…pues ahí estaba yo, con mi pepinillo volante rulando por el Foro, tragándome el humo de los busetos y las pirulas de los pelas. Los domingueros pisando huevos y el caga prisas del jefe llamándome en cada semáforo. Me acababa de parar un munipa y me había fundido los pocos puntos que me quedaban. Antes de eso me había llamado el del banco para decirme que tenía tres cuotas de la hipoteca sin pagar. Y la parienta, a lo suyo, en paro y venga con que hay que celebrar San Valentín. A todo esto, jarreando como en el diluvio, y yo con un catarrazo del quince. Así que pensé: mira, por un rato le van a dar.
Apagué el móvil, me metí en un bareto y pedí una Mahou para ver si me entonaba un poco. Era un garito simpático, con sus carteles de toros, la barra de madera y los abuelos echando la partida entre olor a fritanga. También había, claro un par de chinos y algún moro. Estaba tan a gusto allí, e iba a pedir una de bravas cuando siento que me tocan en el hombro. Me volví con la barba goteando espuma de birra y casi me da un jamacuco. Era el mismísimo Valentino Brossi, con unas gafas como de soldador que le tapaban la jeta, pero igual que en la tele, con su mono de cuerazo azul, su melena rizada y su careto chiste. “Ciao, bambino, te gustaría quedarte con mi moto?”
>> Le pegué un buen trago a la birra, por si no había oído bien, y al tratar de responderle, me salió un eructo brutal. Me quedé todo cortado, pero el tío, todo campechano, y con su acento espagueti, me dijo:
– Sólo tienes que coger mi moto y llevar este paquete a esta dirección –me enseñó una bolsa de esas para enfriar la birra-. Sólo eso. Si la entregas antes de una hora, te quedas con mi moto. Si no, te vuelves andando. Así de fácil, bambino –y después de dejar cinco leuros encima de la barra, me llevó fuera del bar, mientras yo seguía alucinando en colores-.
Allí estaba la Yamaha, el super-pepino del Brossi, igualita que la de las carreras, pero con cofre de mensaca. Con sus colores y todo, eso sí. Valentino metió la bolsa en el cofre y “Andiamo, bambino. Questa es la tua”.
>>Eso pensé yo, así que nos dimos la mano como en el podium, y yo me puse el gorro, metí primera y salí en una rueda. ¡Qué motor! ¡Que ruidaco! ¡Qué pasote! Me estaba quedando con toda la peña, les pasaba solo con sobar un poco el acelerador, y casi ni oía el ruido de la caña a la que iba. Era el puto amo de las calles. Los colegas iban a alucinar cuando les contase que había llevado la Yamaha del Brossi por la M-30, con mi chupa del Carrefour y el calimero con pegatas de Fanta Naranja.
>>Pillé la salida para Arturo Soria y empecé a callejear. Torcí por una de esas callejuelas, y me encontré de frente con una basca dando voces, con pancartas y cortando la calle. En cuanto me vieron llegar, se me echaron encima, gritando como posesos: “El mensajero, el mensajero, quitarle la caja”. Y otros: “Paco tiene derecho a morir; respetad su dignidad; eutanasia sí, represión no;” Me engancharon entre todos, sacaron la bolsa del cofre y empezaron a pasársela unos a otros. En esas llega otro grupo de colgaos más o menos como el otro, pegando gritos: “No matéis a Paco. Asesinato no, vida sí”. Casi todos se fueron a por los que me habían quitado la bolsa, pero un grupito se vino para mí, gritando: “Él es el mensajero. El suyo, el suyo. Vamos a quitarle el suyo.” Me tiraron al suelo y me abrieron la chupa y la camisa, y uno empezó a pedir un cuchillo, el otro sacó unas tijeras…Yo ya estaba cagaíto, cuando, como en las pelis, llegó el 7º de Caballería: Fue llegar la furgona de la pasma y desaparecer toda la peña. Uno de los polis me ayudó a levantarme, y me contó todo el rollo: en la bolsa había un corazón para trasplante, se lo tenían que poner a uno que estaba en coma desde hacía seis años. Pero los de pro-eutanasia y anti-eutanasia se habían enterado y, como no tenían nada mejor que hacer, se habían venido a la puerta del hospital a montarla. Como los médicos estaban esperando el corazón, y las cosas se estaban poniendo jodidas, me escoltarían hasta el hospital:
– Ya, pero es que a mí la bolsa me la ha dado Valentino Brossi y me ha dicho…
– Sí, sí…anda, tira –por lo bajini escuché que le decía otro: Oye, éste cuando termine, que sople ¿eh? ¡Valentino Brossi, dice el tío! ¡Jodé cómo va!
