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Archive for marzo 2009

—¿Nunca te ha pasado que te duele tanto la cabeza que sientes que te va a estallar?

Nos encontramos en un autobús hasta arriba de gente. Lorena va sentada a mi lado y me dice eso mientras manda un mensaje con su teléfono móvil. Atravesamos la ciudad, congestionada por el tráfico. El conductor acelera y frena de una manera muy brusca.

—Quién me mandaría beber absenta. Al día siguiente no soy persona. Esta mañana me he tenido que dar una ducha para despertarme, y yo nunca me ducho por las mañanas.

El conductor ha girado rápidamente y me está entrando el mareo. Lorena sigue.

—Y lo peor es que no me acuerdo de nada. He mirado la cámara esta mañana y he flipado, tenía fotos con gente que no conocía.

Una señora de cierta edad que va de pie me mira con mala cara por estar sentada. Señora, qué quiere que le haga. Yo he llegado primero, y además estoy mareada. Podría estar embarazada de un par de meses y usted no lo sabría. Podría tener cáncer de piernas, joder.

—¿Crees que Dani me mete fichas? Anoche no paraba de acercarse para hablar conmigo.

El autobús da un frenazo, el conductor por poco atropella a un ciclista. Le pita y le grita algo por la ventanilla.

—Realmente, me extrañaría que estuviera intentando nada. Creo que he engordado un montón desde la semana pasada. Un kilo por lo menos.

En esta parada no baja casi nadie, pero entran por lo menos ocho personas más. A mi lado, de pie, se pone un chico que lleva una mochila enorme. Cuando el autobús acelera, me da con la mochila en la cara.

—Es que cuando voy al cine no puedo evitar pedir palomitas, y eso lleva un millón de calorías. ¿Has visto la nueva de Jude Law? Qué bueno está. Tienes que ir.

En el camino damos con un tramo en obras, y el autobús tiene que coger un desvío. Estupendo. Por otro lado, el chico de la mochila está empezando a sudar, y no quiero que por nada del mundo me roce ni un milímetro de piel.

—Yo fui a verla con un tío que conocí en el gimnasio. Menudo pervertido. A los 5 minutos de película ya estaba intentando meterme mano. Y ni siquiera me invitó.

El conductor se ha bajado del autobús. Nadie parece reparar en ello. Lo que faltaba. Dios, qué ganas de asesinar a alguien.

—Aunque no es nada comparado con lo que me dijo Javi el otro día. Me dijo que él y yo deberíamos “repoblar el planeta”. Qué cojones. Qué harta estoy de los hombres.

Suena el teléfono móvil de la mujer que tengo delante. “¿Sí? ¿SÍ? AH, HOLA. ES QUE ESTOY EN EL AUTOBÚS. QUE SÍ, QUE ESTOY EN EL AUTOBÚS.”

—La verdad es que no debería gastarme tanto dinero en ropa. Estoy sin un duro. Pero joder, es que me gusta todo lo de esta temporada. ¿Te gustan mis pitillos?

La mujer de delante dice “NO LO SÉ, AHORA ESTAMOS PARADOS, PERO NO CREO QUE TARDE. NO LO SÉ. ES QUE ESTAMOS AQUÍ PARADOS, ¿SABES? NO TE SÉ DECIR.”

El conductor vuelve a la cabina. El autobús sigue avanzando. Venga, joder, ya queda poco para llegar.

—Tía, en serio, estoy cansadísima. Me duele la cabeza mogollón.

La mujer de delante dice “SI QUERÍAS PESCADO FRESCO, HABERLO COMPRADO EL MARTES, QUE ES CUANDO LO TRAEN.”

Llego por fin a mi parada. Me bajo sin apenas despedirme de Lorena, abriéndome paso entre toda la gente del pasillo. Camino deprisa, y cuando llego a casa me pongo un gintonic.

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La tortuga Dodi es especial, en muchos sentidos, de muchas maneras, todos los días.

Ya son bien conocidos sus episodios coléricos, como cuando el genio de la botella se rió de ella. No le gusta que la tomen por tonta. Ella va por la vida, pasito a pasito, con la nariz levantada, muy digna. Hay que tener cuidado al tratar con ella; no sabe que es un bomba a punto de estallar.

Por ejemplo, están los episodios con la lechuga. A Dodi le encanta la lechuga, y es prácticamente lo único que le gusta. Muchas veces, si le sirven croquetas, gambas a la plancha o cualquier otra cosa que lleve hojitas de lechuga en el plato de guarnición o de adorno, ella se come sólo la lechuga y tira el resto. Y pide más, sólo para volver a comerse la lechuga. Y le gusta mucho, pero como no le llena, tiene que comerla en abundancia. La mastica con los ojos en blanco, moviendo circularmente la boca, y hace un ruido, «Groanch, groanch, groanch»

Un día Dodi, en su camino a Londres, fue a parar a un buffet libre de ensaladas y se puso muy contenta. Movió sus patitas hacia el local y entró. Pagó 10 euros, se sentó en una mesa y pidió la ensalada especial del día. Tuvo que esperar un poco; empezó a relamerse.

