí estaba con su mono azul, su moño de pureta facha y su fregona.

Pedí un café que pagué en seguida y me senté cerca de la puerta. Mientras la máquina empezaba a gotear, miré a la tía trastear en el retrete. “Quién coño te habrá dado vela a ti en este entierro. Si te hubieras quedado en tu puto pueblo de Burgos…Pero claro, queréis venir aquí a hacer las Américas… Y encima os metéis a políticos…”.

Me distraje mirando la calle, mientras esperaba. Parecía un día de fiesta: No había nadie en la calle, como si se hubieran quedado todos en la cama, y esperasen a la hora del aperitivo para salir. O mejor, como si fuera Semana Santa y estuvieran esperando a la hora de la procesión… Volví a mirar hacia el baño. La vi enjuagar el cubo, vaciarlo en la taza y tirar de la cadena; después, ordenar las escobas. Luego cerró la puerta. La oía canturrear y mascullar por lo bajo. En éstas al del bar se le cayó un vaso y yo pegué un bote de la hostia. Eché un vistazo al reloj y cambié de postura. No salía. Pedí otro café,  volvía a pagar y volví a mirar el reloj. Y no salía. Se oyó correr el grifo otra vez. Se estaba lavando. En silencio oí cómo frotaba sus manos con la toalla. Después, volvió a tarearear algo y al final, abrió la puerta.

– Mira a ver si compras lejía, se está acabando – le dijo al dueño, y se sentó en la barra-. Yo estaba a punto de levantarme, pero entonces entró un crío de unos diez o doce años y se fue hacia ella.

-¿Tú que haces aquí? –le preguntó ella mientras le daba un beso-.

– Hoy no hay clase. Los profes van a una manifestación por lo del atentado. Nos han mandado a casa…

– Pues estamos buenos…Anda, ven, tómate un Cola-Cao antes de irnos. Tengo que pasar por el Ayuntamiento. Creo que habrá pleno, hoy…

 

*********************

 

Jooooder, qué marrón. ¿Y ahora qué? Miré a la calle pero no veía al Tigre. Salí del bar y encendí un cigarro, haciéndole gestos, pero el se encogió de hombros y movió el pulgar hacia arriba. Me parecía un poco heavy, pero volví a la barra y seguí con el café, mirando al crío de reojo. Tenía una cara muy seria, repeinado. De colegio de curas, o peor. “Vete a saber, lo mismo pasado mañana se mete a picoleto…”, me barruntaba. “Al final, esta gentuza son todos iguales: españolazos, opresores, fascistas de mierda… a ver si no qué hace esta guarra metida a concejal en este pueblo que no es el suyo”.

            Cuando terminaban de pagar, salí afuera. Me subí el cuello de la cazadora, asegurándome de que mi compi me viera y me fui hasta la esquina para tapar la callecita del fondo y espantar a las visitas por ese lado. El Tigre cruzó la calle con la mano al costado. ¡Que tío! ¡Parecía John Wayne! ¡Hasta andaba como él! Salió la fregona y el Tigre llegó por detrás, como un gato, apuntando hacia el moño, pero la muy puta se volvió de pronto, y él se quedó plantado frente a la bicha, como un torero; y, sin más hostias, le metió dos taponazos. “Bang, bang…” Cayó hacia atrás como una muñeca de trapo, pero aún se movía.

Miré alrededor. Ni Dios asomaba el morro. Ni una persiana abierta. Del tío del bar, ni rastro. La cerda seguía moviéndose y como tratando de hablar, así que el Tigre se acercó y la remató en toda la olla. “Bang…”. ¡Menudo puntillazo! Justo en ese momento, el enano empezó a chillar y se fue hacia mi compi. El Tigre retrocedió de espaldas apuntándole, y yo pensé que se lo cargaba. Pero en seguida echó a correr, con la pipa todavía en la mano. Yo salí tras él para cubrirle las espaldas, pero estaba como flipado y la imagen del crío me dejó todavía más pillado. Cómo gritaba el hijo puta. “Asesinos, asesinos…” “Socorro, policía…”. Le dije que se callara, pero no paraba, el tío mierda. “Asesinos, Policía”. En un segundo lo ví claro. “Éste es un chivato, y no se va a callar. Y yo no llevo dos años entrenando para estar de miranda.” Además, me sobraba tiempo hasta que llegara la pasma…

         Bang…Bang, bang.