>>En el hospital salió a recibirme una gorda con pinta de Rottenmeier que me llevó a través de pasillos apestando a lejía y ambientador de hospital, hasta llegar a la puerta del quirófano, más bien cutrillo y casi sin luz. Me asomé y ahí, rodeando al que debía ser Paco, todo lleno de cables y tubos, había un par de médicos, alguna enfermera y unos diez o doce vejetes muy serios, todos vestidos de negro, como los curas, pero con las mangas de ganchillo blanco y unas pedazo chapas de colores en el pecho. Carrespeé y les enseñé la bolsa con el corazón, pero uno de los de negro –el más viejo- me dijo que me callara, que “todavía no puede ser, estamos esperando una llamada”, me dijo enseñándome el móvil. Pero Paco ya se estaba levantando, arrancándose los tubos y diciéndole a los médicos con mucha coña:
– Oigan, esto no es serio. Llevan Vdes. seis años haciéndome perrerías, y ahora me dicen que sí, que el corazón ha llegado. Pero que no, que tenemos que esperar a ver que dicen los jueces y que hasta entonces no saben si estoy vivo o muerto, y no me pueden operar. Y mientras, me he convertido en un problema de Estado, la gente se está pegando por mí culpa y el gobierno en crisis. Miren lo que les digo, que yo me voy, y que sea lo que tenga que ser.
– Pero, Paco, que sólo nos falta un voto. Además, que no se puede ir, que está Vd. en coma…-dijo uno de los jueces-.
– ¿En coma? Yo lo que estoy es hasta la polla. Ahí os quedáis.
Y el nota, todavía con un tubo pillado en el cuello, salió del quirófano en bolas, tan campante. Los jueces se miraron entre ellos, se encogieron de hombros y uno preguntó por la cafetería. Los médicos también se quitaron la bata y para allá se fueron todos. Yo me quedé como un gili, diciéndoles “y a mí quien me firma esto”, pero no me hicieron ni puto caso.
>>Eché a andar por los pasillos, buscando quien se hiciera cargo del corazón. Me quedaba tiempo todavía antes de la hora que me había dicho el Brossi, así que tenía que encontrar alguien a quien hacer la entrega. No sé cómo llegué a una especie de sala de espera, hecha una leonera, con una mesa toda llena de círculos húmedos, ceniceros abarrotados de colillas y papeleras a reventar de minis de plástico, latas de cerveza y botellas vacías, algunas de DYC. Las paredes eran casi amarillas y allí no olía a detergente del hospital: Apestaba a tabaco, pero sobre todo a un sudor raro, como oxidado. Sentados a la mesa y de espaldas a la ventana había cuatro o cinco mendas en pijama, cada uno acoplado a unos hierros de esos con un frasco de suero colgando. Uno estaba en silla de ruedas y sólo movía la boca. Otro tenía un ojo tapado y la cabeza sujeta con unos tubos. El otro tenía la cara verde y la piel del cuello se le caía a cachos. El de más allá tenía que recogerse las babas cada vez que abría la boca. Estaban flacos de la hostia, casi calaveras. Pero los tíos, tan pichis, estaban fumándose sus cigarritos y jugando a las cartas. Si alguno no podía coger el cigarro, o el vaso –porque también le daban a la priva-, los otros se lo sostenían. Hasta tenían un loro donde sonaba algo de Barón.
>>Me daban un poco de grima, y les pregunté desde el otro lado de la puerta: “Eh, oiga, ¿no necesitarán un corazón para trasplante?”. Me miraron un momento y se descojonaron en mi cara. “Que sí, que tengo que entregar uno aquí, me da igual a quién” Y ellos venga a despelotarse. Uno de ellos, casi sin mirarme me dice:
– Aquí ya no hacen falta corazones, sólo ganas de cachondeo. Anda, pasa pacá y tómate algo “corazón”–ahí ya se deshuevaron todos-. Entonces sentí que me daban otra vez en el hombro:
– Ragazzo, eres el piu grande, el piu bello y el piu bravo. Ya me he enterado que al final no ha podido ser lo del trasplante, pero tú has cumplido. Te has ganado la moto. Ahora nos vamos a hacer unas fotos con los manifestantes, ya sabes, para la publicidad y eso. ¡Eres el héroe del día!
– Sí, claro, de puta madre, tío. Las fotos…¿con los de ahí fuera, dices? Qué pasada, tronco …-le dije al Brossi-, pero los ojos se me iban a la mesa donde jugaban los terminales echaban su partida y sus pelotazos. Por decir algo, les pregunté:
-¿No os van a echar la charla los médicos si os ven haciendo botellón?
– ¿Los médicos? Chaval, aquí ya no vienen ni los curas. Anda, pasa; o si no ábrete ya y cierra la puerta.
Entré y me quedé mirando por la ventana. Se veía la burra del Brossi: pedazo máquina. Sus azafatas –pedazo de pibones- se hacían fotos con los manifestantes –que habían hecho las paces para posar todos juntitos, tan contentos-. Rapidino, desde el quicio de la puerta, seguía poniendo caras de anuncio y dándome el cante con que si yo era el más bravo y el más guapo, y polladas así, mientras señalaba la moto. En ese momento pasó el tío del trasplante, todavía en pelotas y con su cable en el cuello. Lo buitres de la prensa fueron a meterle los micrófonos en la boca, pero él sin soltar prenda, se volvió a las cámaras y les hizo un corte de mangas brutal. Luego se dio media vuelta y empezó a andar, todo chulo, sin mirar a nadie. Los de las fotos se quedaron a cuadros, y yo también me quedé un poco pillado viendo al tío pirarse tan tranquilo y oyendo al Rapidino llamarme héroe desde el otro lado de la sala.
Me volví y le dije:
– Pues va a ser que no. Véndele a otro la burra, tronco.
Mientras daba fuego al de la silla de ruedas, pregunté, señalando el radio-casette:
– ¿Tenéis algo de Rosendo?
* * *
Read Full Post »