Por fin le pusieron el plato delante, pero se dio cuenta de que algo no iba bien. Lo miró. Identificó varios ingredientes. Vio coles de bruselas. Vio espinacas y endibias. Vio canónigos y rúcula. Vio zanahorias y tomates, y maíz y espárragos. Vio incluso arroz, cus-cus, lentejas y garbanzos. Pero no había lechuga por ningún lado. Contrariada, levantó la vista hacia el camarero.

Pero… pero… ¿dónde está la lechuga? ¿No hay lechuga? ¡No hay lechuga! Es imposible. Sólo he venido por la lechuga.

Miraba alternativamente al plato y al camarero; éste se rascaba la cabeza.

¡No hay lechuga! ¿Dónde está la lechuga? ¡No hay lechuga! Esto es un timo

Lo siguiente que hizo fue, con la ayuda de sus abogados, cerrar el buffet libre.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Texto de cuentagotas y dibujo de Kalitro.)

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La Tortuga Dodi sigue empecinada en fundar Harrods, así que con paso firme, incansable, pero lento, marcha poco a poco hacia el norte, para llegar a Londres. Aún no le han dicho que Harrods ya está fundado, claro, porque Dodi tiene muy mal genio y se pillaría un berrinche de padre y muy señor mío.

Sin embargo, como aún conservaba la botellita con el genio, Dodi pensó que si iba a fundar un centro comercial, debía mantener el afán consumista, así que le pidió al genio cada noche del 31 de Diciembre al 1 de Enero poder viajar por todo el mundo visitando a todos los niños. Una vez en sus habitaciones les toca la frente con la patita para ver si están dormidos. Si es así y han sido buenos, Dodi se mete debajo de las sábanas y saluda a los niños, les pregunta si han sido buenos y les da un regalo.

Dodi hace esto vestida al uso de Papá Noel. Año nuevo no tiene nada que ver con Papá Noel, pero de nuevo no le han dicho nada por temor a sus berrinches.

Una vez que ha viajado por todo el globo y repartido millones de regalos, Dodi vuelve al lugar de donde partió y sigue con su viaje incansable hacia Londres, pasito a pasito.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Dibujo de cuentagotas y texto de Kalitro.)

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La tortuga Dodi

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Hoy les voy a deleitar con la increíble historia de cómo una tortuga corriente y moliente (aunque con un rato de clase, fíjense sino en el sombrero y la pipa) llegó a ser la dueña de Harrods.

Iba esta tortuga sin nombre paseando por la orilla de la playa cuando de repente encontró una botella. Se puso muy contenta, porque era su cumpleaños y hacía tiempo que escaseaba el bebercio. ¡Pero no! Esta botella tenía genio.

Hola, tortuguita, es tu día de suerte, te concedo tres deseos.
Hmmm… ¡me gustaría vivir 100 años!

El genio se echó a reír, y la tortuga por poco lo tira al mar, porque para genio el suyo. Después de media hora de explicarle el genio que las tortugas ya, por lo general, vivían 100 años o más, comprendió por fin por qué su deseo había sido ridículo.

Oh. Vale, pueeees… Verás, mi mayor miedo es que se produjera un ataque nuclear… Me siento tan indefensa. Me gustaría que me inmunizaras por si algún día pasara eso. No sé, dame una armadura para protegerme, o algo.

Una gota de sudor recorrió la frente del genio.
¡Pero que tienes un caparazón, gilipuertas!

Al final, la tortuga se contentó con pedir que la llamaran Dodi. Todo lo demás vino por añadidura.

Y díganme, ¿qué otra cosa podría pedir una tortuga? ¿Eh? ¿Eh? ¿EH?

Ala, ala.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Dibujo y texto de cuentagotas)

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El colgante de Elisa

EL COLGANTE DE ELISA

 

— Tiene que intentar recordar señora — Le dijo uno de los dos policías a Elisa después de tomar un trago de la taza que sostenía en su arrugada mano.

Ella lo intentaba, estaba confusa, pero al menos ya había recordado su nombre mientras observaba el cuchitril en donde se encontraba. Estaba sentada frente a una mesa metálica desconchada en la que se desparramaban varias carpetas ajadas. Una gotera en el techo amenazaba con desprender la sucia lámpara que apenas conseguía iluminar la pequeña estancia.

— ¿Qué más señora? ¿Elisa qué? ¿Cuál es su apellido? — insistía el viejo policía.

— Elisa Pindado, sí, Elisa Pindado, ese es mi nombre — titubeó, sujetándose una con otra las manos temblorosas.

— Bien, ya tenemos algo — dijo el hombre, y suspiró con cierto alivio, mientras el policía más joven salía de la habitación. Pero siguió preguntando — ¿qué hacía usted andando de noche y sola por la carretera que lleva al monte?

Elisa tenía los ojos fijos en un póster viejo de la pared que tenía delante. Aquella mañana había entrado en la habitación de su padre en el hospital y él ya no estaba.

— Fui a buscarle — respondió ella.

— ¿A buscar a quién? — preguntó él pacientemente.

— A mi padre, se ha vuelto a marchar.

— Pero si por esa carretera no va nunca nadie y no hay nada arriba. ¿Qué iba a hacer su padre en ese lugar? — el policía no entendía nada.

