Feeds:
Entradas
Comentarios

Posts Tagged ‘Animalitos’

La chica del perrito

Y así acabó la historia. Igual que había empezado. Con un perrito de por medio. Pero, antes de adelantar nada, como en todo buen relato, comencemos por el principio.
Todo empezó una tarde de enero. Aquel día acompañé a mi amigo José a dar un paseo a su perro por el parque. El chucho no paraba de ladrar a todo aquel con el que nos cruzábamos. Entonces, entre ladrido y ladrido, una joven morena, bajita, de larga melena, se acercó a nosotros. Se agachó para acariciar al perro.
– Ten cuidado –dijo mi amigo-. Muerde.
Pero ella, a pesar de todo, sonrió y se inclinó sobre la cocorota del perrillo. Al tenerla encima el animal cerró los ojos y calló. Mi amigo y yo nos miramos. Entonces ella nos sonrió a nosotros. Y a continuación nos contó que le encantaban los perros y que siempre había querido tener uno, aunque, su casera, una mujer cruel, no la dejaba tener animales en el piso. Así que, según decía, por ahora, se conformaba con ver a los de los demás.

Aquel fue nuestro primer encuentro. Pero no el único. Días más tarde, en el metro, descubrí que la chica había empezado a trabajar en un bar que había cerca de mi oficina. Así que empecé a encontrármela día sí y día también. Al principio sólo nos saludábamos y nos despedíamos. Pero, poco a poco, con el paso de las semanas, las barreras de lo cortés fueron desmoronándose hasta llegar a entablar largas conversaciones sobre por dónde solíamos salir, que habíamos hecho el fin de semana o si éramos más de whisky o de vodka.
– Ni de uno ni de lo otro –respondió ella-. A mí me va el tequila.
Una tarde, al salir del trabajo, decidí cambiar un poco el ritmo de la semana y me fui al cine. Vi de Búster Keaton. Al salir de la película, mientras me fumaba un cigarrillo al lado de la taquilla, descubrí a la chica entre la gente. No dudé. Ella también fumaba un cigarrillo. Levanté la mano y la llamé en alto. Ella, al verme, sonrió. Me preguntó qué hacía por allí, si solía ir solo al cine, y si me gustaban aquel tipo de películas mudas. Yo le contesté que sí a todo.
-Pues a mí también -confesó ella.
Entonces decidimos que a la próxima proyección no iríamos solos. Ya que, así, por lo menos, el bol de palomitas no se quedaría a la mitad.

Y, así, entre palomitas y fotogramas, decidimos tener lo que sería nuestra primera cita. Aquel día fuimos a cenar y luego al cine. Comimos en un restaurante italiano, donde, a pesar de no haber velas, creamos una buena atmósfera romántica con el cenicero y la llama de un mechero. Después, tras las pizzas y los espaguetis, nos fuimos a ver una película de Charlie Chaplin. Nos reímos mucho. Sobre todo cuando el del bastón cogía esa enorme bola del mundo y se ponía a bailar. Me recordó a mi jefe. Y, por las risas de ella, supongo que a ella también le recordó a alguno. Al salir del cine nos encontramos las calles nevadas. Como queríamos continuar la cita pero hacía mucho frío, decidimos buscar otro lugar más resguardado. En un primer momento pensé en mi casa. Y, por su cara, estoy seguro de que ella también pensó en la suya. Pero, finalmente, siguiendo esa ética no escrita de las primeras citas, convenimos quedarnos en mi coche. Allí, tapaditos con los abrigos, mientras el interior se calentaba con la calefacción, hablamos, charlamos y parloteamos de todo lo humano y lo divino. Y de esta forma tan tonta, entre bromas y risas, con el freno de mano en el culo y el volante oprimiéndome el pecho, me lancé a besarla. Fue un beso cálido, sincero, explosivo, como si te metieras un chute de oxígeno (aunque esto último no sé si fue por la falta de aire ante la opresión del volante). Pero, en suma, fue algo impresionante. Después de besarnos nos abrazamos, nos acariciamos y, como una cosa lleva a la otra, acabamos haciendo el amor allí mismo. Para, luego, inexplicablemente, quedarnos juntos en el asiento del copiloto, pegados como chinches, dibujando figuras en el vaho de la luna delantera.

