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Archive for junio 2009

A una mujer con un cesto de ropa se la ve cerca de las portadas, en la parte más alejada del cuadro. Esta figura se me ha hecho familiar pues el cuadro lo compré en una Galería de Arte.

Hace un par de meses y todos los días me gusta mirarla un rato. Pero un día , como es mi costumbre, vuelvo a mirar el cuadro y me parece que la mujer está más cerca , no tan al fondo, y me pregunto: ¿ habrá caminado?¿la habré visto mal?….pero no, vuelvo a mirar y efectivamente está más cerca, ha aumentado de tamaño….pero no es posible, las figuras de los cuadros tienen un tamaño fijo durante años, durante siglos.

Paso unos días sin mirar el cuadro, pues he tenido que viajar por motivos profesionales y cuándo lo vuelvo a mirar, la mujer vuelve a estar más cerca, ha vuelto a aumentar de tamaño:

se le distinguen sus ojos negros, algunas arrugas de la piel de la cara , su pelo con la raya en medio…Cierro los ojos por si es una alucinación y los vuelvo a abrir, pero no, la mujer está más cerca, ¿habrá caminado?, ¿A dónde querrá ir?, ¿querrá salirse del cuadro?.

Varios días después la mujer está en un primer plano, sus ojos negros se ven tristres, la expresión de su cara es de ansiedad, de seguir adelante. Me dan deseos de preguntarle a donde desea ir, a quien quiere visitar, cual es su nombre. Pero esto me parece absurdo, las personas de los cuadros no hablan, son figuras nada más y se mantienen fijas durante años, siglos.

Me parece tan extraña la situación que decido olvidarme un tiempo del tema y dejo pasar el tiempo. Pero a los pocos días la curiosidad me hace volver a mirar el cuadro y para mi sorpresa la mujer ha desaparecido del cuadro, solo queda la silueta , ¿A dónde habrá ido?, ¿tendrá familiares?. Me dan ganas de contárselo al pintor, pero no me creerá, me tomará por loco, me dirá que es un disparate, que nunca se le han quejado los clientes por un motivo como este.

Unos días después recibo la visita de unos amigos y les cuento la historia del cuadro.

-Eso no puede ser ¿Cómo se va a ir una mujer de un cuadro?

-Mirad, la silueta de la mujer está ahí, os lo aseguro, antes había una mujer madura con un cesto de ropa.

-La verdad es que conociéndote estoy seguro que dices la verdad , pero reconoce que cuesta trabajo creerlo.

-Si os comprendo – respondo – pero no tendría sentido que me inventara una historia como ésta. Además nunca me habría comprado un cuadro así, con una silueta pues daría la impresión de no estar terminado.

-Dejate, hay pintores que con tal de ser originales hacen lo que sea.

-Bueno, pensad lo que queráis, pero os digo la verdad – les respondo con resignación.

Cuando los amigos se van, miran al cuadro con cara de escepticismo, incluso alguno bromea.

-Llama a la Policía, igual la encuentran en otro cuadro donde la señora está más a gusto o la encuentran vendiendo la ropa.

Pasan los días, las semanas y ¡por fin!, la mujer aparece de nuevo al fondo del cuadro, en la posición original con su cesta de ropa. Me acerco y observo con sorpresa que sus ojos negros tienen una mirada más alegre, las arrugas de la cara han disminuido, parece una mujer más joven. Le sonrío y le hago un gesto de complicidad.

Tomás Sánchez-Maroto Noblejas

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—No me pegues más por favor —ya no sabía como escapar, de modo que supliqué

Ella no se lo pensó dos veces y volvió a abofetearme con una mano grande como un pai-pai de mármol. haciéndo saltar mis gafas a una distancia olímpica

Esta vez me fallaron las piernas y caí al suelo.

—Ahora ve a recoger tus gafas llorón —me decía esa monstrua

Todos los niños del cole se reían de mi. Pero me daba igual porque sólo oía un pitido muy alto en la oreja del bofetón.

Noté como se hinchaba mi mejilla. Ardía por dentro y picaba por fuera. Pero eso no era nada comparado con la angustia y el mal cuerpo que me apretaba el alma. Empecé a llorar.

Me quedé un buen rato sollozando. Alguien me acercó las gafas y se quedó un rato de pie mirándome. Yo no quería ni levantar la mirada. ¡Sentía tanta vergüenza!

—Levanta —me dijo

No respondí y seguí gimoteando donde estaba.

—He dicho que te levantes

Levanté mi cabeza. Era Raquel, una chica muy rara. Me caía muy bien, tal vez porque estaba fuera de todos los grupitos que había en el cole. Pasaba de todo el mundo pero sin dejarse acobardar. No era muy popular aunque era guapa. ¡Jo!, teníamos tanto en común

Entonces me di cuenta de que me gustaba de verdad. Podríamos incluso llegar a ser novios. Me ví conociéndonos a fondo, apoyándonos en los momentos difíciles y compartiéndolo todo. Lo podía ver claramente: terminar el colegio, entrar en la misma universidad, nuestros primeros trabajos, nuestra boda, muchos hijos…

—Escúcha, ¡Levántate ahora!