Ella era muy niña cuando su padre se fue la primera vez. Preguntó por él de día y de noche, y su madre, siempre envuelta en un halo de tristeza, no supo darle una respuesta. Lloró durante mucho tiempo. Echaba de menos esas manos grandes que la alzaban al cielo, la constante sonrisa que acompañaba a sus fantásticas historias que la invitaban a soñar.

— Seguro que ha vuelto con ellos — dijo Elisa sin pestañear.

— Pero, ¿quiénes son ellos? ¿De qué está usted hablando? — preguntó el agente con un poquito más de impaciencia. Aquella mujer le estaba amargando una noche que había empezado tan tranquila como todas.

Elisa no contestó, seguía mirando aquel póster y se aferraba con una mano a un pequeño colgante que llevaba al cuello, como lo haría un náufrago a su tabla salvavidas.

Al cabo de unos años su padre volvió con su amplia sonrisa y con la mejor historia que le había contado nunca. Había ido a pasear por el monte y allí se los encontró. Enseguida se hicieron amigos y le invitaron a su casa que estaba muy, pero que muy lejos. Vivió feliz durante mucho tiempo en aquel remoto lugar, hasta que un día se dio cuenta de que echaba de menos a su pequeña y les pidió que le dejaran marchar. Le había traído un recuerdo, un pequeño colgante con una pirámide azul brillante. Elisa estaba radiante con el precioso regalo de su padre.

— ¿Puede usted recordar algo más?– le interrumpió aquel hombre que ella no conocía de nada.

— Sólo espero que él los haya encontrado y sea feliz de nuevo con ellos para siempre — contestó ella impasible.

El policía giró su mirada hacia el lugar de donde ella no apartaba los ojos, y vio el viejo póster que él mismo había puesto en la pared en sus primeros años de trabajo en aquella pequeña comisaría perdida. Lo puso ahí cuando todo el mundo andaba como loco por el tema de moda en aquella zona, allá por los años setenta. El viejo papel contenía la imagen de un platillo volante azul con forma piramidal que se alzaba en el cielo, iluminando unas caras que lo contemplaban llenas de asombro y admiración.

En ese momento volvió a entrar en la pequeña habitación el joven policía e informó a su superior de lo que había averiguado sobre Elisa Pindado y dónde vivía. Con un movimiento de resignación, el viejo policía se acercó a Elisa y le dijo en voz baja:

— Venga, la llevaremos a su casa para que descanse y lo siento mucho, le doy mi más sentido pésame.

Elisa se abrazó fuertemente a él y arrancó a llorar desconsoladamente como cuando era niña y su padre se había marchado por primera vez.

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Sorpresa

SORPRESA

 

Felipe y yo íbamos juntos a trabajar en autobús, solo que él se bajaba unas paradas antes. Ese día, se despidió de mí como siempre, con un beso, y se bajó. Yo solía seguirle con la mirada mientras se alejaba. Me encanta su forma de andar, y el traje le sienta fenomenal, incluso de espaldas. De repente, hizo un movimiento con la cabeza hacia un lado, que me resultaba familiar. Abrí los ojos todo lo que pude, sorprendida, ¡no podía ser! Era el movimiento de todo fumador al encenderse un cigarro. Pero era imposible. No, me estarían engañando mis ojos. Pero entonces, su brazo se separó de su cuerpo con un cigarro en la mano, y su boca empezó a echar humo. Pues sí, era lo que parecía. Mientras se perdía su figura a lo lejos, yo empecé a sonreír. ¿Cómo era posible? Este chico me engaña – pensé -, pero ¿por qué? Me hacía gracia, pero en el fondo estaba dolida. Hacía ocho meses que habíamos dejado de fumar los dos a la vez, pero yo, vil pecadora, no aguanté más de cinco. Apenas unos días antes, me había encontrado con un amigo que me dijo:

__ Sofía, ¿pero has vuelto a fumar? Pero si tu fumabas muy poco mujer. Joder, entonces Felipe, también habrá vuelto a caer, ¡con todo lo que fumaba!

Y yo, toda orgullosa de mi chico, contesté:

__ ¡Qué va! Él nada de nada. Aguanta como un jabato, me tiene admirada.

 

¡Y una leche! ¡Qué ingenua! Aquella mañana, en un primer momento, traté de ser comprensiva y pensé no mencionárselo siquiera. Quizás fumaba alguno de vez en cuando a escondidas, pero sin caer del todo otra vez. Pero, coño, ¡es que no eran ni las ocho de la mañana!

         Así que cuando le tuve delante, sentados frente a frente mientras comíamos, no pude contenerme, y le solté a bocajarro.

__ Felipe, tú me engañas.

__ ¿Yo? ¿Por qué dices eso?

__ Tú tienes que saber a qué me refiero.

__ Yo no te engaño en nada.

__ Sí que me engañas.

__ ¿En qué? ¿A qué te refieres?

__ ¡Ah! Luego me engañas en más de una cosa.

__ ¡Qué va mujer! Pero ¿por qué dices que te engaño?

__ Tú lo sabes muy bien.

__ Que no lo sé, de verdad.

 

Paré por un instante aquel diálogo de besugos, y fui directa al bolsillo de su chaqueta. Y, voilà, allí estaba la prueba del delito, un paquete de tabaco. Se lo planté delante de sus narices, y a ver qué tenía que decir ahora. Él puso cara de “me han pillao”, pero sonrió dulcemente y dijo:

__ ¡Ah bueno! Es eso. Bueno, verás, lo compré hace unos pocos días cuando salí a tomar café con un cliente y sólo he fumado alguno, por ofrecer, ya sabes.