A partir de ahí ese momento empezamos a salir. Para no agobiarnos, decidimos no ponerle a la situación ningún tipo de nombre, es decir, aunque por dentro lo estuviésemos deseando, no nos llamaríamos novios, ni amigos ni amantes. Nada. Lo cual era complicado a la hora de dar explicaciones cuando te encontrabas con un amigo. “He quedado con la chica con la que salí el otro día”, decía muchas veces, o “hoy voy a cenar con la chica con la que el fin de semana pasado fui al cine a ver una película”, señalaba otras. Entonces, ante esta tesitura de extrañas nomenclaturas, decidí abreviar y llamarla cosa. Sí. Ella sería “mi cosa”. A lo que ella respondió bautizándome como “bicho”. “Su bicho”. Así pasamos varios meses. Meses en los que ella no paró de reírse. Ni de día ni de noche. Saliendo a todas horas. Al cine, de tapas, a tomar copas, a tomar pinchos, a los museos, a cotorrear por el parque, a acurrucarnos juntos en el asiento de atrás de mi coche. Y ella siempre riéndose. Hasta que, dos o tres semanas después, a finales de febrero, de repente, la vi volverse taciturna y esquiva. Yo, al principio, no llegué a comprender aquel cambio, y me pasaba el día preguntándole si le sucedía algo. Finalmente, tras varios días detrás, me contó que estaba deprimida. Sus padres habían discutido y su hermano menor se había ido de casa. Yo, por mi lado, ante aquel panorama, intenté pasar más tiempo con ella. Entonces, para darle una alegría, un día le regalé un enorme oso de peluche azul. A ella le gustó mucho. Tras aquello ella fue perdiendo aquella negra melancolía para, lentamente, ir recuperando nuestro ritmo habitual de vida.

Después de aquel bache los días fueron cayendo como hojas de un frondoso calendario. Los días se hacían más cortos, las noches se alargaban hasta la madrugada, y sus labios alimentaban más que las comidas. Fue en aquella época también cuando empezamos a presentarnos a nuestros amigos. Ella me presentó a un par de compañeras del trabajo, a una amiga de la infancia y a una ex novia de su hermano. Yo, por mi parte, le di a conocer a mis amigos del barrio y a sus respectivas novias, con los que llegamos a salir en un par de ocasiones.
– ¿Y te acuerdas la primera vez que te vi? -me dijo ella en alguna de esas citas múltiples- Pensé que eras un panoli.
– Vaya…–respondí- Y yo que creía que tú eras una zorra
Los dos reímos. El alcohol tiene esas cosas.
Pero, con el paso de los meses, las presentaciones no quedaron ahí, y, por alguna extraña conexión, llegué a conocer a su hermano y, posteriormente, a sus padres. A estos los vi por primera vez en un centro comercial. Ella había quedado con ellos para comer y yo, tras haber rechazado varias citas anteriores, esta vez, me veía obligado a aceptar.
Comimos en un restaurante chino. El padre, antes de comenzar la comida, pidió un par de palillos.
– Así es como lo hacen en China -me dijo dándome un golpecito en el hombro.
Acto seguido agarró el rollito de primavera que acababa de pedir y este salió disparado hacia la mesa de al lado. El hombre manchó el vestido de una señora con mala cara.
– Si es que estos palillos no son auténticos, estos chinos han copiado hasta sus propios palillos –dijo enfadado.
Tras aquella reunión llegaron otras más. Esta vez con otras comidas de por medio. Enchiladas. Costillas a la brasa. Paellas. Un día creí reventar.
Fue entonces, en plena primavera, cuando ella volvió a caer en un extraño estado de apatía. Durante días dejó de hablarme. Decía que quería estar sola. Pesadamente aquellos días se convirtieron en semanas. Entretanto yo intentaba pasarme por su casa todas las tardes para animarla un poco. Finalmente, tras muchas horas en la cama charlando, me dijo que estaba así porque había tenido problemas en el trabajo. Yo la abracé con todas mis fuerzas.
– Siempre estaré a tu lado –le dije.
Ella sonrió.
Días más tarde, para darle una sorpresa, le regalé un viaje a Italia. Quince días de vacaciones alejados de todo y de todos, solo para nosotros, para encontrarnos, querernos y tirar alguna que otra columna del Foro romano.

Aquellas fueron unas vacaciones estupendas. Roma, Florencia y Venecia. Todo era bellísimo. A pesar de las chinches de algunas camas, las persianas donde se colaba la luz desde las seis de la mañana y los simpatiquísimos recepcionistas que nunca nos entendían y sólo farfullaban levantando las manos. Pero bueno. Durante aquellos días ella pareció olvidar todos sus problemas y recuperó su enorme sonrisa. Ahora, de nuevo, se reía. A todas horas. Comiendo espaguetis, raviolis, pizzas e incluso repollos. A pesar de tener que soportar luego sus flatulencias. Pero en aquel viaje aquella no fue la única barrera que rompimos. Cayeron otras. Como el vernos sentados en la taza del váter. O el descubrir que, sobre todo tras un paseo por la Roma imperial, al otro también podían olerle los píes como a un mendigo. Pero, a pesar de ello, aquellas cosas terminaron por unirnos más. Ahora ya no éramos solo unos personajes ideales. Éramos reales. Y eso me encantaba. Pues una persona que se tire pedos, eructos y se muerda las uñas, por mucho que quieran lo contrario, a mí siempre me parecerá más encantadora que cualquier muñeca del Corte Inglés.