Tenía razón el Tigre. ¡Mejor que un polvo! ¡Un subidón de la hostia!

Y aunque ahora estos fascistas, todos vestidos de negro, me tengan en esta pecera blindada, contándome cuentos de democracia, de miles de años en el mako, y de gilipolleces, me la suda: que me quiten lo bailao, joder: ¡Aquél fue el mejor día de toda mi puta vida!

Read Full Post »

Partidazo!!!

Había sido un partidazo. El ambiente en el campo era como una piñata gigante a punto de explotar en cada batazo, y al final ¡BANG! un estallido con traca final, y todos bien desfogados a casa.

Me despedí de los compañeros de grada, y decidí ir caminando a casa. Hoy la noche era impresionante, además con la excitación que todavía tenía, era incapaz de encerrarme en un taxi o en un vagón de metro.

Había tomado ya unas cuantas cervezas a lo largo del partido, pero se me ocurrió tomar alguna más por el camino. Entré en un seven eleven, únicamente quedaba un par de latas. Las compré y salí pitando con mi botín.

Me duraron menos que un caramelo en la puerta de un colegio, y me supieron a poco. Aún así me entraron unas ganas terribles de mear. Me acerqué a la línea de coches aparcados y me bajé los pantalones … ahhhh!!!!! nada mejor que una buena meada después de unas birras. Un padre volvía con su hijo del partido, llevaban camisetas del equipo rival. Se acercaban hacia donde me encontraba evacuando. El padre intentaba desviar la mirada del chaval mientras yo gritaba el nombre de mi equipo.  Les restregaba nuestra apabullante victoria sobre su equipo, al tiempo que agitaba mi culo desnudo … jajaja

Qué pena tener que volver a casa …mmmhhh … a lo mejor me podría pasar por el bar de la esquina antes de subir. Me tomaría una guiness como Dios manda, sí señor.
El bar estaba todavía abarrotado con aficionados que no habían ido al campo y se instalaron con su cervecita a disfrutar del partidazo. Entré lanzando consignas de victoria, y escuché muchas réplicas enfervorizadas. Aproveché el impulso para hacerme con un sitio cojonudo en la barra, y pedí mi esperada pinta de refrescante cerveza stout … mmhhhhhhh …. se me hace la boca agua.

Mientras esperaba a que me la sirvieran, me di la vuelta dando la espalda a la barra, y aproveché para rascarme la entrepierna … Ostras !!!, un flechazo. Me había pillado infraganti, y se había quedado mirando. Disimulé el frotamiento salvaje y seguí mirando … Uau !!!, iba a redondear la noche.
En ese momento llegó su pareja, que me clavó sus ojos. Le hubiera aguantado la mirada, pero justo entonces me sirvieron mi cerveza. Evalué rápidamente las posibilidades, y me decanté por la guiness frente al polvo. La tarde había sido agotadora …

Después de otra pinta más, decidí que había hecho las paces con el mundo, y me largué a casa.

Subiendo me atacaron las cervezas del bar, y antes de cualquier otra cosa eché otra meada. Me acerqué al dormitorio y escuche unos ligeros ronquidos. Perfecto, ya estaba durmiendo.

Me despeloté a toda leche. Y me introduje en la cama poniendo el cuidado de un maestro ninja. Nadie iba a despertarse hoy, … no en mi ronda.
La situación era delicada y requería de una pericia absoluta. Las cervezas no ayudaban, y empecé a sudar más que una puta en una iglesia. Pero el entrenamiento y la experiencia son un grado.  Fliiissssss !!!!!

Antes de que pudiera festejar mi perfecta maniobra de sigilo, me tiré un gigantesco pedo cervecero, de tal sonoridad, que retumbó a través del colchón alejándose hacia la noche.

Fue tan fuerte que mi marido se despertó, y se dio la vuelta enfurruñado
– ¡ Cerda ! – dijo

Ahogué una risa de pícara borrachilla, y me dormí a toda hostia

perrolluvia

Read Full Post »

Older Posts »