__ Mentira. Un pajarito te ha visto encenderte uno antes de las ocho de la mañana.

__ No, eso sí que no.

__ Sí, eso sí que sí.

__ ¿Quién te ha dicho que me ha visto? A ver.

__ Mira, pues yo, he sido yo misma la que te he visto esta mañana, con estos ojitos, éste y éste, al bajarte del autobús.

__ ¿Esta mañana? Pues no me acuerdo.

__ Pero, ¡serás cínico!

__ Está bien, si tú lo dices… Pero lo habré hecho sin darme cuenta.

__ ¿Cómo? ¡Qué cara más dura! Pues macho, si lo has hecho sin darte cuenta…, eso sólo puede significar que ya fumas otra vez habitualmente.

 

Bajó los ojos y puso carita de bueno. Aquello pudo conmigo y con mi ira. Y sólo fui capaz de preguntarle derrotada:

__ ¿Y por qué me lo ocultabas? ¿Y por qué me lo negabas? Yo ya fumo desde hace tres meses y no lo hago a tus espaldas.

__ Mujer, pues porque no quiero admitir que he vuelto a fumar. Quiero creer que esto es pasajero.

__ Vale, está bien, lo comprendo. Pero lo que me más me jode, es que para todo el mundo tú eres un héroe y yo una viciosa. Joder, y eso no es justo.

 

Me miró fijamente, con aquellos ojitos tiernos a modo de disculpa, que no tuve más remedio que cambiar de tema.

Desde entonces, disimulamos los dos muy bien y aquella conversación jamás tuvo lugar. Felipe sigue sin fumar, ¡es todo un héroe!

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El Suceso

─Por favor señora, cuente exactamente lo sucedido

─Es señorita

─Disculpe

─Una noche normal en el bar de la gasolinera, pero con mucho trabajo. Estaba lloviendo a mares ¿Sabe? Y hacía un frío que pelaba. Tenía los pies destrozados de todo el día de trabajo y de la humedad. Entró este hombre. Llevaba un abrigo mojado y muy sucio. Era guapo pero muy frío… daba mucho miedo.

─¿Haría usted el favor de hablar con el retratista un poco más tarde? Un retrato robot sería muy útil. Continúe por favor

─Cuando entró fue terrible. Apareció por la puerta y fue como si todo el calor del bar fuera succionado. Yo creo que todos tuvimos un escalofrío al verle, era imposible apartar la mirada.

─¿Qué ocurrió cuando entró? ¿Les amenazó?

─No, no, de este hombre sólo salían palabras educadas. Pero la forma de decirlas… no se, era muy extraño. Era como si nos odiara a todos.

Se dio cuenta de que nos habíamos quedado congelados e intentó quitar hierro al asunto, pero, de verdad que me puso más nerviosa. Dijo que hacía un frío infernal fuera y que quería calentar los huesos. Pidió un café. Me puse tan nerviosa que lo derramé. Cuando se lo llevé me dio las gracias, pero me hizo sentir como si fuera un elefante en una cacharrería.

─Le dijo algo?

─Bueno, en realidad le dio un par de sorbos al café y le dio un manotazo a la taza estampándola contra la pared. Dijo que se había quemado y que había sido un accidente. Pero lo hizo aposta agente. Nuestro café tal vez no sea el mejor del mundo, pero la rabia que había en su mirada mientras lo hizo …

─¿Alguna cosa más que se le ocurra? ¿Volvió a dirigirle la palabra o a interaccionar con él?

─No

─Eso es todo señorita, muchas gracias por la declaración

 

 

 

─Señor, estaba usted en la bar de la gasolinera en esa fecha?

─Por Dios que sí estaba señor. Estaba tomando un tentempié de alubias con su morcillita y su choricito. Entonces entró ese hombre. Arda yo en el infierno si no tenía la pinta del mismísimo diablo. Con ese abrigo lleno de mierda … hablando en plata … y esa mirada de grandísimo hijo de puta. Discúlpeme otra vez agente. Cuando tiró la taza contra la pared, casi le da a Juana. Ella puede que no sea la camarera más rápida del mundo, pero sabe Dios que con esas curvas no lo necesita. A mi me gustan rellenitas ¿Sabe usted?

─Continúe …

─Bueno, no le iba a consentir ese trato a una señorita. De modo que me levanté para darle un buen par de hostias. Cuando me acerqué un poco hacia donde estaba, me miró y me quedé helado. El tipo me sonríe y, ¡Madre mía!, casi se me para el corazón

─¿Qué le dijo?

─Me dijo que el café que servían en este local estaba de muerte. Y lo dijo en un tono que no era precisamente amigable. ¿Entiende lo que le digo? El tipo se puso en pié y se acercó más hacia mí. Casi me meo en los pantalones.

─¿Le agredió?

─No, peor, me invitó a un café. De modo que volví a mi sitio en la barra y me lo tomé. Si puedo evitar una pelea, pues la evito, ¿Entiende?