Tras aquellos días ociosos volvimos a casa. Cada uno a la suya. Por aquella época empecé a sopesar la idea de que, ya que nos conocíamos y nos queríamos, por qué no podíamos también proponernos compartir la misma casa. Me parecía una buena idea. Y por eso estuve durante días, en secreto, buscando piso. Buscaba uno espacioso. Sin casero. Donde a uno le dejasen tener perros, hijos o cualquier otro animal de compañía. Mientras tanto ella volvió a su trabajo. Durante aquel tiempo nos especializamos en ir a centros comerciales. Entrábamos en las tiendas, revolvíamos todo y no comprábamos nada. Pero nos divertíamos. Incluso un día que ella se sintió inspirada, como Cervantes, llegó a hacerme una felación en un probador. Fue genial. Por supuesto no nos llevamos el jersey con el que nos habíamos limpiado. En general aquellos fueron días felices. Como siempre. Pero, de repente, un día, como en todos los cuentos, ella volvió a ponerse melancólica. Esta vez no quiso decirme cuál era el motivo. Me pasé tardes y noches a su lado. Por la tarde, para mitigar aquella silenciosa pena, salíamos a cenar fuera. O a darnos una vuelta al parque de atracciones. O a tomar algo con sus amigos. Mientras que, por las noches, me quedaba en su casa abrazándola. Viendo películas mudas. O hablándola hasta que se dormía. Pero la situación no cambiaba. Fue entonces cuando decidí darle una sorpresa. Tras buscar un piso en el periódico, entrevistarme con los dueños, y entregarles un adelanto, por fin, a pesar de que a mí no me gustaban, decidí comprar un perrito en una tienda de animales. Sí. Ahora ella alcanzaría su sueño. Con casa, novio y perro. Ni amigo, ni cosa ni amante. Novio. Por eso, una tarde de comienzos de junio, cuando el calor empezaba a apretar, metí al animal en una caja y, con ella bajo el brazo, marché a verla. Finalmente, tras varios fracasos, había encontrado a la persona idónea. ¡Y sin la ayuda del tarot, los signos del zodíaco o las noticias del telediario!
Llegué a su casa. Llamé al telefonillo y ella me abrió la puerta. Subí hasta su piso. Y, tras colocarme la caja donde iba el perrito a la espalda, golpeé la puerta varias veces. Ella entreabrió, me lanzó una rápida mirada y me dijo que no quería verme.
– ¿Pero por qué no quieres verme hoy? –dije yo.
– No quiero verte hoy. Ni mañana. Ni nunca –respondió ella.
Yo arqueé las cejas sorprendido y le pregunté que demonios le pasaba. Ella me soltó algo que yo no llegué a comprender y, acto seguido, cerró. No volví a llamar al timbre. Algo me decía que aquello, efectivamente, se había acabado para siempre. Tras varios minutos noqueado el perrito ladró. Entonces comprendí que era el momento de irme.

Salí a la calle. Abrí la caja y saqué al perro. Le até la correa que me habían regalado en la tienda al cuello y, juntos, paseamos bajé aquel maldito sol de aquel maldito martes de junio. Yo no quería volver a casa. Ni quería ir al cine. Ni quería nada. Así que seguí andando hasta llegar casi al otro extremo de la ciudad. Cuando quise darme cuenta estaba al lado de la calle de mi amigo José. Entré con el perrito en el parque que hay al lado de su casa y el animal, al ver aquel gentío, dio varios saltos e intentó meterse entre las piernas de la gente. En ese momento me senté en uno de los bancos del paseo. Toda la historia, como toda buena historia, se había acabado. Ahora sólo quedaban los restos. Los puntos suspensivos. O el punto y final. O, simplemente, el abismal espacio en blanco. Lo típico de cuando se acaba algo. Entonces escuché al perrito ladrar más fuerte. Alcé la vista y vi cómo una mujer se acercaba a mí. Era una chica rubia. Alta. Con el pelo corto. La muchacha, al verme con el animal, me saludó y se agachó.
– Me encantan los perros -me dijo.

Read Full Post »

dodi-3

La tortuga Dodi es especial, en muchos sentidos, de muchas maneras, todos los días.

Ya son bien conocidos sus episodios coléricos, como cuando el genio de la botella se rió de ella. No le gusta que la tomen por tonta. Ella va por la vida, pasito a pasito, con la nariz levantada, muy digna. Hay que tener cuidado al tratar con ella; no sabe que es un bomba a punto de estallar.

Por ejemplo, están los episodios con la lechuga. A Dodi le encanta la lechuga, y es prácticamente lo único que le gusta. Muchas veces, si le sirven croquetas, gambas a la plancha o cualquier otra cosa que lleve hojitas de lechuga en el plato de guarnición o de adorno, ella se come sólo la lechuga y tira el resto. Y pide más, sólo para volver a comerse la lechuga. Y le gusta mucho, pero como no le llena, tiene que comerla en abundancia. La mastica con los ojos en blanco, moviendo circularmente la boca, y hace un ruido, «Groanch, groanch, groanch»

Un día Dodi, en su camino a Londres, fue a parar a un buffet libre de ensaladas y se puso muy contenta. Movió sus patitas hacia el local y entró. Pagó 10 euros, se sentó en una mesa y pidió la ensalada especial del día. Tuvo que esperar un poco; empezó a relamerse.

