Sabía que no era buena idea salir a correr. Bueno, está claro que estoy un poco pasadito y me sobran un par de kilos, pero es que eso de correr…
Iba con mi chandal de ver televisión los fines de semana y mis zapatillas de deporte sin estrenar. Abrí la puerta de casa y salí al jardín. Hacía un día perfecto. Respiré profundamente y empecé a realizar los ejercicios de calentamiento que he visto hacer a futbolistas y otros deportistas en la tele. Estuve un rato y noté como los músculos quedaban engrasados y dispuestos para empezar la acción. No me lo pensé dos veces y me puse a ello.
¡Qué sensación! Un, dos, un, dos, respira… ¡Ahhh! , corriendo el sábado por la mañana, la naturaleza me lo tenía que agradecer. ¡Qué aire!, casi podía degustarlo.
Pasé la primera manzana y me fijé que de la casa de la esquina salía la vecina de las tetas de ensueño. Metí tripa, saqué pecho, puse mis cejas en posición de héroe espartano y aceleré el paso. ¡Joder, cómo estaba la cabrona!
—Buenos días —dije con la voz más varonil que pude
Ella me miró y sonrió
Como me puso ¡Dioooos!. Nunca creí que fuera posible tener una erección mientras corría, pero me equivoqué. “Bueno, no se nota tanto” pensé. Pero lo cierto es que parecía el jodido Lancelot. Eché el cuerpo un poco hacia delante y parecía menos protuberante. Intenté no pensar en ello y que bajara por sí sola, pero era imposible. Mi mujer estaría contentísima.
Empezaba a reírme con este pensamiento cuando me topé de frente con la familia Trapp clonada al completo. No se porqué me quedé parado. Creo que ellos estaban en shock o algo así, no se apartaban para dejarme pasar. Al contrario, estaban inmóviles en mitad de mi camino, mirando fíjamente mi paquete.
—Mira mamá tiene un bulto —dijo la pequeña
No supe que hacer, de modo que reaccioné huyendo por un camino en el lateral, entre dos chalets. Ni puta idea de adonde me dirigía, pero sortearía obstáculos. Con el susto se me había bajado toda la ‘moral’ y empezaba a sentirme un poco cansado. Además un músculo de la pierna, el ‘comosellame’, empezó a molestarme un poco. Bajé el ritmo de carrera.
Había salido a una calle que no estaba asfaltada, era un camino de tierra y pequeñas piedrecitas que podía sentir a través de mis zapatillas. Seguí unos pasos más y me paré cerca de un árbol al lado del camino. Estaba a punto de estallar. Me bajé el chandal y empecé a echar una de esas interminables meadas campestres, de las que te unen más con la naturaleza. Me recordó a mi infancia y me relajé. Sabía que quedaba un rato de meada cuando empecé a oírlos. Primero más lejos, pero se acercaban rápidamente. Forcé el chorro para intentar terminar a tiempo pero no calculé bien, los perros ya estaban aquí. Miré hacia atrás y ví como se abalanzaban hacia mi con esas bocas de mil dientes. Me subí el pantalón y salí corriendo como alma que lleva el diablo mientras seguía haciendo pis entre zancada y zancada. Mi chandal lila ahora tenía un surco característico color morado-saladino en la entrepierna.
Los perros se habían excitado con la idea de la caza de un dominguero gordo y creo que corrían más rápido. El corazón, acelerado como un quinceañero en la ruta de Valencia, me llamaba hijoputa tres veces por latido. Debí batir algún record de velocidad en la distancia desde la meada hasta la valla de la casa más cercana, que por cierto no recuerdo haber trepado. Puede que se tratara del primer caso de teleportación, porque en milésimas de segundo había una valla entre los perros caníbales y yo. Intenté recobrar la respiración y que el corazón, que parecía haberse instalado en mis sienes, bajara de mi cabeza y volviera a su sitio.
Apoyé las manos sobre mis rodillas resoplando y me di cuenta de que estaba empapado. “Mierda” pensé. Estiré de la cintura elástica del pantalón para que entrara un poco de aire y se secara, pero estaba demasiado húmedo. Empecé a sacudir el pantalón para acelerar el proceso. Miré alrededor, no sabía donde estaba. Me asomé al lateral de la casa mientras aireaba el pantalón. Entonces ví a la vecina de las lombardas galácticas regando las plantas. ¡Estaba tremenda!
—¿Está buena, eh?—escuché detrás de mí
—Siiiii —me salió automáticamente, mientras daba ritmillo al elástico
—¡Hijodeputa!
Me giré y ví un tipo con un arma. Debía tratarse del marido, creo que es policía
—Meneándotela en mi jardín. Delante de mi mujer —gritó apuntándome
Y disparó. La bala pasó a un palmo de mi culo. Corriendo como un cobarde salí de allí lo más rápido que pude, escapando de ese loco.
Llegué a casa destrozado, meado, disparado y excitado. ¡Joder!, hacía muchos años que no me sentía tan vivo.
Mi mujer se hacía cruces cuando vio las pintas que traía
—María, no preguntes —dije yendo a la ducha y la amenacé sexualmente —, pero te vas a enterar cuando salga