 

 

 

─Se encontraba usted con sus dos hijos, ¿No es así señora?

─Así es, tomábamos algo mientras mi marido… repostaba…

─Lo siento mucho Señora, tenga mi pañuelo. Tómese el tiempo que quiera

─Gracias, ya estoy bien.

─De acuerdo, dígame ¿Cómo ocurrió?

─Ese… hombre se acercó hasta donde estábamos. Se fijó mis hijos y luego en mí. Nos miró de arriba abajo.

─¿Les agredió?

─No

─Entonces, ¿Esas contusiones en su cara?

─Fue un accidente

─Señora, yo…

─¡He dicho que fue un accidente!

─De acuerdo, continúe

─Parecía que nos estuviera haciendo una radiografía. Recuerdo el silencio que había en el bar. Alguien había quitado la música; sólo se oía la lluvia. Mis hijos estaban bastante asustados. El mayor, no pudo evitarlo y se hizo pis.

─¿En algún momento habló con usted?

─Sí, me preguntó que qué me pasaba. Le dije la verdad, que se trataba de un accidente

─¿Y qué hizo?

─Me enseñó una identificación de policía y me dijo que podía ayudarme. Sí, ayudarme…

─¿Era policía?

─Ese hombre no podría ser un policía. Además, la identificación estaba manchada de algo que parecía sangre. Le preguntó a mi hijo pequeño por su papá y el pobre señaló hacia la gasolinera antes de que yo pudiese evitarlo

─¿Salió del bar?

─Fue hacia la puerta de la cafetería y antes de cruzarla, dijo que estaba diluviando fuera. Nos advirtió que no saliéramos. Dijo que podía ser muy peligroso.

─¿Y nadie lo hizo?, ¿Nadie salió?

─Usted no sabe como lo decía. Ese hombre es el diablo. A ninguno se nos pasó por la cabeza desobedecerle. Al rato…

─ Por favor, continúe

─Al rato apareció con mi marido. Dio una patada en la puerta y apareció con el cuerpo de mi marido en brazos. ¡Dios Santo!. …¡Y los ojos! ¡Sus ojos! estaban abiertos, y miraban a todas partes. ¡Me miraban a mí!

─Señora, mantenga la calma… tome esto es un tranquilizante

 

 

 

─¿Es usted el encargado de la gasolinera?

─Sip, servidol de Dios y dusté

─¿Dónde se encontraba?

─Estaba ahí fuera. Con la q’arreaba tenía que pringar. Había mucho poblema con el tráfico, ya m’entiende. Mucho cochej que surtir

─¿Qué pudo ver usted?

─Cuando apareció por er que me pregunta, sólo había un pollo echando gasofa. Yo… yo me dije que era un colega. No podía ver mu bien al indiiduo porque caían chuzos de punta ¿Sabusté?. El der coche había llenao er depósito y m’había dao er prástico pa pagal. Asín que me metí en la caseta pa pasarlo pol la tepuve. Tenía a los estopa a toda leche, asín que no oí ná. Cuando vorví er der coche estaba en er suelo con el cuello partío en dos. Miré al tío raro y me dijo que s’había dao una hostia d’espanto.

─¿Cómo estaba el cuerpo?

─Estaba doblao mu malamente. Pero cuando lo flipamos de verdá ej cuando erepente se puso a mover

─¿El cuerpo se movía?

─Debía sel lajonvulsiones pofmorten. Era como una lagartija cuando le cortas er rabo. Nos dio un sutto… Er rarito lo cogió enbrazos y se lo arrastró ar bar pidiendun médico.

─¿Pedía un médico? ¿Entonces fue un accidente?

─Eso ya… no li puedo yo decil. Polque no lo vi con estos misojos. Pero si que fue mu fuerte polque al entral iba cargao con el cuelpo y fue comuna xalación. Dentro tenía otra pinta. Usea que se notaba que’staba mu muerto ¿Sabusté? No daba lugal a dudas.

 

 

 

─Cuénte lo ocurrido

─Entra el tipo con un cadáver en brazos. Tenía el cuello doblado en un ángulo extraño. Recuerdo la boca abierta, llena de sangre y con trozos de dientes colgando de las encías. ¡Era asqueroso! Y delante de su familia.

─¿Es cierto que pedía un médico?

─Sí, pero miró el cadáver más cuidadosamente y desechó esa idea. Sin duda se dio cuenta del espectáculo que estaba montando y dejó el cuerpo.

─¿Parecía tratarse de un accidente?

─No

─¿Porqué no?

─Ese tío. Ese hace que los accidentes ocurran. Ese no era trigo limpio. Se identificó como un policía. Pero ni por un asomo lo parecía. Con un abrigo lleno de barro y sangre. Con una voz y unas formas. No he visto nadie así y créame que conozco verdaderos criminales. Este tipo era lo más malo que he visto jamás.

─¿Qué ocurrió entonces?

─No se, se fue. Es todo muy confuso


 

 

 

 

Paró de llover y todo quedó en silencio, excepto por las gotas que todavía se desprendían de los árboles y del tejado del bar. En el suelo se habían formado multitud de charcos. Aquellos que se encontraban alrededor de la entrada al bar de la gasolinera estaban teñidos de rojo. La puerta del bar estaba entreabierta. No dejaba que se cerrara la pierna de un cadáver. El resto del cuerpo estaba en el interior, y al lado del cadáver se encontraba él, de pié, frente al resto.