Por fin le pusieron el plato delante, pero se dio cuenta de que algo no iba bien. Lo miró. Identificó varios ingredientes. Vio coles de bruselas. Vio espinacas y endibias. Vio canónigos y rúcula. Vio zanahorias y tomates, y maíz y espárragos. Vio incluso arroz, cus-cus, lentejas y garbanzos. Pero no había lechuga por ningún lado. Contrariada, levantó la vista hacia el camarero.

Pero… pero… ¿dónde está la lechuga? ¿No hay lechuga? ¡No hay lechuga! Es imposible. Sólo he venido por la lechuga.

Miraba alternativamente al plato y al camarero; éste se rascaba la cabeza.

¡No hay lechuga! ¿Dónde está la lechuga? ¡No hay lechuga! Esto es un timo

Lo siguiente que hizo fue, con la ayuda de sus abogados, cerrar el buffet libre.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Texto de cuentagotas y dibujo de Kalitro.)

Read Full Post »

dodi-2

La Tortuga Dodi sigue empecinada en fundar Harrods, así que con paso firme, incansable, pero lento, marcha poco a poco hacia el norte, para llegar a Londres. Aún no le han dicho que Harrods ya está fundado, claro, porque Dodi tiene muy mal genio y se pillaría un berrinche de padre y muy señor mío.

Sin embargo, como aún conservaba la botellita con el genio, Dodi pensó que si iba a fundar un centro comercial, debía mantener el afán consumista, así que le pidió al genio cada noche del 31 de Diciembre al 1 de Enero poder viajar por todo el mundo visitando a todos los niños. Una vez en sus habitaciones les toca la frente con la patita para ver si están dormidos. Si es así y han sido buenos, Dodi se mete debajo de las sábanas y saluda a los niños, les pregunta si han sido buenos y les da un regalo.

Dodi hace esto vestida al uso de Papá Noel. Año nuevo no tiene nada que ver con Papá Noel, pero de nuevo no le han dicho nada por temor a sus berrinches.

Una vez que ha viajado por todo el globo y repartido millones de regalos, Dodi vuelve al lugar de donde partió y sigue con su viaje incansable hacia Londres, pasito a pasito.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Dibujo de cuentagotas y texto de Kalitro.)

Read Full Post »

La tortuga Dodi

dodi-1

Hoy les voy a deleitar con la increíble historia de cómo una tortuga corriente y moliente (aunque con un rato de clase, fíjense sino en el sombrero y la pipa) llegó a ser la dueña de Harrods.

Iba esta tortuga sin nombre paseando por la orilla de la playa cuando de repente encontró una botella. Se puso muy contenta, porque era su cumpleaños y hacía tiempo que escaseaba el bebercio. ¡Pero no! Esta botella tenía genio.

Hola, tortuguita, es tu día de suerte, te concedo tres deseos.
Hmmm… ¡me gustaría vivir 100 años!

El genio se echó a reír, y la tortuga por poco lo tira al mar, porque para genio el suyo. Después de media hora de explicarle el genio que las tortugas ya, por lo general, vivían 100 años o más, comprendió por fin por qué su deseo había sido ridículo.

Oh. Vale, pueeees… Verás, mi mayor miedo es que se produjera un ataque nuclear… Me siento tan indefensa. Me gustaría que me inmunizaras por si algún día pasara eso. No sé, dame una armadura para protegerme, o algo.

Una gota de sudor recorrió la frente del genio.
¡Pero que tienes un caparazón, gilipuertas!

Al final, la tortuga se contentó con pedir que la llamaran Dodi. Todo lo demás vino por añadidura.

Y díganme, ¿qué otra cosa podría pedir una tortuga? ¿Eh? ¿Eh? ¿EH?

Ala, ala.

(Idea original de cuentagotas y Kalitro. Dibujo y texto de cuentagotas)

Read Full Post »

Me hizo pasar a lo que llamaba su despacho.

Él era una especie de ratón gigantesco. Tenía sus bigotes, su nariz redondeada, su larga cola pelada y vomitiva. Iba peinado hacia atrás.

Me hizo pasar, atravesando el pasillo de brillantes baldosas cuadradas, blancas y negras. Todo relucía. En el despacho, la mesa estaba completamente despejada. Se sentó, se pasó la mano por el pelo y se puso a abrir y cerrar los cajones, a sacar folios, a ordenarlos y a volver a dejarlos en su sitio. Finalmente, me miró.

—Usted me dirá, señorita —me dijo.

—Quisiera saber. Entonces… ¿esto qué es, una especie de empresa?

—¿Acaso lo duda?

—Pero… no lo entiendo. ¿Qué es lo que fabrican? ¿Venden alguna cosa?

La rata me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Me está tomando por tonto?

Se levantó y se dirigió a una estantería. Tomó de allí un libro muy ancho; lo abrió y comenzó a buscar algo entre sus páginas. Cuando lo encontró, lo señaló con su larga uña y comenzó a leer en voz alta:

—Aquí está: «Empresa, del it. impresa: 1. Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo».