Sonreí, me puse las gafas y me levanté rápidamente

Ella también sonrió

Me sentí como si estuviera en el cielo. Podía ver colores y luces. Podía oler el césped

—Sabía que podía enviar las gafas más lejos que ella —dijo mientras se alejaba

Notaba sangre en la boca y saliendo de mi nariz. Creo que la muy cabrona me había roto algún diente

perrolluvia

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Un vaso de champán Francés, burbujas en labios de carmín, como su vestido color noche de pasión roja  con tacto de melocotón. La espalda reproduce el baile de movimientos de sus hombros, sensuales y provocativamente angulosos. Un cigarrillo libera su humo fusionándola con la ciudad, haciéndola parte de su atmósfera nocturna y cosmopolita. Ella siempre ha estado allí, forma parte de la misma ciudad, ella es desde el principio la metrópolis.

Sale de la mansión clavando sus tacones de forma decidida en los peldaños de la escalera. Los movimientos de sus caderas acompañan el ritmo de unas piernas inacabables que vuelan hasta acariciar el suelo.

Dobla una esquina y se clava en el pavimento, detenida, escuchando una llamada que sólo ella ha podido oír. Gira la cabeza y aguarda segundos que se extienden desafiantes. En un momento dado, recuerda que debe seguir respirando y no contiene más su pecho, que se hincha triunfante con parte del ambiente de la noche. Continúa andando e incrementa el ritmo de su paso.

Un sonido queda mezclado con el de su zancada, lo ha oído, está poniéndose nerviosa. Alguien se encuentra cerca, invisible.

Dobla una esquina y da unos pasos hasta que levanta su cabeza augurando lo que ya sabe. Él se encuentra delante suyo. De pie, estático, aguardándola.

Donde ella es definición, él es turbio e impreciso. Donde ella es carnal, sensual y atrevida él resulta frío y distante, atemorizador, inquietante.

Él es oscuro como la noche y gris como el papel consumido o mejor, como un nubarrón cargado de estática a punto de descargar. Su cara no refleja emociones, parece olvidarse una vez vista y hace necesaria otra mirada para aliviar un recuerdo que aún convocado, es incapaz de encontrarse.

Ella le reconoce inmediatamente. Jadea con sorpresa, aunque ya ha imaginado este momento varias veces. Da unos pasos hacia atrás sin perderle de vista. Cuando él se mueve, ella empieza la carrera. Primero lentamente y luego arrancando todas las posibilidades a su ser. No se trata de una carrera común acuciada por un instinto animal de supervivencia, es una huída fundamentada en la razón de un terror primigenio de la raza humana. El pavor hace que lo más profundo de su alma se exalte y tiemble de manera descontrolada.

Los exquisitos zapatos rojos quedan abandonados sobre los burdos cascotes que forman el empedrado de la calzada. El vestido largo se rasga revelando unas piernas congestionadas por el pánico, que la impulsan a través de las estrechas callejuelas. Ella puede oírle detrás, muy cerca, como un centenar de sabuesos hostigándola con su aliento, intentando atraparla entre sus fauces

Gira adentrándose en una parte de la ciudad que no conoce bien encontrándose en medio de un conjunto singular de edificios. Cada uno con un estilo arquitectónico único representativo de diferentes filosofías creacionistas. Pues se trata de la mayor conjunción de templos y casas de culto que puede caber en el pensamiento histórico de la especie humana. Una disparatada mezcolanza sacro-santísima de dogmas y credos.

Al lado de una enorme sinagoga de desafiantes cúpulas doradas, se encuentra el minarete telescópico de una mezquita que se pierde entre las nubes de la ciudad. Iglesias de todo tipo de culto y credo quedan fusionadas con serenas pagodas budistas de procedencia dispar, construcciones nunca vistas pertenecientes a ignotos momentos de la historia. Todas ellas mezcladas sin orden ni concierto, conviviendo en un sistema de emplazamiento entrópico y para nada meditado, riéndose de los líderes del pensamiento actual y de las crónicas de la historia más arcáica.

En medio de tal divino y extraño campamento de la fe, se encuentra un edificio peculiar, ya que es el más grande y a su vez el menos ornamentado de todos ellos. Es simple, construido con ladrillos de diferentes materiales: arcilla, adobe y todo tipo de cerámica jamás reunida.

Ella se dirige rápidamente a este construcción. Le resulta familiar. Sabe que es el edificio en el que se encuentra el orden de todas las cosas. Donde se halla el principio y el fin de las preguntas gestadas a su alrededor. Ella sabe que si hay algún lugar al que debe acudir para buscar una respuesta, es sin duda este.

Abre violentamente las puertas rompiendo el silencio y lo que se encuentra es una gigantesca sala totalmente vacía. No hay absolutamente nada. Frena su carrera a medida que adquiere comprensión de su situación. Ya no le importa la persecución, no le importa su futuro, no precisa una respuesta porque ya la tiene. No hay nada. Sólo hay silencio. Lanza una mirada al mismo tiempo que asiente con la cabeza y se da la vuelta. Allí en la puerta se encuentra su perseguidor que le dedica un gesto de entendimiento mientras se adentra en la enorme sala. Ella por fin comprende cual es su destino y lo acepta, dejándose perder en sus brazos a través de un sueño maravilloso. Admitiendo lo desconocido de su futuro, acariciando su destino.

—¡Ya viene, empuja, ya está aquí!. ¡Felicidades!, es una niña.

perrolluvia

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