Un halo de terror por la visión del cuerpo les mantenía a todos paralizados. Sólo se oían los sollozos de los niños pequeños. La madre de los niños estaba muda de espanto. Él se adelantó hasta interponerse entre ellos y el cadáver. Levantó la cabeza y les dedicó una mirada que hubiera congelado una caldera. Sólo se escuchaba su respiración, muy profunda y pausada.

 

De repente se dio la vuelta y miró hacia fuera.

─Vaya, amigos, ha dejado de llover ─dijo

Abrió la puerta e inspiró profundamente. Sin decir una palabra más, agarró sus cosas y salió hacia el coche. Limpió con el abrigo unos restos de sangre del guardabarros. Debían ser del policía que había atropellado en la carretera unas horas antes. Montó en el coche, encendió el motor y se fue.

Abrió la ventanilla. Entraba una brisa deliciosa con olor a lluvia reciente. La luna asomaba por un claro entre las nubes.

Iba a ser una noche preciosa

perrolluvia

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Arte moderno

La inauguración de una galería. Tres personas alrededor de una peana.
– ¡OH! ¡Observad qué maravilla!-dice el hombre de las gafas de pasta acariciándose la perilla. Sus acompañantes, la chica de la blusa negra y la señora bajita de pelo corto con cara de enfado, inclinan la cabeza hacia el objeto-.
– Sí. ¡Es magnífico!-añade la muchacha dando vueltas alrededor- ¡Me encanta! Ese color tan intenso, tan pasional, tan sugerente y envolvente. Es el color del amor, de la energía, de lo infinito…De lo nuestro, del ello…Pero… ¿Por qué creéis que el artista lo ha pintado de rojo?
Todos fruncen el ceño. La chica levanta un dedo.
– Pues porque el rojo es el color complementario al cian.
El hombre y la mujer asienten con la cabeza.
– Y, así, a través de él, con su opuesto -prosigue la chica- el autor consigue hablarnos de lo cerca que está la muerte, la esencia y la materia, el gin y el yang, lo masculino y lo femenino. ¡Mirad el bermellón, el escarlata, el carmesí! ¡Ese arco iris de tonalidades!-la muchacha se lleva las manos al pecho- ¡Oh! ¡Comprobad qué bien ha sabido captar con ello las frágiles emociones de la vida humana!
– Sí. Es increíble-añade la mujer enjuta acercándose más-. Aunque a mí lo que realmente me gusta es su estructura -alza la cabeza para mirarlo mejor-. La lógica de sus formas me recuerda a la perfección del círculo y a la finitud de la línea. Por eso el autor ha construido un cilindro. Para mostrarnos cómo el mundo, igual que la vida, finalmente, siempre gira sobre sí mismo.
Se lleva los dedos al mentón.
– Esto, irremediablemente -añade la señora- nos hace pensar en el eterno tema del tiempo circular. De los influjos celestes, solares, telúricos. Que siempre convergen en el mismo punto: el centro del universo.
– Pues a mí lo que me cautiva-dice de repente el hombre de las gafas- es su ironía. Su juego entre lo real y lo irreal. Es laudable cómo el genio coquetea con nuestra psicología. Diciéndonos que no somos nada. Que no vamos a ningún sitio. Porque la sociedad, en sí, es inhumana. Por eso el artista utiliza materiales como el hierro. Para representar esa frialdad. Esa indiferencia. Esa agonía de la civilización. ¿Por qué creéis sino que lo ha dejado abierto por ambos lados?
Se produce un breve silencio.
– Pues para hacernos ver que todo, hasta lo más perfecto, tiene sus agujeros negros-puntualiza el tipo- ¿Acaso esta obra no os parece tremendamente original?
En ese momento aparece en la sala un hombre con un mono azul. Se acerca al exhibidor. Aparta a los presentes. Agarra el objeto con las dos manos. Se lo echa al hombro. Y se marcha.

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–¿Otro café? –pregunté a Mickey y levanté el brazo para llamar a la camarera

–Estoy bien gracias. Cuéntame con más detalle lo ocurrido

Eché mano al bolsillo interior de la Blazer gris y saqué un habano y un mechero. Cuando llegó la camarera me estaba encendiendo el puro

–Ponme otro café preciosa, un expreso –eché un par de bocanadas de humo y continué la historia

(¿Qué ocurrió en Highgrove?)

–Me encontré con Jimmy Olive en el almacén de la calle Highgrove, el que usamos para esconder la mercancía del Aeropuerto. Nos montamos en el coche:

“Me acabo de tirar a la tía más fea del mundo “me suelta.

”¿Te has tirado a tu madre?” nos empezamos a partir el culo a reír.

–Paramos en el descampado donde habíamos quedado con los Limanni, nos bajamos del coche y esperamos. Al cabo de un rato aparecieron en un todoterreno.

“Eh” les dije

“Eh” me saludaron

–Putos sosos de mierda

“¿Esta bien vuestro jefe?” dijo Jimmy .A Don Limanni le habían operado de una fístula hace poco “¿Le ha quedado bien el culo?”