—Vale, esa es la primera acepción. Siga leyendo.

—»Tarea que entraña dificultad». ¿Sabe usted lo difícil que es ser una rata hoy en día?

—Siga leyendo, por favor.

Me miró con cara de disgusto, pero siguió leyendo:

«2. Unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos».

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué? ¿Por qué le quedan dudas de que esto es una empresa, con todas las de la ley? Mire, mire, voy a seguir leyendo. «3. Lugar en que se realizan estas actividades».

—Ya veo.

—De eso no hace ningún comentario, ¿verdad? ¿Acaso no es esto un lugar? ¿No lo es? ¿Eh?

—Estamos de acuerdo en que es un lugar. Pero no veo que sea un lugar en que se realicen “estas actividades”. Es más, no veo que se realicen actividades en absoluto.

Entonces se puso realmente serio.

—Usted me discrimina porque soy distinto a usted, ¿no es cierto?

—No, pero es que está ahí sentado, intentando impresionarme y…

—Usted viene aquí, a mi empresa, mete la nariz en mis asuntos, me hace preguntas…

—Naturalmente, pero yo sólo…

Me cortó tajantemente y me soltó:

—Señora, usted ha venido aquí a insultarme. Por favor, váyase.

Y añadió:

—Usted ha venido aquí a llamarme ratón.

Read Full Post »

Como siempre, el anochecer me sorprendió caminando. Busqué ansiosamente algún refugio donde pasar la noche en el páramo que me rodeaba, donde apenas crecían algunos matorrales. Ya pensaba hacerme una cama entre las matas, como las liebres, cuando advertí unas rocas que se juntaban en una especie de V. Rodeé las peñas, buscando abrigo, y entonces reparé en una especie de gruta que se abría en una pared de la roca. Casi tenía que estar de rodillas, y estaba muy oscuro, pero la luz de la luna se colaba por un agujero en el techo, llenando de oscuridades la cueva. Así, cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, pude distinguir lo que había tomado por una sombra negra más. Echado sobre sus patas el lobo me observaba con curiosidad.

Mi primera intención fue echarme la escopeta a la cara, pero a mitad del gesto bajé el arma. Apenas había levantado la cabeza, casi sin inmutarse. Era un macho ya viejo. Aunque su cuello y sus miembros parecían robustos, su pelo gris blanqueaba sin brillos, y los pocos movimientos que hacía no eran los de un depredador en alerta. Tampoco sus ojos expresaban la atenta vigilancia de su especie. Nos observamos un momento, sin movernos, y entonces, tras un ruidoso bostezo, habló.

– ¿Qué te ha traído hasta aquí? –preguntó entornando los ojos-.

Me quedé helado. Tenía una voz cansada, pero grave y profunda. En la cueva en tinieblas, sonaba casi sacramental. Yo estaba absolutamente pasmado, pero, sin embargo, encontraba un aire de naturalidad en la escena, y me esforcé por responder:

– El camino. Se iba la luz y hacía frío. Buscaba un sitio para pasar la noche…

– Te vi llegar. Llevas mucho tiempo caminando, ¿verdad? Y eres cazador.

– Salí de mi casa hace algún tiempo…Y sí, soy cazador.

– Yo también soy cazador. Y si quieres, te contaré a dónde lleva este camino. 

Luego se movió para hacerme sitio, me pidió que me sentara. La sensación de irrealidad se esfumaba, y yo me dispuse a escuchar.

– Al principio recuerdo las voces de la manada en la noche. A mí se me erizaba el pelo, me sentía orgulloso de ser un lobo, un cazador, el dueño de la sierra. Pero un día el monte se cubrió de blanco y la caza empezó a escasear. Reunidos ante el Jefe del Clan, discutimos las soluciones: los viejos dijeron que era mejor aguantar, que ya pasaría el frío y volvería la caza. Los jóvenes pensaban que era mejor buscar nuevos territorios. Yo dije que el águila, cuando venía de las montañas, siempre volaba con una pieza en sus garras. Debíamos cruzar al otro lado de la sierra, pues allí había caza.

Aunque alguno sacó los colmillos, finalmente el Líder se impuso: la manada esperaría a que terminase el frío. Todos lo acataron, pero yo era joven, ya había cazado por mi cuenta alguna vez y me sentía tan fuerte como el águila, así que una noche me marché.

Mientras viajaba, echaba de menos los coros nocturnos de la manada, pues mis propios aullidos, en soledad, no sonaban igual. Pero disfrutaba cazando solo, con toda la carne para mí, sin obedecer ni rendir cuentas a nadie. Me gustaba el tacto de una tierra que era mía, pues ningún otro la pisaba. Hasta gozaba devorando a bocanadas el limpio aire que a nadie más azotaba la cara.

