Un vaso de champán Francés, burbujas en labios de carmín, como su vestido color noche de pasión roja con tacto de melocotón. La espalda reproduce el baile de movimientos de sus hombros, sensuales y provocativamente angulosos. Un cigarrillo libera su humo fusionándola con la ciudad, haciéndola parte de su atmósfera nocturna y cosmopolita. Ella siempre ha estado allí, forma parte de la misma ciudad, ella es desde el principio la metrópolis.
Sale de la mansión clavando sus tacones de forma decidida en los peldaños de la escalera. Los movimientos de sus caderas acompañan el ritmo de unas piernas inacabables que vuelan hasta acariciar el suelo.
Dobla una esquina y se clava en el pavimento, detenida, escuchando una llamada que sólo ella ha podido oír. Gira la cabeza y aguarda segundos que se extienden desafiantes. En un momento dado, recuerda que debe seguir respirando y no contiene más su pecho, que se hincha triunfante con parte del ambiente de la noche. Continúa andando e incrementa el ritmo de su paso.
Un sonido queda mezclado con el de su zancada, lo ha oído, está poniéndose nerviosa. Alguien se encuentra cerca, invisible.
Dobla una esquina y da unos pasos hasta que levanta su cabeza augurando lo que ya sabe. Él se encuentra delante suyo. De pie, estático, aguardándola.
Donde ella es definición, él es turbio e impreciso. Donde ella es carnal, sensual y atrevida él resulta frío y distante, atemorizador, inquietante.
Él es oscuro como la noche y gris como el papel consumido o mejor, como un nubarrón cargado de estática a punto de descargar. Su cara no refleja emociones, parece olvidarse una vez vista y hace necesaria otra mirada para aliviar un recuerdo que aún convocado, es incapaz de encontrarse.
Ella le reconoce inmediatamente. Jadea con sorpresa, aunque ya ha imaginado este momento varias veces. Da unos pasos hacia atrás sin perderle de vista. Cuando él se mueve, ella empieza la carrera. Primero lentamente y luego arrancando todas las posibilidades a su ser. No se trata de una carrera común acuciada por un instinto animal de supervivencia, es una huída fundamentada en la razón de un terror primigenio de la raza humana. El pavor hace que lo más profundo de su alma se exalte y tiemble de manera descontrolada.
Los exquisitos zapatos rojos quedan abandonados sobre los burdos cascotes que forman el empedrado de la calzada. El vestido largo se rasga revelando unas piernas congestionadas por el pánico, que la impulsan a través de las estrechas callejuelas. Ella puede oírle detrás, muy cerca, como un centenar de sabuesos hostigándola con su aliento, intentando atraparla entre sus fauces
Gira adentrándose en una parte de la ciudad que no conoce bien encontrándose en medio de un conjunto singular de edificios. Cada uno con un estilo arquitectónico único representativo de diferentes filosofías creacionistas. Pues se trata de la mayor conjunción de templos y casas de culto que puede caber en el pensamiento histórico de la especie humana. Una disparatada mezcolanza sacro-santísima de dogmas y credos.
Al lado de una enorme sinagoga de desafiantes cúpulas doradas, se encuentra el minarete telescópico de una mezquita que se pierde entre las nubes de la ciudad. Iglesias de todo tipo de culto y credo quedan fusionadas con serenas pagodas budistas de procedencia dispar, construcciones nunca vistas pertenecientes a ignotos momentos de la historia. Todas ellas mezcladas sin orden ni concierto, conviviendo en un sistema de emplazamiento entrópico y para nada meditado, riéndose de los líderes del pensamiento actual y de las crónicas de la historia más arcáica.
En medio de tal divino y extraño campamento de la fe, se encuentra un edificio peculiar, ya que es el más grande y a su vez el menos ornamentado de todos ellos. Es simple, construido con ladrillos de diferentes materiales: arcilla, adobe y todo tipo de cerámica jamás reunida.
Ella se dirige rápidamente a este construcción. Le resulta familiar. Sabe que es el edificio en el que se encuentra el orden de todas las cosas. Donde se halla el principio y el fin de las preguntas gestadas a su alrededor. Ella sabe que si hay algún lugar al que debe acudir para buscar una respuesta, es sin duda este.
Abre violentamente las puertas rompiendo el silencio y lo que se encuentra es una gigantesca sala totalmente vacía. No hay absolutamente nada. Frena su carrera a medida que adquiere comprensión de su situación. Ya no le importa la persecución, no le importa su futuro, no precisa una respuesta porque ya la tiene. No hay nada. Sólo hay silencio. Lanza una mirada al mismo tiempo que asiente con la cabeza y se da la vuelta. Allí en la puerta se encuentra su perseguidor que le dedica un gesto de entendimiento mientras se adentra en la enorme sala. Ella por fin comprende cual es su destino y lo acepta, dejándose perder en sus brazos a través de un sueño maravilloso. Admitiendo lo desconocido de su futuro, acariciando su destino.
—¡Ya viene, empuja, ya está aquí!. ¡Felicidades!, es una niña.
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