–Uno de ellos se llevó la mano a la sobaquera, pero el otro le detuvo.

“Sí, está mejor, gracias por preguntar” hizo una pausa y continuó”¿Tenéis el sobre con el dinero?”

“Claro“, le dije “aquí tienes” lancé el sobre cerca de donde se encontraban. Que se arrastraran a por el dinero. Y se largaron

–¿No hicieron nada? –dice Mickey

Llega la camarera con el expreso, ummmh… le echaba yo un expreso también

–¿Qué podían hacer? –le digo –, son una panda de flojos. No iban a hacer un mierda

Mickey se queda pensando

–Jimmy Olive ¿Eh?, ¿Sigue llevando esos trajes tan coloridos?

–Jejeje, siiiiii –le digo –, ¿No conoces la historia?

–No

(la historia de J. Olive)

–Resulta que el tío se pilla un pedo de cuidado y vuelve a casa a dormirla. De la mierda que lleva, busca la llave en el felpudo de la casa equivocada.

–¡No!

–Lo más cachondo es que ,efectivamente ,hay una llave debajo del felpudo y se cuela en la casa de al lado

–No me lo puedo creer –Mickey se tronchaba

–Eso no es todo. El tipo se despelota en menos que canta un gallo y se mete directo en la cama. En condiciones normales se hubiera quedado dormido en cuestión de segundos. Pero en el último momento se le ocurre alargar la mano. Cuando palpa un poco, es consciente de la situación: ¡Se ha equivocado de casa!. Aún con el pedo uno siempre se da cuenta de estas cosas, la parienta jamás ha tenido un culo tan prieto como ese

–¡No me jodas!

–El tipo se pone a cien y empieza a fantasear en segundos, con todas las ilusiones sexuales desde su juventud: la joven mamá del compañero de clase, su profesora de matemáticas… la vecinita despampanante ¡Joder!, el tío está echando humo. No se lo piensa dos veces y ataca ese culo perfecto con todo lo que tiene

–¡Dios! –las risas de Mickey se oían por todo la cafetería.

Me tomé un respiro y le di un sorbo largo al café y una calada al puro

–Y no has oído lo mejor –le digo

–No jodas, ¿Hay más?

–Según se la mete, se da cuenta y piensa “¡Coño! puedo estar cometiendo una violación”. El tipo se ve en la cárcel de por vida. Lo ve tan negro aún en su estado, que se le empieza a bajar el tema. Y cuando parecía que todo se iba a quedar más frío que un témpano, ¡Zás!, ve que el culo cobra vida y empieza a menearse arriba y abajo, dulcemente, juguetón pero pidiendo guerra.

–¡Anda ya!

–Jimmy se viene arriba como un campeón. Y vuelve a la carga con mayor empuje todavía. Para él está siendo el mejor polvo de su vida. Del placer tan intenso durante el orgasmo, el tío sufre una especie de petit morte y está a punto de perder la consciencia.

–¡Joder con la petit morte!

–A él le acojona quedarse dormido y que la parienta le descubra. Así que sin mediar palabra reúne toda la voluntad que le queda, se viste y se larga a toda hostia. Ya volverá otro día

–¡Claro! Mejor que no te pillen en la escena del crimen

–Esta vez se asegura de que se trata de la casa correcta y se acuesta.

Mickey se queda sin palabras, no para de reír. Guardo la traca más fuerte para el final:

–Al día siguiente … –le digo

–¿Hay más?

–Queda lo mejor –continúo –, al día siguiente se levanta con una magnífica resaca de proporciones bíblicas. Un clavo al rojo en la cabeza. Pasa un rato hasta que recuerda lo ocurrido al llegar a casa. Al principio no se lo cree, piensa que es un sueño. Pero luego se da cuenta de que ,efectivamente ,tuvo lugar. No puede evitar una sonrisa a través de su enorme dolor de cabeza. Fue el mejor sexo que jamás haya podido tener. Joder, de la ilusión parece que el tarro le duele menos. De repente, “Mierda, mierda, mierda” su sonrisa se congela. Su gesto cambia del buen rollito hipercojonudo al miedo más cagón. El momento en el que te das cuenta que la has jodido con todo el equipo. Cuando te entra un vértigo infinito que te sube por los huevos hasta la garganta y eres consciente de que ya no hay vuelta atrás, que has metido la pata hasta el fondo

–¿Qué pasó?, joder dímelo

–Jimmy cae en la cuenta de que sólo tiene … un vecino

Mickey tuvo que salir un momento fuera de la cafetería para poder recuperar el control de su risa. Tiró varios platos de las mesas por el camino, y no paraba de llorar y clamar al cielo. Yo aproveché para terminar mi expreso que se había quedado frío con tanto palique.

Al rato Mickey volvió. Enrojecido, pero algo más contenido y se sentó delante.

(Después de Highgrove)

Se tranquilizó un poco y continué.

–Pero no he terminado de contar lo que ocurrió después.

–¿Qué ocurrió? –me pregunta

–A los dos días Jimmy llega a su casa, y los Limanni le estaban esperando. Le cosen a tiros allí mismo, delante de su familia.