Una noche me desperté aterido. Me pareció oír, llegando desde muy lejos, unos sonidos familiares, el eco de los aullidos en la noche. Subí a una loma y miré a mi alrededor. Aún podía ver, de un lado, la sierra donde nací; y de otro, el camino que seguía hacia lo desconocido. Y pensé: “Mañana volveré”. Pero al día siguiente me desperté con la sensación de que aquello no había sido real, que la única verdad el aire de la mañana que tensaba mis músculos, los sonidos del monte desperezándose, la caza que me esperaba y sobre todo, el sol asomando entre las montañas, señalándome el paso entre las montañas.

Me perdí varias veces, pasé mucha hambre en medio de la roca viva cubierta de hielo, y sentí el frío crecer dentro de mis huesos y agarrotar mis miembros. Pero al final encontré el paso, y después el valle. Al abrigo de las montañas, el verde de la pradera se unía con el bosque pardo a través de un río de aguas rápidas. Y era todo para mí. Había llegado, había vencido. Y lo había hecho yo solo, como el águila.

Tras saciarme de buena caza y descansar, regresé, siguiendo mi propio rastro, el único en aquellas tierras. Estaba contento, pues volvía a mi lobera, a mi manada. Pronto, todos me seguirían hasta el valle y cantaríamos juntos hasta el amanecer. Pero al llegar, la lobera estaba vacía, y todos se apartaban de mí. Les conté las maravillas del valle, pero nadie me escuchaba. Me rehuían. Cogiéndome aparte, el viejo líder me habló:

– Tú ya no eres de los nuestros. Has dejado nuestras costumbres, nuestras tierras y hasta nuestra raza. Ningún lobo marcha solo, ni caza ni vive solo. Ya no eres de la manada. Adelante,  sigue solo, pues ese es el camino que elegiste.

            Volví al valle, a mi caza solitaria y a mi libertad salvaje. Es verdad que mi aullido se perdía sin encontrar eco, pero pensé: “Más allá, un poco más allá, habrá otro valle, y encontraré compañía. Nada me asusta, pues he demostrado que soy el más fuerte.”

            El lobo bostezó otra vez, y se lamió las patas. Luego, mirándome, continuó:

– Después encontré muchos valles, y algunos lobos, pero todos me repetían el mensaje del viejo líder: Ningún lobo marcha, ni caza, ni vive solo. Hasta que un día me encontré en medio de este camino. Siguiéndolo, he conocido muchas tierras, he cazado piezas que no había visto nunca, y me he hecho muy fuerte. Pero nunca he vuelto a escuchar el canto de un lobo.

            Nos quedamos en silencio. La historia me había parecido muy triste, y se lo dije. Él cambió de postura y, entornando los ojos, me miró detenidamente antes de contestar:

– ¿No te parece raro estar en esta gruta hablando con un lobo?

Me eché a reír. Por alguna razón, lo que debía maravillarme e incluso asustarme, ahora ya no me sorprendía.

– Supongo que todo esto es un sueño. En los sueños se ven y se oyen cosas muy raras.

– Tú sabes que hay otra explicación. También tú has abandonado a los tuyos, tu manada y tu tierra. Crees que marchando solo encontrarás lo que buscas, serás feliz. Vencerás. Crees que si perseveras, si no haces caso de los que dicen “no se puede”, “abandona”, “espera”, triunfarás. Triunfarás, sí. Pero solo tú estarás allí para verlo.

– Te equivocas, lobo. Porque yo soy un hombre, y los hombres no somos fieras. Cuando yo vuelva, me escucharán.

– Ven conmigo –dijo, levantándose y saliendo de la cueva-. Anduvimos un poco y luego, girando la cabeza, me señaló hacia delante y luego hacia detrás:

– Muéstrame por dónde se va a tu país.

Miré, pero por más que trataba de situarme, sólo veía campo, azulado por la luna hasta donde se perdía la vista. Sentí vértigo.

– Creo…que estoy perdido –dije al fin-.

– Lo que te pasa es que te has alejado mucho de los tuyos. Has entrado en este camino, has pasado mucho tiempo solo. Te has hecho fuerte. Libre. Y salvaje. Ahora ya casi eres un lobo. Por eso hablamos el mismo lenguaje. Porque tu tampoco quisiste –o supiste- escuchar el canto de la manada.

Sentí un escalofrío. Seguí escudriñando, para tratar de orientarme.

– ¿Dónde…dónde lleva ese camino?

– Donde tú quieras. Puedes seguir adelante, y recorrer tu vida andando. Puedes detenerte un tiempo, y luego volver a andar. Todo el tiempo es tuyo, y tienes todo el camino para ti solo.

De pronto me sentí desamparado.

– ¿Y si caminásemos juntos? –le pregunté, esperanzado-.

– Este camino es sólo tuyo. A mí me espera la cueva. Además –dijo ya sin mirarme, mientras echaba a andar- yo sólo soy tu sueño. ¿O no?

Lo seguí con la vista hasta que desapareció tras las rocas. Luego me quedé en medio del camino, que me pareció inmenso, eterno. Y absurdamente real.