–¡Ah! De eso sí me había enterado –me mira ahora con cara de resignación

–Bueno –le digo –, al fin y al cabo el tío se estaba cepillando al vecino. ¿Un maricón menos verdad?

–Sí …

–Todo porque alguna rata de mierda había dado instrucciones a los Limanni ¿Verdad? –me levanto de mi asiento –, ¿No es cierto escoria?

Saco mi automática y le vacío medio cargador en la cabeza. La mesa y la pared blanca de la cafetería se llenan de una sustancia negruzca y viscosa. Se oyen gritos alrededor

–Tranquilos, soy del FBI –grito al tiempo que me giro encarándoles –, este hombre era un terrorista muy peligroso que iba a cometer un atentado

Salgo de la mesa de la cafetería y me dirijo hacia la puerta aplacando a la gente con las manos –En breves instantes –, les digo –vendrá la policía a retirar el cadáver y tomarles declaración. Permanezcan en el recinto por favor.

Salgo por la puerta de la cafetería. Miro por el rabillo del ojo y no veo a nadie salir. Me monto en mi coche medio descojonado y me piro a toda leche.

perrolluvia

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Mónica

Mónica era una chica normal. La conocí en unos grandes almacenes. Ella era cajera y yo trabajaba como asesora en la caja central. Recuerdo que el primer día se confundió al etiquetar unos productos, cobró a unos señores de más y, al terminar la jornada, se equivocó de taquilla y se puso mi ropa. Fue divertido. Supongo que, desde aquel momento, nos hicimos inseparables. Por eso, a pesar de que ella se casó y dejó el trabajo a mitad de año, continuamos viéndonos todos los viernes en una cafetería del centro.

 

La primera vez que nos vimos el nuevo año fue la segunda semana de enero.

Yo llegué primero a la cafetería. Aquel era un lugar cómodo, donde se podía hablar, fumar y tomar cafeína. Tomé asiento en una de las mesas del fondo. Pedí un café. Me fumé un cigarrillo. Y la llamé por el móvil. No lo cogió.

Una hora después la vi entrar por la puerta. Se acercó a la mesa, se sentó a mi lado y me miró fijamente. Tenía bolsas alrededor de los ojos. Le pregunté qué le pasaba. Ella me contó que había discutido con su marido.

– ¿Por dinero? –dije yo.

– Bueno –se encendió un cigarrillo-…

– ¿O es por algo del trabajo?

Mónica tomó aire.

– ¿Es por celos? –añadí.

– Por todo un poco… -respondió ella.

Le dije que estás cosas pasaban. Que eran el pan nuestro de cada día.

-Pero, si hay amor –apostillé-, siempre todo puede solucionarse.

Ella pareció alegrarse un poco. Y entonces me contó que estaba muy contenta de volver a verme. Que, en el fondo, siempre había sido para ella como una especie de hermana mayor. Yo no pude evitar sonreír.

 

El viernes siguiente Mónica me llamó diciéndome que aquella tarde le iba a ser imposible quedar. Le pregunté qué le ocurría. Y, tras un largo silencio, me respondió que tenía mucho trabajo. A continuación me prometió que me llamaría.

 

El miércoles me llamó. Me dijo que necesitaba verme. Que quedásemos en la cafetería. Yo acepté. Y a las cinco en punto me presenté allí. Esta vez, cuando entré, Mónica ya estaba en el local. Bebía una copa. Fumando un cigarrillo tras otro. Me senté a su lado. Tenía moratones y arañazos por el cuello y los brazos. La abrace silenciosamente y ella rompió a llorar. Me contó que no había ido a trabajar. Que se había estado toda la mañana dando vueltas por la ciudad. Según me dijo yo era la primera persona con la que hablaba.

– ¿Qué debo hacer? –me preguntó temblando.

Yo la miré fijamente y subí los hombros.

-No sé. Tú eres la que sabes realmente cómo están las cosas.

Intenté hablarla del trabajo. De viajes. De irnos de tiendas juntas. Pero pareció no escucharme. Convenimos que lo mejor sería vernos el viernes siguiente.

 

Pasó la semana. Y el viernes regresé a la cafetería. Me senté en una de las mesas cerca de la entrada, para que pudiera verme, y esperé. Pedí un café. Miré mi reloj. Se retrasaba. Pensé en qué demonios estaría haciendo. La llamé al móvil. Pero no lo cogió.

Tras dos horas de espera me marché a casa.

Durante el camino de vuelta no pude evitar pensar en ella. De vez en cuando sacaba el teléfono del bolso y marcaba su número. No paraba hasta que el aparato colgaba automáticamente. ¿Dónde estaría? ¿Por qué no había venido? De repente un ruido me sacó de mis pensamientos. Al final del vagón un muchacho insultaba a una chica. Todos los viajeros nos miramos esperando a que alguien se levantase e hiciera algo. Pero ese alguien no apareció. En aquel momento comprendí mi error. Debería haberla ayudado. Debería haberla dicho algo. Haberla acogido en mi casa. Haberla animado a denunciar a su marido. Pero no lo había hecho. Ahora sólo podía arrepentirme. Arrepentirme porque ella era una chica normal; con una vida normal; en un mundo, a veces, no tan normal.

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