 

* * *

Read Full Post »

KND-I

1

Entró en la cafetería a tomar su té con una pastita, como hacía todos los días. Iba tan mona, con su última adquisición de pantalones cortos para invierno, una blusa transparente para enseñar sin ser descarada, y su pelo negro recogido bajo un gorrito de lana.

Hizo una pausa nada más entrar para quitarse el abrigo y dejar que todas las personas de la cafetería pudieran verla. El chico tonto que servía en la barra interrumpió su entrée:

– Buenas tardes, ¿Te pongo lo de siempre?

– Quiero un café descafeinado con leche desnatada, nata y sirope de fresa. Templado, en taza grande. Y una galleta Danesa con guinda – lo dijo sin mirarle. Claro que era lo de siempre, pero ella no quería que él tuviera la razón.

Caminó hasta la mesa donde se sentaba todos los días. Sacó su agenda del bolso. Tenía muchas cosas que planificar. Hoy se celebraba el gran Baile de la Parroquia y estaba muy excitada. Tenía un vestido perfecto, y se encontraba guapa y en plena forma, ella no sería rival para …

– Aquí tienes – era otra vez el camarero pesado; traía su café

Se quedó un rato mirándo, así que ella puso cara de asco para que se fuera. Con ese gesto no duraban ni un minuto.

La fiesta iba a ser todo un éxito. Seguro que sería la reina del baile

2

Se despertó y se frotó los ojos con cuidado para no restregar por todo el párpado la raya de rimmel de la noche anterior. Miró alrededor confundida. Tardó un tiempo hasta que se ubicó. Recordó la fiesta, y cómo el chico le había llevado hasta su dormitorio en el campus. Efectivamente allí estaba él, en el otro lado de la cama … ¿Cómo se llamaba? … bueno, da igual, es mono pero no es un chico para ella, no está a su nivel. Se levantó y fue al baño. Hizo un pipi, y mientras estaba sentada en la taza, recordó el baile.

 

Ha puesto todo de su parte para estar divina. Deja que su melena negra se mueva al ritmo de la música. Ha llegado un poco tarde, una hora después de que haya empezado la fiesta. Retrasarse es hacerse querer. Es una cosa que se aprende cuando se es popular.

Ya le han dicho muchas veces que está fantástica, pero ninguno de los tíos que se lo ha dicho le importa nada. En uno de sus vertiginosos y estudiados giros de baile, se topa con un chico con un traje blanco, le masculla un “hola” al reconocerla.

Pero ella está ocupada. Kandi se encuentra a unos metros bailando, y ella tiene que dar más de sí misma. Tiene que ofuscarla completamente.

Hay un chico bailando con Kandi, no es feo del todo. Kandi parece estar pasándolo bien. Esa pécora con lazos por todo el cuerpo, parece un regalo del todo a cien … ¡Va a enterarse de quien es ella¡

Sigue bailando, pero atenta. En un instante el chico que baila con Kandi se escapa a la barra a por un par de refrescos. Es el momento. Le intercepta, y pone en marcha todo el arsenal de trucos femeninos para volver loco el animal que cada hombre lleva dentro. Este, en cuestión, no resulta muy complicado y entra rápidamente al trapo. En pocos minutos ella está metiendo su lengüecita en la boca de él. Drenándole todos los pensamientos que pudiera tener de Kandi.

 

¡¡¡¡¡Flushhh!!!!! … Utilizó el papel y tiró de la cadena. Se miró un buen rato en el espejo, al principio crítica, pero tras un par de retoques en el pelo y un par de poses desnuda, recuperó totalmente su autoestima.

Aún así, algo rondaba su cabeza. Abandonó el cuarto de baño y se quedó de pié contemplando el chico durmiendo en la cama. Entonces recordó al camarero de la cafetería … en la fiesta. ¡Eso es! Él fue el que la saludó al principio. Con el esmoquin blanco no le había reconocido. ¿De dónde habría sacado ese traje el camarero? Seguro que era alquilado. Pero no le quedaba nada mal. De hecho estaba muy mono. ¿Cuántos años tendría? Seguro que era mayor que ella. Muchas preguntas … empezó a fantasear con la posibilidad de que se tratara de un delincuente juvenil al que le habían echado de varios colegios. Mmmh … eso le puso muy caliente. Tenía toda la pinta de ser un granuja y un pandillero. Dios, cómo se estaba poniendo. Pensó en regresar a la cama con el pelele que había tirado en ella y utilizarlo para satisfacer sus fantasías. Tras meditarlo unos instantes, decidió en su lugar aprovechar la reciente inyección de autoestima e ir la cafetería a por el camarero.

3

El autobús había tardado demasiado. Empezaba a sentir ansiedad. Entró apresurada en la cafetería y fue directa a la barra.

– ¿Dónde está?- gritó al idiota de la cocina

– ¿Dónde está quién señorita?

– El chico que trabaja aquí por las tardes, el camarero

– Ha salido a fumar un cigarrillo

No terminó la frase, y ya se dirigía al callejón de la parte trasera del café. ¡Fumaba! … cada vez le gustaba más ese …ese sucio cerdo!!!!!

Allí estaba en el callejón, pero no fumándose un cigarro. Estaba besando a una chica!!!!!

– ¡Tú! – le gritó enojadísima – ¿Cómo has podido?

Se giró sorprendido, y tardó unos instantes en encuadrar la situación … Anda, esa es la chica que viene todos los días a tomar café por la tarde. La ví ayer en la fiesta y pasó de mi. De hecho siempre lo hace. Pero, ¿Porqué está cabreada?

– Hola

– ¿Hola?, ¡Cabrón!, Todos los días tirándome los tejos, incluso ayer en el baile, me doy media vuelta y ya te has liado con esa … esa … puuuuta!!!! …

¡Oh Dios mío … NO!!!!! – Se fijó en la chica con la que estaba el joven – ¡KANDI! … no puede ser, no puedes ser tú – no podía tratarse de ella

Salió corriendo de allí

¡Dios mío!, es imposible. Esa grandísima pécora, esa perra pulgosa abandonada, sucia culebra hedionda, esa pedorra mocosa maloliente. ¿Porqué?, ¿Porqué le pasaba esto a ella?

4

Se cansó de correr al llegar a un pequeño parque, y se derrumbó en el cesped frente a un pequeño lago muy mono. Y lloró y lloró

Entre las lágrimas atisbó como se acercaba un pequeño animalito.

– ¡UY! ¿Un gato?

– No, no soy un gato … soy un

– ¡Un gato que habla!

– Soy Klin un coatí

– ¿Porqué Klin, porqué soy tan desgraciada? … sniff… ¿Qué es un coatí?

– Tranquila, todo ocurre por un motivo. Siempre se puede mejorar a partir de las cosas malas. No todo ocurre por …

– ¿Por puta Klin?, ¿Soy un poco puta?

– Hombre … yo iba a decir un poco pendón, pero vaya … que es lo mismo. Chica, deberías seguir tu vida e ignorar lo que hagan los demás. A fin de cuentas, todos tenemos nuestras cosas buenas y nuestras cosas malas. Ya verás como siendo tú misma, puedes tener al chico que quieras y ser feliz

– Cierto, Klin, podré recuperar al camarero. Pero no para quitárselo a Kandi

– Esa es mi chica, así me gusta

– No me importa ella. Quiero destrozarle la vida a él. Voy a hacer de él un miserable. Le voy a dejar tan jodido que no va a levantar cabeza el resto de su vida. Ese cabrón va a desear no haber nacido

– Ahhh … esa no era la idea, la idea es que …

– Gracias Klin, me has servido de mucho. Ahora me voy, pero antes …

5

Ahhh, sin duda se trataba de una mañana agradable en el pequeño parque. Un cielo perfectamente azul, el sol calentaba las plantas y los árboles y estos mostraban su agradecimiento exhibiendo el verde más fresco e intenso con el que podían engalanarse. Los niños jugaban alrededor del coqueto laguito en el centro del parque

– Mamá, mamá … alguien chapotea en el centro del lago

– A ver hijo … ¡Uy! Es cierto. Pero … parece un gato. Pobrecito, ¿Cómo habrá llegado hasta allí?

– Es un coatí mamá …

6

Era la última en llegar al baile. Apareció justo cuando se acababa una canción, así que todo el mundo se giró para mirarla. Su vestido tenía más volantes que un gran premio de fórmula uno. Y era de un color rosa-mecagüentumadreniña que rasgaba las pupilas como una navaja de barbero.

El siguiente cepo para la vista era el pelo. Era irreal. Como un nido de serpientes albinas practicando el kama-sutra.

Y en esa cabecita con una bolsa de cheetos desparramada encima, había incrustada una cara con piel de muñeca de poliespán. Y tenía, como casi todas las caras, una naricita, como un piñoncito pelado y chato, una boquita de pitiminí, que daba la impresión de repetir en un bucle eterno la palabra petit-point. Y un par de ojos gigantescos de color azul-lentilladecolorazulsobremarrón, enmarcados con pestañas de plástico peinadas como sólo se puede peinar el plástico. El cuadro al completo era un reclamo para las sensaciones.

La pituitaria quedaba bloqueada en el intento por parte del cerebro de descifrar el maremagnum de olores frutales, caramelos, flores y plantas mezclados. Una locura que llevaba en su insensatez, a desear un reconfortante regüeldo choricero.

La voz que emanaba de esa boquita fina, y sonrosada era la guinda que colmaba la copa de helado de la casa. Una voz perfectamente modulada con la dulzura de un melocotón, si es que estos pudieran hablar: aterciopelada al principio, suave, como si el sonido mostrara su reticencia a salir de la boca. Que luego se hacía dulce y coqueta. Y terminaba con un poso carnoso y sensual que incitaba inmediatamente al deseo.

Era la reina recién llegada y ya coronada del Baile de la Parroquia, era Kandi

perrolluvia

Read Full Post »